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Un pensamiento de Arturo Graf (y otro de san Francisco de Sales)

Hola, corazones

No sé por qué, pero esta semana me he acordado de una película de Paco Martínez Soria (sí, sí, yo soy fan de cine de barrio, y de las pelis españolas «antiguas». En concreto, de Don Erre que Erre, en la que se nos retrata a un ciudadano insistente, protestón, concienzudo y cumplidor hasta la saciedad. Sin llegar a tanto (al fin y al cabo, la película es una caricatura de una persona tipo), podría decirse sin miedo a errar que yo mismo soy bastante cabezota, y que no me viene mal el calificativo errequeerresco, o ydaleño (de ¡y dale!, expresión bastante común en mi entorno cuando digo una y otra vez lo mismo).

Quizá es que no he entendido muy bien ese rollo de las virtudes, concretamente una de ellas: ¿qué es eso de ser perseverante? ¿Tiene que ver con ser un machaca? Veamos. ¿Alguien nos ilumina?

«La perseverancia es una virtud por la cual todas las otras virtudes dan fruto» (Arturo Graf).

Hombre, don Arturo, le agradezco el esfuerzo, pero yo lo que quiero saber, antes de eso, es qué es exactamente la perseverancia. Preguntemos a doña RAE, pues: «Perseverancia: Acción y efecto de perseverar. Perseverar: Mantenerse constante en la prosecución de lo comenzado, en una actitud o en una opinión. Durar permanentemente o por largo tiempo. Perseverancia final: Constancia en la virtud y en mantener la gracia hasta la muerte».

Mi madre dijo de mí hace muchos años, fruto de la observación, pero sobre todo del cariño que sólo una madre sabe profesar, que yo, cuando me meto de corazón en una tarea, cuando me involucro en algo que me engancha, me entrego a ello en cuerpo y alma. Igual es que he sido, entonces, perseverante, porque me he mantenido constante en la prosecución de lo comenzado? Puede que sí, pero paralelamente a esto, mi paciencia, según un buen amigo, la tengo sin estrenar, y además cambio de posición, brincando, con más facilidad que un saltamontes. Por no decir que me gustan más las americanas (prendas) que a un político… Cualidades estas poco virtuosas y poco compatibles con la perseverancia. Sin embargo, alimento mi blog todas las semanas… 

En fin, dejémonos de si soy o no perseverante, que no es esta la finalidad de mi comentario. Descartemos, primero, atendiendo a la RAE, a aquellos falsos perseverantes, a aquellos que son, más que virtuosos, meros errequeerres (me acabo de descartar, jejé). Por ejemplo, descartemos a los pesados, a los plastas. ¿Por qué? Porque el pesado es «tardo o muy lento; molesto, enfadoso, impertinente; aburrido, que no tiene interés; ofensivo, sensible; duro, violento, insufrible, difícil de soportar». Dejemos, sin embargo,a los insistentes, que simplemente tratan de «mantenerse firmes en algo». Descartemos a los sísifos, porque esos se dedican a subir incensantemente una piedra una y otra vez (perseverancia), pero no lo hacen como acto volitivo, sino por obligación, porque no tienen más remedio, por castigo divino. La perseverancia, que es una virtud, nunca puede ser un castigo, sino un regalo divino. Y los sísifos no entienden lo suyo como regalo, como oportunidad, sino como engorrosa e irremediable tarea. Los perseverantes ven el horizonte en la tarea que emprenden, los sísifos no ven nada, y por eso arrastran los pies.

Puede que haya más «descartables», pero yo me atrevería a decir que la inmensa mayoría entran en estas dos categorías: pesados o sísifos. Los perseverantes hacen una y otra vez lo mismo, insisten, repiten, vuelven a intentarlo, pero lo hacen con una sonrisa, quizá no en la cara, pero sí en el cerebro y en el corazón. Lo hacen sabedores de que en el esfuerzo, en la insistencia, en la perseverancia, está el premio. Ni siquiera tienen la certeza de que lograrán un día lo que intentan, pero perseveran porque están convencidos, aun con dudas momentáneas, de que están donde tienen que estar, haciendo lo que tienen que hacer, formando parte del engranaje exacto en el momento preciso.

Vamos ahora a la frase de don Arturo. «La perseverancia es una virtud por la cual todas las otras virtudes dan fruto». Veamos. La paciencia, por ejemplo, es una virtud. Que yo tengo sin estrenar. Para ejercitarla, tendré que perseverar en ella, dice don Arturo, y así, finalmente, veré fructificar mi paciencia. Jopetas, pues con la paciencia la frase-cita da en el clavo, está claro. Probemos con otra: la discreción, por ejemplo. Si uno es un indiscreto, como yo, y quiere aprender a ser más discreto, tiene que probar, e insistir, porque si no insiste a la primera de cambio se le escapará algo que no debe… Y así, ensayando, practicando, poniendo a prueba la discreción, se acaba siendo discreto. ¡Pues también funciona!

Pero, bueno, ¡si es que funciona con todo, no sólo con las virtudes!: Si no sabes manear bien el excel, persevera, practica, aprende, ponte delante y ensaya, inténtalo, equivócate y vuelve a empezar, sigue insistiendo, estudia, y acabarás manejándolo. 

La perseverancia vale para estudiar, para trabajar, para aprender, para hacer deporte, para jugar… ¡Hasta para enamorar!

¡Y dale! El que la sigue, la consigue. Acabo con la frase-cita que envía hoy Proverbia.net: «Se aprende a hablar, hablando. A estudiar, estudiando. A trabajar, trabajando. De igual forma se aprende a amar, amando» (san Francisco de Sales). Pues eso. Y perseverando.

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