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Un pensamiento de Bertrand Russell

Buenos días, queridos amigos.

Recuerdo un escrito mío en la Hoja Parroquial del Buen Suceso, es decir, hace miles de años, en el que, comentando la floración de actividades cuaresmales y el posterior vacío absoluto de charlas, oraciones, conferencias y encuentros pascuales, proponía, en versión cómica, una serie de charlas, los martes pascuales del Buen Suceso, que ponían en boca de «testigos directos» de la resurrección una semana de buenas noticias. Uno de los conferenciantes era un mosén catalán al que bauticé con el nombre de Tomás Nonsé i Dubte, en clara alusión a aquel Tomás, Tomás, que tuvo que meter el dedo en la llaga para cerciorarse de que lo que le contaban era cierto.

¿A qué viene todo esto, diréis, con razón? Pues es muy sencillo: a que no estoy seguro de qué toca la frase-cita que he seleccionado para hoy. Una frase-cita que afirma y niega a la vez, como aquel adagio que nos repetían cansinamente cuando éramos críos: «La verdad absoluta no existe, o sea, que puede que sí», para imbuirnos de un relativismo que puede, si no sabe uno relativizarlo, pasar de feraz a feroz en menos que uno cambia de la a la o, o lo que es lo mismo (o no), en lo que uno cambia de sexo (de tía a tío, de miembro a miembra o de periodista a periodisto; manda…). Bueno, menos divagaciones y entremos de lleno en nuestra disquisición sobre la frase, que dice así:

«En todas las actividades es saludable, de vez en cuando, poner un signo de interrogación sobre aquellas cosas que por mucho tiempo se han dado como seguras» (Bertrand Russell).

Mister Russell, de quien ya hemos comentado, creo, algún egregio pensamiento (los suyos, como otros muchos, me los proporciona Proverbia.net en su envío diario) nos invita en esta ocasión a no tomar por seguro nada sin, al menos, haberle puesto alguna vez una interrogación dubitativa encima. Esto, que es método científico y también, o por eso, o antes de eso, o todo a la vez, filosófico, es sano y conveniente, no digo que no, pero tampoco hay que pasarse. Ciertamente, Russell no dice que lo hagamos a todas horas y con todas las certezas que nos rodean a diario: ¿es de día?, ¿soy yo?, ¿es café lo que estoy tomando?, ¿de verdad me quiere mi esposa?, ¿esta casa, es mía o es de otros?, ¿es blanca la pared o tengo una nube en el ojo?, y así hasta el infinito de la trascendencia e incluso de la intrascendencia.

No, no voy a entrar en si los autobuses pueden invitarnos a dudar o a creer, porque los autobuses tienen como misión transportarnos y educarnos en varias virtudes: la espera, la esperanza, la paciencia, la generosidad, la tolerancia, la moderación, la contención, la prudencia… Probad, si no, a hacer un viaje completo, de cabecera a cabecera, en el 21.

Vuelvo, que me voy, me pierdo y tengo que releerme varias veces para retomar el hilo, volver a enhebrar y seguir cosiendo mis incongruencias matutinas. Mister Russell, decía, nos invita a poner en práctica un método tan antiguo como la vida misma y que es y ha sido siempre útil para hacer que la vida misma avance. Y nos invita a ello para que no nos quedemos anclados, atados, amarrados, anquilosados, en seguridades que no lo son, o que sólo lo fueron en un momento de la vida. ¿Para qué? Para que, en la duda, en la interrogación, busquemos respuestas, entablemos diálogo, conversemos, intercambiemos datos e informaciones y, en definitiva, crezcamos.

Comentarios

Ana ha dicho que…
¡Pues justamente esto es lo que hace tu sobrino David!
Está en esa edad en la que uno se cuestiona todo. Los interrogantes se agolpan unos tras otros, incluso unos encima de otros.
Pero debemos ser muy cautos para que no se nos vaya la vida buscando la respuesta a estos interrogantes y nos olvidemos de vivir.
Besitos, Ana.

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