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Un pensamiento de William Faulkner


 
Finaliza poco a poco el año. Muchos dirán que ya era hora, que menos mal, que año tan fatídico y traidor debería correr más para irse, que está tardando. Ciertamente el año ha venido cargado de noticias cuando menos desagradables, que han llenado día sí día también las páginas de nacional, internacional, economía, sociedad y opinión de todos los periódicos. Los balances que ya comienzan a hacerse, los resúmenes del año, van a recordarnos todas esas noticias como si estuvieran aún tan vivas como el día en que se produjeron (algunas de ellas son noticias de larga duración, ciertamente). 
 
El balance personal puede también parecer desolador. Muchos podremos hablar, en primera persona o como testigos cercanos, de sufrimiento, enfermedad, paro, problemas económicos, desamor, rencor, pérdidas… 
 
Parece frívolo que llegue yo ahora diciendo que, aun habiendo sufrido yo mismo o muy de cerca alguna de las anteriores circunstancias, tengo que hacer un balance algo más positivo. En este año que acaba, he cambiado de ocupación laboral, y tanto la que dejé atrás como la que he emprendido me producen enormes satisfacciones (claro que también dan algunos quebraderos de cabeza, cansancio y otras cosillas…); he publicado un libro que ha visto en nada de tiempo una segunda edición y camina con paso firme hacia la tercera, he visitado la Ciudad Eterna (tantos años desaprovechados)… Y nada de esto se me había pasado por la cabeza, o al menos no había alcanzado dentro de mi mente el estado de posible, sino más bien el de sueño, utopía, ojalá, Dios te oiga, no fuera malo, si fuera posible…
 
Por eso he querido buscar esta semana una frase-cita especial, positiva, esperanzada. Lo he hecho en la Agenda San Pablo 2012, en las páginas de mediados de diciembre, y he encontrado no una, sino varias frases muy interesantes. Tantas que me ha costado decidirme. No voy a cometer la estupidez de felicitar a quien ha reunido tal colección de bellos pensamientos en tan pocos días, curiosamente de Adviento, porque es felicitarme a mí mismo (o sí, y me felicito, ea). Finalmente, he decidido quedarme solo con una frase:
 
«Siempre sueña y apunta más alto de lo que sabes que puedes lograr» (William Faulkner).
 
Quiero, dice el niño sentado en su silleta mientras señala el estante del supermercado donde unos (inexplicablemente para mí) atractivos aperitivos agusanados en forma y fabricados de sucedáneo de petróleo con sabor a queso y colorante naranja indeleble parecen llamarle, pero cuya mano no alcanza. Finalmente, los logra. Y se pone morao, digo naranja…
 
Quiero, decía un cabezota solterón con poco sueldo, anhelando una casa con tanto ahínco que comenzó comprándose vajilla, cubertería, cristalería y lámparas de techo y rescatando mobiliario diverso de los contenedores del barrio para amueblar una hipótesis que… acabó convirtiéndose en realidad (minirrealidad, para ser exactos). Me ofendía, de hecho, cuando oía reclamar a la gente viviendas dignas porque pensaban que las de menos de treinta metros no lo son. El otro día me explicó una amiga que vivienda no digna es la que no tiene agua corriente ni sanitarios. Mi vivienda, entonces, es más que digna, pues tengo proporcionalmente más cuartos de baño por metro cuadrado que cierta señora famosa por sus alicatados…
 
Quiero, decía un patoso que no sabía hacer la o con un canuto, o mejor, que no sabía tocar las teclas del ordenador nada más que para escribir en un procesador de textos. Y al final tuvo un blog. Y el blog creció, y tuvo una página. Y alcanzó un número muy respetable de seguidores. Y superó las treinta mil visitas. Y…
 
Sueña y apunta más alto. ¿La luna? Pues venga. Armstrong llegó (y lo cantó: What a wonderful world…). Sueña y apunta más alto. ¿Ella? Si no te acercas, nunca tendrás respuesta, ni sí ni no, ni solo te quiero como un buen amigo o un hermano mayor… Sueña y apunta más alto. Vale, no siempre lo vas a conseguir. Mi amiga (otra: tengo muchas, y todas buenas) me obligó a presentarme al Hiperión, y evidentemente no pasó nada. Debo imaginar que alguien tuvo la paciencia de leer mis textos, y de otorgarles un generoso «no pasa» antes de archivarlos en el armario hasta que, meses después del fallo, alcanzaran la otra vida en la trituradora de papel (peor hubiera sido que el lector, llegado el quinto verso, dijera «menuda mier…» y lo tirara sin más a la peipolera más cercana).
 
Sueña y apunta más alto. El «no» ya lo tienes. Pero el sí se estira siempre, está siempre expectante, presto al servicio de quien lo busca y solicita. Vaya, quería una aliteración más rotunda, pero no lo he logrado. Si es que el Hiperión no era para mí, está claro. Pero tengo mis cositas, mis pinitos, mis bobaditas. Y me tienen saisfecho.
 
Sueña y apunta más alto. Y pon luz en tu mirada.

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