Una amiga
y compañera de trabajo me contó hace poco que existe un interesante reto
personal que se está difundiendo entre la gente de bien de un modo casi viral.
La cosa consiste en lo siguiente: uno se pone una pulsera, o un anillo, o un
pendiente, o cualquier otro adornito susceptible de cambiar de sitio. Y cada
vez que protesta, se queja, rezonga, critica o piensa mal de alguien, conocido
o no, debe cambiarse el adornito de lado. El desafío es alcanzar los 21 días
sin que el adornito sufra mudanza.
¿Os imagináis,
21 días sin que yo critique a nadie, ni me queje de nadie (ni de nada, hasta
Metrosauna se salvaría), ni rezongue por nada, ni piense mal de nadie?
Inaudito. Eso no es un reto alcanzable, es una llamada a la santidad, casi.
¡Ah!, pero, ¿acaso tú no estás llamado a la santidad? Y sin pulserita o
pendientito por medio… Así que, si el chirimbolito de adorno te recuerda el
camino, ¿por qué despreciarlo? Al fin y al cabo, pulserita ya llevo, casi
siempre (algunas son solo adornos, pero otras, además, tienen un uso «terapéutico»:
un rosario, un souvenir de algún santuario…). Claro que no me veo cambiando el
rosario de nudos de muñeca cada cinco minutos. Al final me echarían del trabajo
por pérdida manifiesta de tiempo...
En
cualquier caso, este reto de vigilar la propia conducta hacia los demás con la
intención de modificarla me parece buena cosa. De un modo u otro, voy a
intentar hacerlo. Claro que los hay que me lo ponen muy difícil… Y no quiero
andar todo el día con el dedo en el periódico, como diciendo: «Mira, estos no me
ponen nada fácil que no piense mal de ellos ni los insulte ni los maldiga ni…».
Anda que no hay de esos…
No sé si
esto entronca o no con la frase-cita que he elegido para hoy, pero… Veamos:
Mira,
pues sí entronca. Todos esos que me encuentro en los periódicos que me hacen
desearles una prolongada estancia en el infierno, seguramente ya lo están,
porque son incapaces de amar. Puede que sean capaces de sentir cariño hacia sus
progenitores o hacia sus parejas, o incluso hacia sus camaradas, pero de ahí a
que amen… Puede que sean capaces de hacer el amor, pero de ahí a que amen…
Puede que sean capaces de manifestar su apoyo con algunas causas que consideran
de justicia, y que hasta puedan experimentar la solidaridad humana, pero de ahí
a que amen… Estaré siendo demasiado duro. No lo sé. Pero estoy tan convencido
de que el amor está ligado a la vida, al deseo de vida, al entusiasmo por la vida,
a la experiencia de la vida, que aquellos que se dedican a sembrar muerte, a
difundir muerte, a propagar muerte, no pueden ser capaces de amar, de amar de
verdad, de amar con ese amor que es Amor, con mayúsculas.
Amor que
muchas veces quienes sí manifiestan el deseo de vida, el entusiasmo por la
vida, la experiencia de vida, tampoco siembran, ni difunden, ni propagan. Lo
impiden las quejas, las críticas, los bullebulles rezongueros, los malos
pensamientos y deseos hacia los otros.
Círculo
vicioso…
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