Hola, corazones.
¿Qué tal os ha ido este mes de agosto sin mi compañía? Espero que hayáis aprovechado para hacer todas esas cosas que no podéis hacer cuando os ocupáis de leerme (estar con vuestras familias, rendir convenientemente en el trabajo, disfrutar del tiempo de ocio… en fin, esas cositas…
Yo todavía estoy perezoso, vago, galbanoso, torpe, descuidado, omiso, impreciso, zote… No sé muy bien cómo salir de este embrollo en el que me meto semana tras semana. Así que para ponerme las pilas, un pensamiento de estos que te dicen cómo tienes que hacer las cosas (con lo que a mí me gusta que las frases que me dirigen empiecen con el consabido “tú lo que tienes que hacer es…”. Vamos allá:
«El honor consiste en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar» (Alfred de Vigny).
Vaya, hombre, yo diciendo que estoy vago y perezoso y llega Alfredo el de los Viñedos a decirme que haga lo que tengo que hacer, y que lo haga hermoso, que así tendré honor, o seré honorable, o me honrarán, o qué se yo.
Remirando de nuevo la frase-cita, vislumbro un acierto por parte de Alfredo. Porque, ya puestos, si todo lo que tienes que hacer porque tienes que hacerlo lo haces bien, y al fin y al cabo las cosas bien hechas siempre son hermosas, serás probablemente bien valorado por los demás, por un lado, y te sentirás mejor, más en consonancia contigo mismo.
Si llevo esto a mi trabajo, por ejemplo, que es algo a lo que estoy obligado por contrato, por necesidad y por convicción, es decir, si hago de mi trabajo algo hermoso (y cuido con precisión las palabras, su correcto orden y su armonía, por ejemplo), mereceré honor. Honor que no es sólo el reconocimiento ajeno, ni siquiera el propio, sino que es algo más profundo que reside en mí (en cada cual) primero por el mero hecho de ser, de haber sido creados, de existir, y segundo por el hecho de que sembrando hermosura a nuestro alrededor hacemos un mundo mejor.
Porque el honor reside en nuestra condición humana, no en partes determinadas de nuestra anatomía.
¿Qué tal os ha ido este mes de agosto sin mi compañía? Espero que hayáis aprovechado para hacer todas esas cosas que no podéis hacer cuando os ocupáis de leerme (estar con vuestras familias, rendir convenientemente en el trabajo, disfrutar del tiempo de ocio… en fin, esas cositas…
Yo todavía estoy perezoso, vago, galbanoso, torpe, descuidado, omiso, impreciso, zote… No sé muy bien cómo salir de este embrollo en el que me meto semana tras semana. Así que para ponerme las pilas, un pensamiento de estos que te dicen cómo tienes que hacer las cosas (con lo que a mí me gusta que las frases que me dirigen empiecen con el consabido “tú lo que tienes que hacer es…”. Vamos allá:
«El honor consiste en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar» (Alfred de Vigny).
Vaya, hombre, yo diciendo que estoy vago y perezoso y llega Alfredo el de los Viñedos a decirme que haga lo que tengo que hacer, y que lo haga hermoso, que así tendré honor, o seré honorable, o me honrarán, o qué se yo.
Remirando de nuevo la frase-cita, vislumbro un acierto por parte de Alfredo. Porque, ya puestos, si todo lo que tienes que hacer porque tienes que hacerlo lo haces bien, y al fin y al cabo las cosas bien hechas siempre son hermosas, serás probablemente bien valorado por los demás, por un lado, y te sentirás mejor, más en consonancia contigo mismo.
Si llevo esto a mi trabajo, por ejemplo, que es algo a lo que estoy obligado por contrato, por necesidad y por convicción, es decir, si hago de mi trabajo algo hermoso (y cuido con precisión las palabras, su correcto orden y su armonía, por ejemplo), mereceré honor. Honor que no es sólo el reconocimiento ajeno, ni siquiera el propio, sino que es algo más profundo que reside en mí (en cada cual) primero por el mero hecho de ser, de haber sido creados, de existir, y segundo por el hecho de que sembrando hermosura a nuestro alrededor hacemos un mundo mejor.
Porque el honor reside en nuestra condición humana, no en partes determinadas de nuestra anatomía.
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