Hola, corazones.
Todos lo sabíamos, pues ya lo dice el refrán, y si no hay refrán que lo diga ya es hora de inventárselo: cuando la flor del almendro veas brotar, guarda la chancla y saca la manta, que en una semana volverá a helar. Pues eso. A los de la chancla les ha pillado la nieve casi con el pie cambiado y no han tenido ni tiempo de abrigar sus deditos. A los demás, si acaso, nos ha pillado en jersey fino, o en americana. Pero a todos nos ha pillado. Ahora sí, ha durado la cosa como un telediario del Canal 24 horas, poco menos de un día. Y en menos de lo que nos esperamos volveremos a ver la repoblación chancletera.
Claro que no podemos qejarnos, estamos en marzo, ese mes que a ratos parece mayo y a ratos enero, que por la mañana es como junio y por la noche como diciembre, que nos está dando mucho viento y poca lluvia. Pues qué esperábamos. ¿Es el tiempo lo único que puedo comentar? Es que a veces lo demás me llama poco la atención y no sé cómo evitarlo.
Buscando la frase-cita de hoy en la Agenda San Pablo (y ciertamente, propongo para la reflexión la frase cita de hoy), me he encontrado con una reflexión de Ángela Figuera que me ha dado también qué pensar: «¿Dónde estarán las palabras que digan lo que yo quiero? El verso que dejo escrito nunca es del todo mi verso». Sentimiento que comparto, pues cada vez que leo lo que escribo me digo a mí mismo: «No es eso, no eso exactamente». Siempre falta un matiz, sobra una coma, algo pasa. Y no me refiero sólo al verso (¿dónde estará mi musa?, que hace años, casi, que no compongo ni siquiera un pareado), sino a todos los escritos en general. Y ahora que mi libro está a punto de salir (en breve le/me dedicaré aquí un artículo entero), tengo la sensación de que «el verso que dejo escrito nunca es del todo mi verso».
Pasemos a comentar la frase-cita:
«El hombre que se levanta es aún más grande que el que no ha caído» (Concepción Arenal).
Me pregunto si en el fragor de la batalla por la definición del sexo de las palabras habrá también intención de reescribir a los autores. Porque a doña Concepción le iban a tener que cambiar muchas cosas, a la pobre, y mira que lo que dice es siempre tan contundente, rotundo y pleno de verdad que es difícil ponerle ni quitarle nada.
A mí esta frase-cita de doña Concepción, inserta en plena Cuaresma en el Plan Fraseológico Anual de la Agenda San Pablo (¿qué os pensabais, que la adjudicación de frases y pensamientos a cada día del año era algo aleatorio fruto del azahar más puro?) siempre me ha gustado mucho, porque creo que dice mucho y que tiene, además, una importantísima carga de grafismo.
Imaginemos, por ejemplo, un atleta, da igual que sea velocista, mediofondista, fondista o vallista. ¿Quién recibe la mayor ovación, incluso mayor que la de la centella que antes de terminar de escribir esta frase ha salido disparado y ha llegado a meta? ¿No es, precisamente, el atleta que, caído, se levanta y continúa con esfuerzo su camino? ¿No es la de la maratoniana que cae, se levanta, renquea, vuelve a caer, vuelve a levantar y acaba entrando en meta derrengada y deshidratada pero enormemente satisfecha? ¡Pues claro! Porque nada hay más grande, nada que más llegue y haga que el corazón encoja y se hinche a la vez, que ver en los demás su capacidad de superación. (¿Nada? Quizá haya cosas más grandes, no estoy seguro, pero desde luego esta es una de las grandes, sin duda).
Grande es el que no cae, el que avanza con la seguridad de un héroe legendario, sabedor de su fuerza, su belleza, su valía y su habilidad. Más grande aún, mucho más que el Hércules de turno, por encima de la Afrodita del momento, es quien se levanta cada vez que cae, quien sigue, todos los días de su vida, luchando cuerpo a cuerpo –según el blasdeoteriano verso– con la muerte.
Levántate. ¡Qué gran mensaje, qué gran consejo, qué gran mandato! «Levántate» es mandato bíblico que oyeron (escucharon y obedecieron) todos los grandes personajes bíblicos (reales y «parabólicos»). Quizá deberíamos seguir haciendo caso del consejo.
Aunque ahora mismo no puedo, que tengo mucho que leer, escribir, corregir, y trabajo sentado. ¡Que tengáis buen día!
Todos lo sabíamos, pues ya lo dice el refrán, y si no hay refrán que lo diga ya es hora de inventárselo: cuando la flor del almendro veas brotar, guarda la chancla y saca la manta, que en una semana volverá a helar. Pues eso. A los de la chancla les ha pillado la nieve casi con el pie cambiado y no han tenido ni tiempo de abrigar sus deditos. A los demás, si acaso, nos ha pillado en jersey fino, o en americana. Pero a todos nos ha pillado. Ahora sí, ha durado la cosa como un telediario del Canal 24 horas, poco menos de un día. Y en menos de lo que nos esperamos volveremos a ver la repoblación chancletera.
Claro que no podemos qejarnos, estamos en marzo, ese mes que a ratos parece mayo y a ratos enero, que por la mañana es como junio y por la noche como diciembre, que nos está dando mucho viento y poca lluvia. Pues qué esperábamos. ¿Es el tiempo lo único que puedo comentar? Es que a veces lo demás me llama poco la atención y no sé cómo evitarlo.
Buscando la frase-cita de hoy en la Agenda San Pablo (y ciertamente, propongo para la reflexión la frase cita de hoy), me he encontrado con una reflexión de Ángela Figuera que me ha dado también qué pensar: «¿Dónde estarán las palabras que digan lo que yo quiero? El verso que dejo escrito nunca es del todo mi verso». Sentimiento que comparto, pues cada vez que leo lo que escribo me digo a mí mismo: «No es eso, no eso exactamente». Siempre falta un matiz, sobra una coma, algo pasa. Y no me refiero sólo al verso (¿dónde estará mi musa?, que hace años, casi, que no compongo ni siquiera un pareado), sino a todos los escritos en general. Y ahora que mi libro está a punto de salir (en breve le/me dedicaré aquí un artículo entero), tengo la sensación de que «el verso que dejo escrito nunca es del todo mi verso».
Pasemos a comentar la frase-cita:
«El hombre que se levanta es aún más grande que el que no ha caído» (Concepción Arenal).
Me pregunto si en el fragor de la batalla por la definición del sexo de las palabras habrá también intención de reescribir a los autores. Porque a doña Concepción le iban a tener que cambiar muchas cosas, a la pobre, y mira que lo que dice es siempre tan contundente, rotundo y pleno de verdad que es difícil ponerle ni quitarle nada.
A mí esta frase-cita de doña Concepción, inserta en plena Cuaresma en el Plan Fraseológico Anual de la Agenda San Pablo (¿qué os pensabais, que la adjudicación de frases y pensamientos a cada día del año era algo aleatorio fruto del azahar más puro?) siempre me ha gustado mucho, porque creo que dice mucho y que tiene, además, una importantísima carga de grafismo.
Imaginemos, por ejemplo, un atleta, da igual que sea velocista, mediofondista, fondista o vallista. ¿Quién recibe la mayor ovación, incluso mayor que la de la centella que antes de terminar de escribir esta frase ha salido disparado y ha llegado a meta? ¿No es, precisamente, el atleta que, caído, se levanta y continúa con esfuerzo su camino? ¿No es la de la maratoniana que cae, se levanta, renquea, vuelve a caer, vuelve a levantar y acaba entrando en meta derrengada y deshidratada pero enormemente satisfecha? ¡Pues claro! Porque nada hay más grande, nada que más llegue y haga que el corazón encoja y se hinche a la vez, que ver en los demás su capacidad de superación. (¿Nada? Quizá haya cosas más grandes, no estoy seguro, pero desde luego esta es una de las grandes, sin duda).
Grande es el que no cae, el que avanza con la seguridad de un héroe legendario, sabedor de su fuerza, su belleza, su valía y su habilidad. Más grande aún, mucho más que el Hércules de turno, por encima de la Afrodita del momento, es quien se levanta cada vez que cae, quien sigue, todos los días de su vida, luchando cuerpo a cuerpo –según el blasdeoteriano verso– con la muerte.
Levántate. ¡Qué gran mensaje, qué gran consejo, qué gran mandato! «Levántate» es mandato bíblico que oyeron (escucharon y obedecieron) todos los grandes personajes bíblicos (reales y «parabólicos»). Quizá deberíamos seguir haciendo caso del consejo.
Aunque ahora mismo no puedo, que tengo mucho que leer, escribir, corregir, y trabajo sentado. ¡Que tengáis buen día!
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