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Un pensamiento de Henrik Ibsen

Hola, corazones

Pasado el período vacacional de agosto, en el que sólo os he deleitado con mi curs(i)o de decoración floral y con la reseña de mis Momentos en catalán, merced a Catalunya Cristiana, regreso a mis ocupaciones habituales. No sé si con ánimos renovados, o con propósitos de mejorar mi ya inmodestamente insuperable blog, pero sí con el deseo de mantener, mientras el tiempo y el cuerpo me lo permitan, un compromiso personal conmigo mismo, con mis pensaclientes (así llamo a quienes reciben por correo electrónico la versión larga y personalizada de este mensaje venerdino) y con los que por ventura o por desventura leen esta página en la pantalla del ordenador.

El verano ha sido de esos que los sornosos consideran como una disyuntiva de lo bueno (¿bien o en familia?, te preguntan con una sonrisa melévola que no es completamente capaz de dismular su punto de envidia): familiar. Y tranquilo. Ciudad tranquila, poco movimiento, playa, buena comida, aperitivo, alguna que otra excursión. Poca cosa, quizá, y no he hecho nada, porque por no haber no había ni olas que coger (un verano cantábrico en versión albufereña), pero precisamente nada era lo que quería y lo que necesitaba hacer. Para poder ordenarme, para poder descansar, para poder serenarme, para poder reponerme.

Y una vez retomada la actividad laboral y profesional, y a punto de retomar la coral dominical, retomo también la actividad literaria (si es que a esto se le puede llamar tal).

Retomo con una frase-cita de los envíos de Proverbia.net, una frase-cita de esas que dan que pensar y a la vez te empujan constantemente a avanzar, caminar, a… Escuchemos, mejor, a su autor:

«Si dudas de ti mismo, estás vencido de antemano» (Henrik Ibsen).

Este don Enrique es que tiene unas cosas… Pero ¿cómo voy a dudar de mí mismo? Yo no dudo, ya sé perfectamente que no puedo hacerlo… ¿Y eso lo dices porque lo has intentado y no has podido, o porque te lo han dicho otros y te lo has creído, o porque te parece a ti mismo que no puedes hacerlo? ¿No te das cuenta, alma de cántaro, que eso es precisamente dudar de ti mismo? Dudas de ti mismo cuando intentas una cosa y desistes a la primera de cambio, o cuando acabas por dar crédito a lo que los demás están diciendo de ti (o a ti), o cuando tienes puesto el «no» de antemano a todo lo que no has hecho hasta entonces.

Dudas de ti mismo cuando escribes un poema y lo primero que te sale es un ripio fotocopiado y malo. Y entonces lo rompes y dejas de escribir poemas. No, hijo, no hagas eso. Guarda tu poema malo y sigue escribiendo. Y leyendo, claro. Y poco a poco, verás que te salen mejor. Porque tendrás costumbre, entrenamiento y práctica. Y sobre todo te saldrán mejor, te saldrá un señor poema, cuando tengas algo que decir, y ese algo te haya salido del corazón (y del tiempo, y del esfuerzo, y de la voluntad, todo unido). Dudas de ti mismo cada vez que el desánimo, el desinterés, el ambiente, la falta de costumbre, la vagancia o la pereza, o todas estas cosas a la vez, te impiden seguir intentando hacer aquello que intentaste un día con un resultado poco prometedor.

Mucho más dudarás si ante ese resultado te topas con la risa, el dedo acusador, la sorna, la ironía, la humillación, la vergüenza, el ridículo, la prepotencia del que lo ha intentado a la vez que tú y le ha salido mejor, o del que oculta su incapacidad de hacerlo bien señalando al que lo hace peor hasta hundirlo. Malo es que te humillen por no ser el gran futbolista que todos los españoles llevamos dentro (yo me lo extirpé y desde entonces vivo muchísimo más tranquilo), pero peor es cuando acabas convenciéndote por influjo ajeno de que eres pelirrojo, y de que ser pelirrojo es un castigo divino, porque todos te lo dicen hasta dormido. ¡Pero si resulta que de niño era rubillo, se me fe oscureciendo el pelo con la edad hasta ser moreno y ahora ya voy para griscanoso! ¿Y no será que a los pelirrojos se les tiñe el pelo porque tienen un corazón taan grande que lo inunda todo de colorao? ¡Vamos, hombre, que eso de ir haciendo caso a la gente, pues vaya, como si no tuviéramos otra cosa que hacer!

Dudas de ti mismo cuando tú mismo o los demás te ponen el no. No, no, si es que yo eso lo hago fatal, dices. Es verdad, corroboran tus alrededores, lo hace fatal. Y así día a día, mes a mes, año a año. Pero aquello a lo que te niegas, bailar, por ejemplo, te atrae a pesar de todo. Y no dejas de mirar a quien lo hace. Y de ir a espectáculos de baile. Y un día te lanzas a la pista. Y notas que te miran, pero poco, y que esas miradas no tienen desaprobación (será que no lo hago tan mal) ni envidia (aunque tampoco lo hago para tirar cohetes). Pero te sigue gustando, y te estás desinhibiendo, cada vez que lo haces, cada vez que bailas, te vas quitando de la cabeza ese no perpetuo, esa lolagaosiana mirada condenatoria, esa damocliana acusación perpetua. Y al final resulta que baila bien, porque te has quitado el no.

Así que, querido, mejor que sigas haciendo caso a don Enrique y no dudes nunca de ti mismo. Si no te sale, entrena: te saldrá. Si te dicen que no sabes o no puedes, no te desalientes ni te dejas humillar: sabrás y podrás. Si te niegas o te cohíbes, si te cortan la posibilidad, continúa adelante: acabarás lográndolo. O puede que no lo logres, pero entonces tendrás la satisfacción de haberlo intentado, de haber luchado, de no haber claudicado sin ofrecer combate. Por que si dudas de ti mismo, es cuando estás vencido de antemano.

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