¡Qué barbaridad! ¡Qué de
noticias! Últimamente los papeles dan para empapelar muchas paredes. ¿Se pueden
empapelar las celdas? Tendré que preguntárselo al prior, o al alcaide… Pero, en
fin, no quiero entrar a comentar noticias, y menos a acusar a unos y a otros,
ni a decir que todos son iguales. Ni es mi estilo, ni este es el sitio, ni
tengo ganas de hacer lo que hace todo el mundo.
Yo prefiero quedarme con
otra noticia: Juan XXIII, el papa
bueno, va a ser canonizado. Recuerdo la alegría que me produjo su
beatificación, y la satisfacción y el orgullo de haber escrito y firmado la voz
que lleva su nombre en el Diccionario de los santos. Quiere la
providencia que los papas no suban a los altares solos, o de uno en uno, sino
acompañados, al menos, de otro pontífice. No sé si sus antecesores accedieron
solos a los altares (Pío X, por
ejemplo), pero al menos con Juan XXIII
ni ha sido ni va a ser así: fue beatificado junto con Pío IX y será canonizado junto con Juan Pablo II. Habrá quien piense otras cosas. A mí me encantan
ambos emparejamientos, dicen mucho de la comunión eclesial y también de la
pluralidad.
Particularmente,
tengo a Juan XXIII una devoción
especial. Quizá sea debido a que tuve que bucear en su vida y en sus escritos
para redactar su voz, y me dejé, si no empapar, sí maravillar por su persona.
También a Juan Pablo II le tengo
gran cariño: es el único papa al que he tenido cerca, casi hasta tocarle, y el
único al que he fotografiado. Como no puedo proponer una frase-cita de ambos,
pues me extendería demasiado y ni tengo tiempo ni mis lectores ganas de
aburrirse con mis comentarios enciclopédicos, me quedo de momento con una frase
de su Diario del alma:
«Estamos en la tierra no para guardar un museo, sino para cultivar un
jardín floreciente de vida y al que espera un porvenir glorioso» (Juan XXIII).
Cómo
enmendarle la plana a todo un Santo Padre Santo? Ni se me ocurriría.
Estamos
en la tierra no para guardar un museo. Dudo mucho que el Papa Bueno tuviera nada en contra de los museos, del arte, de la
conservación de la belleza y del trabajo realizado con primor y maestría. Es la
actitud la que corrigen sus palabras, no la tarea.
Estamos
en la tierra para cultivar un jardín. Actitud que me atrevería a decir que está
en los orígenes del mandato divino a los hombres y mujeres: creced y
multiplicaos, y poblad la tierra y dominadla (como domina la sabiduría:
conociendo).
Estamos
en la tierra, todos, no solo los Papas, no solo la Iglesia: todos los hombres y
mujeres del mundo, no para guardar un museo, sino para cultivar un jardín
floreciente y al que espera un porvenir glorioso. ¡Cuánto por hacer! Cuánta
destrucción, cuánta hambre, cuánta miseria, cuánta muerte en nombre de la
preservación de la tierra, en nombre de la protección puesta por encima de todo
valor, incluso del más importante y primario, que es el valor de la vida.
Porque
estamos en la tierra para cultivar un jardín floreciente de vida, no podemos
consentir que el jardín se marchite, que no florezca, que perezca por falta de
riego, por abandono de sus cuidados, por desidia del jardinero.
Si yo me
aplicara, como dice el Papa Bueno,
en cultivar el jardín que está a mi alrededor, a mi cargo, en cuidarlo,
regarlo, desbrozarlo, abonarlo… seguramente tendría a mi alrededor arbustos más
bellos, flores más vistosas y olorosas, frutales más generosos, árboles más
robustos, hierba más acogedora, sombras más refrescantes.
Hagamos
el esfuerzo por llevar esta metáfora a nuestra propia vida, a nuestros propios
jardines. Pronto veríamos recompensado nuestro esfuerzo como jardineros con un
estallido de vida llena de futuro.
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