Hola, corazones. Tras una semana de intenso trabajo que me tiene fundido y sin resuello, empiezo el viernes con la bolsa de viaje al hombro dispuesto a pasar el fin de semana en un idílico retiro conventual, eso sí, convenientemente rodeado de sopranos y otros cantores amigos. Anoche participé en un acto de empresa que fue, de verdad, una auténtica fiesta de la literatura infantil. Variadito, polifacético y completito que es uno. Pero al menos así, entre unas actividades y otras, no pienso en las cosas malas que me pasan, como este dolorcillo que me acompaña y que ya se está haciendo buen amigo mío, de tanto rato como pasamos juntos, o como ese pequeño pero incómodo descenso en el número de seguidores de mi blog [pero, bueno, ¿qué es esto?, ¿estoy dejando de resultar interesante a ese grupo de veintitantas personas (selecto grupo, a fe: veintipocos, con la cantidad de millones de cibernautas que existen) que se me han apuntado como fans? ¡Ay, cuánto sufro!]. Menos mal que viene la fras...
Nacido para ofercer un Pensamiento para cada semana, con un comentario personal, diferente, quizá original, no renuncio a que vuelva a su ser. De momento, será una colección de textos y vuelcos personales de todo tipo.