Este va a ser un mensaje
diferente. No voy a hacer entradas supuestamente ingeniosas, no voy a exponer
los pensamientos de nadie al escarnio de mis comentarios, no voy a contar nada
personal. O quizá sí.
Ha querido la casualidad
que nunca es tal que en dos días consecutivos, precisamente en una extraña
semana de trabajo y posterior silencio un tanto asfixiante en casa, que cayeran
en mis manos, en días consecutivos, dos interesantes libros. Ambos están a
caballo, más a un lado del puente que al otro, entre la literatura espiritual y
la poesía mística. Obviamente, no los he leído enteros todavía, no soy una
máquina de devorar páginas inspiradas, pero sí que he encontrado, al echarles
un vistazo, algunos poemas que me han llamado la atención, hasta el punto, y
creo que esto es algo fundamental en poesía, de hacerse míos con solo una
lectura. Voy a reproducir dos, uno de cada libro, y no voy a dejar comentarios,
pues como dice la clásica expresión, de clásica ya casi pretérita, «huelgan los comentarios». Los libros son (por orden de llegada a
mi escritorio): La pascua de los sentidos, de Benjamín González Buelta, SJ, editado por Sal Terrae, y Al son de la Palabra, de Pedro Langa Aguilar, OSA, editado por RyC. Para los profanos en las
abreviaturas congregacionales, «EseJota» significa
jesuita, y «OEeseA», agustino.
Vamos con los poemas,
también por orden de lectura:
«Señor,
pronuncio
nombres
Conversión
«Señor,
que en mí no se han convertido
en tu imagen,
cargo golpes
que en mí no se han convertido
en tu ternura,
me escuecen insultos
que en mí no se han convertido
en tu humildad,
me cercan situaciones
que en mí no se han convertido
en tu esperanza.
Conviérteme, Señor, en
tu imagen,
tu ternura,
tu humildad,
tu esperanza.
¡Conviérteme, Señor, en ti!»
(Benjamín González Buelta).
Dime que no es así
«Dime que
no es así, que yo no puedo
vivir
dormido tantas horas muertas, dime que las mentiras son inciertas,
que todo, al fin, ha sido puro enredo.
Dímelo con tu voz, en tono quedo,
demuéstrame por siempre que tus puertas,
lejos de clausurarse, están abiertas
para cruzarlas por tu amor sin miedo.
Dime que ya está bien, que ya es la hora
de que despierte, al fin, de mi letargo
y supere el pasado de tardanza.
Dímelo con tu voz limpia y sonora,
dímelo, te lo ruego, te lo encargo,
dime que puedo abrirme a la esperanza»
(Pedro Langa Aguilar).
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