Varias de
las cosas (¡por Dios, qué palabra más vulgar!, si estuviera aquí mi profesora
de Redacción me suspendería, y me daría infinidad de opciones para mejorar mi
estilo y eludir palabras ambiguas y generales) que me han sucedido esta última
semana han tenido un denominador común: el diálogo. Como dice la RAE ,
un diálogo es una «plática
entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos».
Y eso es lo que he tenido cuando me han hecho una entrevista radiofónica (sí, a
mí, ya ves qué cosas), cuando he comentado con mis amigos la película que
acabábamos de ver (y que recomiendo: Los Miserables, y eso que el título
engaña, porque en esta historia todos, o casi todos los personajes, son mucho
más dignos que lo que estamos acostumbrados a ver en nuestros días…), cuando he
reducido, con palabras y una taza de té, una pequeña crisis de ansiedad
familiar, cuando he asistido, por motivos de trabajo y también afectivos, a una
entrevista periodística a un autor, testigo directo de grandes sucesos
cotidianos de la historia de la
Iglesia reciente…
O cuando he comenzado a leer el
prólogo del último libro que me han regalado, porque leer también es dialogar;
recordemos lo que dice al respecto André
Maurois: «La lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el
libro habla y el alma contesta». O cuando he preguntado y he
estado a la escucha (es Machado
quien recomienda, para dialogar, preguntar primero y escuchar después). O cuando
he besado, pues si hacemos caso a George
Sand, «el beso es una forma de diálogo» (vaya, estoy pensando que en esta
modalidad dialogal estoy algo «más flojo», jopetas, ¿alguien me ayuda?). O cuando he meditado sobre
la vida, en general, o sobre la mía, en particular, no he hecho más que poner
en diálogo mi alma consigo misma («A ver, Alvarito,
¿qué estabas haciendo?», me digo a veces a mí mismo cuando nadie, ni mi vecina,
que está sorda, me oye).
En fin,
que no paro de hablar, vamos. No sé bien, entonces, si la frase-cita debería
hablar del diálogo (habla, que te escucho) o del silencio (¡ya cállate ya!). En
el fondo, creo que ya hemos hablado suficiente por esta vez sobre el diálogo y
su esencia, y hemos podido ver que un beso, una palabra, un silencio, una
oración (ya dice santa Teresa que «no es otra cosa oración mental, sino tratar de
amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama»), una
mirada interior son o pueden ser un diálogo. Quedémonos mejor con algo más
práctico, con un consejo sobre el diálogo:
«Cuando
converses con alguien, no olvides que el diálogo supone alternancia en el uso
de la palabra; cédele el turno oportunamente al resto de interlocutores, para
que todos puedan exponer cuanto piensan.
Si es otro el que está hablando, escúchalo con atención y no
lo interrumpas, ya tendrás tiempo después de pedir la palabra para corregir,
matizar, corroborar o contradecir lo expuesto por tu interlocutor.
No monopolices el diálogo, no agotes el tema ni cambies de
asunto sin dar a los otros la oportunidad de intervenir y hacer su aportación»
(Momento 40).
Que
tengáis una buena semana.
Comentarios