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Un pensamiento de Platón

Hola, corazones

Comienza poco a poco a llegar el frío a nuestras calles, a introducirse en nuestros hogares hasta obligarnos, en breve, a incrementar nuestra factura de la luz… Estamos en esa época del año que hace ya mucho tiempo me permitió, merced a la intervención de un profesor, obtener una extraordinaria calificación académica. Se trataba de una redacción. El profesor, que nos pedía siempre que nos acercáramos al trono de la sabiduría con sumo respeto, para no profanarlo, proponía cada semana un tema sobre el que debíamos escribir. Me gustaba escribir, me provocaba una íntima satisfacción escuchar el tema propuesto y tener que entregarle, en menos de una hora, folio y medio escrito con una cierta calidad literaria. Dos fueron los temas que más recuerdo, que mejor sabor de boca me dejaron, y que mejor calificación merecieron: “Las bibliotecas medievales” y “El otoño, ¿época de los taciturnos?”. Creo que desde entonces me gusta el otoño. De lo mucho que rebusqué en mi cerebro adolescente para darle una vuelta a los tópicos del color, la temperatura, la luz, la humedad, la hojarasca…, y presentar algo que pudiera resultar original, o al menos fluido.

Y ahora que estoy en casa, con la pierna en alto, me doy cuenta de que no necesito casi más que la ventana para darme cuenta de la venida del otoño, con sus colores pardos, tostados, con las diversas tonalidades de la madera, con su caída de luminosidad casi a primera hora de la tarde, con la frescura del aire que penetra en mi salón por las ventanas, con las hojas que se caen (se me han ido muriendo las flores que me compré el otro día, qué casualidad). Desde mi ventana, desde la que aparentemente no se ve casi el cielo, y las barandillas de la corrala asoman cuando los vecinos retiran la ropa de sus cuerdas, se ve la llegada en plenitud del otoño verdadero.

Y eso me basta. Como a Platón:

«Si no deseas mucho, hasta las cosas pequeñas te parecerán grandes» (Platón).

Me viene a la cabeza una frase de Robert Louis Stevenson que decía (cito de memoria, quizá me equivoco) que sólo necesita el cielo sobre su cabeza y el camino bajo sus pies. No sé si era para sentirse libre, para ser feliz o para saberse vivo, pero cualquiera de las posibilidades me sirve: con poco (o con mucho, la verdad) se conformaba Stevenson, y poco nos recomienda Platón que deseemos.

¿Conformismo? No creo que sea esa la idea subyacente en el pensamiento de nuestro cavernícola filósofo. Eso es más bien lo que deducen aquellos que quieren controlarnos, bien sea por el control de nuestro pensamiento, de nuestra economía o de nuestro intelecto. Hasta los oligopolios empresariales se dedican a ello, de una forma un poco más enrevesada: te ofrecen poco haciéndote pensar que es muchísimo y que de ese muchísimo que ellos te dan depende, precisamente, tu felicidad.

Pero si eres tú solo el que desea poco, todo lo que recibas de más te parecerá grande, y no por inducción ni por manipulación, sino por convencimiento. Porque cuando nada esperas, cuando nada deseas, todo lo que recibes te parece un regalo. Una llamada de teléfono recibida cuando no la esperas puede ser tenida como un acto de amistad profunda, sincera, y verdadera que te hará sentirte más unido a quien te llama, más agradecido a quien se ha acordado de ti.

¿Conformismo? No. Adaptabilidad. Uno siempre desea lo mejor, claro. Pero lo mejor no siempre es alcanzable. Depende de las circunstancias. Y si las circunstancias no permiten alojarse en un resort de lujo, quizá adaptarse y dormir en una tienda de campaña pueda convertirse en una experiencia más gratificante y placentera de lo que imaginas. Si las circunstancias no permiten ese restaurante de platos de diseño con comida deconstruida, quizá un pincho de chistorra puede convertirse en un manjar mucho más apetecible.

Lo que nos recomienda Platón tiene dosis de conformismo, mejor, de adaptabilidad; también de humildad, para saber reconocerse merecedor de lo pequeño (hay mucho idiota que lo rechaza pensando que merece cosas mejores) y para no desear lo inalcanzable; inteligencia, para discernir las diversas opciones, analizar las circunstancias y afrontar con realismo los resultados; ilusión y buen humor, para recibir lo que sea con alegría y gratitud.

Igual por eso lo pequeño es grande, y los pequeños son grandes…

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