Buenos días, queridos amigos.
Ando preocupado en tantas cosas mundanas de poca monta (asuntos concernientes al desarrollo de mis capacidades laborales o al sostenimiento de mi hogar, por ejemplo) que no he tenido ocasión de pensar siquiera en qué profunda carga voy a lanzar esta semana desde esta mi trinchera. Así que no tengo más remedio que aceptar, aun a regañadientes, la frase-cita procedente de mi buen surtidor Proverbia.net, que me habla de las pasiones humanas (pasiones son aquellas perturbaciones o afectos desordenados del ánimo) y de los pecados capitales, que no por ello dejan de ser humanos, ni afectar a los que hemos nacido en provincias. Esto es, pues, un cambio de tercio y un quiebro respecto de la semana pasada.
«La verdadera prueba de que se ha nacido con grandes cualidades estriba en haber nacido sin envidia» (François de La Rochefoucauld).
Si esto es cierto, querido amigo Francisco de la Rosfucol, me temo que hay pocos, muy pocos seres humanos (y no digamos ya porcinos, bovinos, lupinos o herpéticos) dignos de entrar en el santo habitáculo de las grandes cualidades.
Ignoro si por el hecho de ser humanos, o por el hecho mismo de nacer, padecemos de la pasión de la envidia y cometemos el pecado de la envidia. Pero admitamos la potencialidad de la envidia, del mismo modo que existe la potencialidad del amor, o cualquier otra potencialidad. El ser humano nace con un máximo de posibilidades de desarrollo que luego la educación, las circunstancias, el tiempo y la propia mente y voluntad comienzan a delimitar hasta convertirnos en quienes somos.
¿No es una persona de grandes cualidades la que, padeciendo la pasión de la envidia, u otras, es capaz de controlarlas y encauzarlas para el bien propio y ajeno? ¿No es una persona de grandes cualidades quien, habiendo cometido el pecado de envidia, cae en la cuenta de su error y pone todas sus capacidades para enmendar tamaño pecado, reparar el daño y evitar de nuevo su comisión? Ambas personas pudieron haber nacido con envidia, y sin embargo me parecen personas de grandes cualidades. Quien ha nacido sin ella y no la padece ni la comete tiene mucho campo ganado, mucho terreno recorrido, merece toda mi admiración y respeto, pero tiene, en principio, me temo, querido Francisco, las mismas grandes cualidades que quien ha combatido y vencido su nata envidia.
Y ya me hubiera gustado a mí tener la capacidad que tienes, Francisco de La Rosfucol, de soltar frase-citas para que todo el mundo las repita, que llenas tú solo la mayor parte de los diccionarios y portales de frases célebres. ¡Qué envidia, jo!
Ando preocupado en tantas cosas mundanas de poca monta (asuntos concernientes al desarrollo de mis capacidades laborales o al sostenimiento de mi hogar, por ejemplo) que no he tenido ocasión de pensar siquiera en qué profunda carga voy a lanzar esta semana desde esta mi trinchera. Así que no tengo más remedio que aceptar, aun a regañadientes, la frase-cita procedente de mi buen surtidor Proverbia.net, que me habla de las pasiones humanas (pasiones son aquellas perturbaciones o afectos desordenados del ánimo) y de los pecados capitales, que no por ello dejan de ser humanos, ni afectar a los que hemos nacido en provincias. Esto es, pues, un cambio de tercio y un quiebro respecto de la semana pasada.
«La verdadera prueba de que se ha nacido con grandes cualidades estriba en haber nacido sin envidia» (François de La Rochefoucauld).
Si esto es cierto, querido amigo Francisco de la Rosfucol, me temo que hay pocos, muy pocos seres humanos (y no digamos ya porcinos, bovinos, lupinos o herpéticos) dignos de entrar en el santo habitáculo de las grandes cualidades.
Ignoro si por el hecho de ser humanos, o por el hecho mismo de nacer, padecemos de la pasión de la envidia y cometemos el pecado de la envidia. Pero admitamos la potencialidad de la envidia, del mismo modo que existe la potencialidad del amor, o cualquier otra potencialidad. El ser humano nace con un máximo de posibilidades de desarrollo que luego la educación, las circunstancias, el tiempo y la propia mente y voluntad comienzan a delimitar hasta convertirnos en quienes somos.
¿No es una persona de grandes cualidades la que, padeciendo la pasión de la envidia, u otras, es capaz de controlarlas y encauzarlas para el bien propio y ajeno? ¿No es una persona de grandes cualidades quien, habiendo cometido el pecado de envidia, cae en la cuenta de su error y pone todas sus capacidades para enmendar tamaño pecado, reparar el daño y evitar de nuevo su comisión? Ambas personas pudieron haber nacido con envidia, y sin embargo me parecen personas de grandes cualidades. Quien ha nacido sin ella y no la padece ni la comete tiene mucho campo ganado, mucho terreno recorrido, merece toda mi admiración y respeto, pero tiene, en principio, me temo, querido Francisco, las mismas grandes cualidades que quien ha combatido y vencido su nata envidia.
Y ya me hubiera gustado a mí tener la capacidad que tienes, Francisco de La Rosfucol, de soltar frase-citas para que todo el mundo las repita, que llenas tú solo la mayor parte de los diccionarios y portales de frases célebres. ¡Qué envidia, jo!
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