Hola, corazones.
¿Habéis notado alguna vez un olor tan denso, tan intenso, tan penetrante, que podéis incluso verlo? No me refiero sólo a esos olores que todo lo invaden, como el olor a galleta cuando atraviesas Aguilar de Campoo por la carretera o el olor del ascensor cuando la vecina del cuarto sale a cenar con su marido, bañada en Tresoir, Opium o cualquier otro potingue de Ives Saint-Laurent o de Chanel; tampoco a esa sensación de traficante que se te queda cuando te quitas la ropa después de haber pasado todo el día entre bares; ni siquiera al olor que invade mi casa y se propaga por el patio, matando de envidia a mis vecinos, cuando mi famosa tarta de queso con chocolate está en fase de preparación (mis vecinos tratan de devolverme el favor friendo sardinas o cociendo coliflor, pero no es lo mismo, no hay color… ni olor). No, no me refiero a esos olores, ni a otros parecidos. El olor que puedes llegar a ver es de otro tipo, y tiene su origen en la desigualdad, en la exclusión, en la marginalidad. En ese señor con chándal negro y camiseta marrón que entra en el autobús y se sienta, y poco a poco notas cómo todo el mundo se aparta del lugar donde se ha situado, porque no se puede, literalmente, respirar. Conmueve pensar cómo se llega a eso, cómo se sobrevive así, cómo es posible que no tengamos más mecanismos, más posibilidades, más recursos para combatir la pobreza y la marginación. Quizá deberíamos empezar por no cambiar de asiento en el autobús…
Dudo de que la frase-cita de hoy, que acabo de encontrar esta mañana en mi correo electrónico, vía Proverbia.net, tenga discusión posible. Y no estoy muy seguro de que tenga relación con el saludo inicial, fruto de mi experiencia matutina. Pero la frase me ha gustado y me va a permitir un comentario breve, casi lacónico, pues ya están apareciendo compañeros en la oficina…
«No lo hagas si no conviene. No lo digas si no es verdad» (Marco Aurelio).
Este Marco Aurelio es, en el mundo de las frase-citas, el de los consejos breves y tajantes, así como el certero golpe del carnicero que separa una a una las costillas del costillar. Todos sus consejos, o para no excederme o exagerar, la mayor parte de ellos, están construidos de la misma manera: a altas dosis de sabiduría y de conocimiento de la mente y el comportamiento humanos les aplica, casi manu militari y a partes iguales, sobriedad, brevedad, seriedad. Es como Gracián, pero más antiguo.
Y en este caso nos pide que antes de hacer y decir cosas, nos paremos a pensar un momento para calibrar dos cosas muy sencillas: si lo que vamos a hacer conviene, o es conveniente, y si lo que vamos a decir es verdad. En la segunda de las afirmaciones estoy casi completamente de acuerdo. Es mejor no decir mentira o falsedad, sino verdad. Lo que ocurre es que no siempre somos capaces de entender la verdad de manera objetiva, ni de ver las cosas desde otros puntos de vista, para calibrar mejor la veracidad de lo que vamos a afirmar. Pero aun así, siempre será mejor que no digamos nada si no es verdad.
Respecto al hacer, mi duda entra dentro un relativismo, mejor de una relatividad, que no es exactamente lo mismo: no lo hagas si no conviene… Sí, pero, ¿a quién conviene? ¿A mí? ¿Al de enfrente? ¿A mi enemigo? ¿A la sociedad? ¿A mi economía particular? Visto desde este lado, quizá la conveniencia no sea el único criterio válido para decidir si hacemos o no hacemos algo.
En fin, querido Marco Aurelio, en cualquier caso tus consejos son siempre útiles, y aunque pueda intentar afinarlos más, son una buena ayuda para dirigirse en la vida. Gracias, majo.
¿Habéis notado alguna vez un olor tan denso, tan intenso, tan penetrante, que podéis incluso verlo? No me refiero sólo a esos olores que todo lo invaden, como el olor a galleta cuando atraviesas Aguilar de Campoo por la carretera o el olor del ascensor cuando la vecina del cuarto sale a cenar con su marido, bañada en Tresoir, Opium o cualquier otro potingue de Ives Saint-Laurent o de Chanel; tampoco a esa sensación de traficante que se te queda cuando te quitas la ropa después de haber pasado todo el día entre bares; ni siquiera al olor que invade mi casa y se propaga por el patio, matando de envidia a mis vecinos, cuando mi famosa tarta de queso con chocolate está en fase de preparación (mis vecinos tratan de devolverme el favor friendo sardinas o cociendo coliflor, pero no es lo mismo, no hay color… ni olor). No, no me refiero a esos olores, ni a otros parecidos. El olor que puedes llegar a ver es de otro tipo, y tiene su origen en la desigualdad, en la exclusión, en la marginalidad. En ese señor con chándal negro y camiseta marrón que entra en el autobús y se sienta, y poco a poco notas cómo todo el mundo se aparta del lugar donde se ha situado, porque no se puede, literalmente, respirar. Conmueve pensar cómo se llega a eso, cómo se sobrevive así, cómo es posible que no tengamos más mecanismos, más posibilidades, más recursos para combatir la pobreza y la marginación. Quizá deberíamos empezar por no cambiar de asiento en el autobús…
Dudo de que la frase-cita de hoy, que acabo de encontrar esta mañana en mi correo electrónico, vía Proverbia.net, tenga discusión posible. Y no estoy muy seguro de que tenga relación con el saludo inicial, fruto de mi experiencia matutina. Pero la frase me ha gustado y me va a permitir un comentario breve, casi lacónico, pues ya están apareciendo compañeros en la oficina…
«No lo hagas si no conviene. No lo digas si no es verdad» (Marco Aurelio).
Este Marco Aurelio es, en el mundo de las frase-citas, el de los consejos breves y tajantes, así como el certero golpe del carnicero que separa una a una las costillas del costillar. Todos sus consejos, o para no excederme o exagerar, la mayor parte de ellos, están construidos de la misma manera: a altas dosis de sabiduría y de conocimiento de la mente y el comportamiento humanos les aplica, casi manu militari y a partes iguales, sobriedad, brevedad, seriedad. Es como Gracián, pero más antiguo.
Y en este caso nos pide que antes de hacer y decir cosas, nos paremos a pensar un momento para calibrar dos cosas muy sencillas: si lo que vamos a hacer conviene, o es conveniente, y si lo que vamos a decir es verdad. En la segunda de las afirmaciones estoy casi completamente de acuerdo. Es mejor no decir mentira o falsedad, sino verdad. Lo que ocurre es que no siempre somos capaces de entender la verdad de manera objetiva, ni de ver las cosas desde otros puntos de vista, para calibrar mejor la veracidad de lo que vamos a afirmar. Pero aun así, siempre será mejor que no digamos nada si no es verdad.
Respecto al hacer, mi duda entra dentro un relativismo, mejor de una relatividad, que no es exactamente lo mismo: no lo hagas si no conviene… Sí, pero, ¿a quién conviene? ¿A mí? ¿Al de enfrente? ¿A mi enemigo? ¿A la sociedad? ¿A mi economía particular? Visto desde este lado, quizá la conveniencia no sea el único criterio válido para decidir si hacemos o no hacemos algo.
En fin, querido Marco Aurelio, en cualquier caso tus consejos son siempre útiles, y aunque pueda intentar afinarlos más, son una buena ayuda para dirigirse en la vida. Gracias, majo.
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