El pasado domingo, cuando regresaba a mi
casa, vi pasar una ambulancia del Samur. Su trayectoria y la mía coincidían,
hasta tal punto que ambos íbamos al mismo portal. Cuando llegué, una vecina me
hizo entrar en el portal y me dijo que creían que había un vecino muerto en su
casa. Me quedé sujetando la puerta mientras entraban dos policías municipales,
un médico del Samur y cinco bomberos, a cual más alto y más grande que el
anterior. Detrás, la vecina y una chica, conocida del dueño de la casa que iban
a abrir y que era quien había dado la voz de alarma por la ausencia continuada
del hombre en los últimos días. Efectivamente, todas las sospechas se
cumplieron: el hombre yacía tranquilamente en su cama, tan tranquilamente como
que estaba muerto. Me fui a mi casa pensando en que esta era la tercera vez en
el edificio, algo que no creo que sea demasiado habitual para un edificio medio
de Madrid. Poco antes de que yo comprara mi piso, encontraron muerto a un
vecino (o vecina, no lo sé) en el primero. Hace unos dos años y medio,
aproximadamente, ocurrió exactamente lo mismo en el tercero (en esa ocasión la
alarma la dio un perro con muy buen olfato y mucha curiosidad). Y el domingo,
el suceso había ocurrido en el bajo. Yo estaba en ese momento viendo la serie
de investigación criminal Bones, y
me dije: yo vivo en el segundo, ¿vendrá Temperance
Brenan a visitarme? Sería una lástima, pues ella solo visita a personas que
no tienen posibilidad de atenderla ni recibirla adecuadamente…
Bromas aparte, el suceso deja que pensar.
Sobre la muerte, sobre la soledad, sobre la imprevisibilidad de la vida, sobre
la fugacidad, sobre el tiempo… Toca, pues, hablar de la muerte. No llega a ser
un tema recurrente para mí, pero tampoco lo evito, soy consciente de que está
ahí…
Soy consciente de que la muerte está ahí, de que
es inevitable, de que tarde o temprano ocurrirá, de que es inherente a la vida…
Soy consciente de que a lo largo de la vida uno se enfrenta y ve, y sufre,
muchas muertes: las de familiares y amigos, las de vecinos y conocidos, las
inesperadas y las dilatadas en el tiempo, las que provocan la barbarie
terrorista y las guerras, las que nos muestran los telediarios, las que
conocemos por las esquelas, las que, aun ficticias, vemos constantemente en
cine y televisión… No sé, don Bertoldo,
si temo o no a la muerte, como dice, pero al menos soy muy consciente de ella.
Más desde el episodio del domingo.
Veo muy acertado, pues, su consejo. No es a la
muerte a la que hay que temer. Al menos a la propia. Veo más comprensible el
temor a la muerte de un familiar, el temor a la muerte de un líder, el temor
ante (no a) la muerte que provoca una incertidumbre en la vida de una familia,
de una comunidad, de un país… En realidad, ese temor no es tampoco un temor a
la muerte en sí, sino al propio sufrimiento, a la soledad, al vacío de orfandad
que deja esa ausencia. Pero la propia muerte, ¿por qué temerla?
Sin embargo, dice don Bertoldo que sí que hay
que temer a una vida inadecuada… Una vida inadecuada puede llevar a una muerte
dolorosa, a una muerte violenta, o a la muerte, voluntaria o involuntaria, de
otros por su causa. Una vida inadecuada puede llevar a un después de la muerte
no deseada. Porque lo que preocupa no es la muerte en sí, sino el después, el
qué y cómo sea lo de después. Y lógicamente, una vida inadecuada parece llevar
a un después determinado, y posiblemente no muy favorable ni adecuado.
Por eso creo que la vida debe ser (o tender a
ser, que la cosa no es tan fácil ni inmediata) adecuada. Ahora bien, ¿adecuada
a qué? Ahí don Bertoldo parece que nos deja vía libre para adecuar nuestra vida
a los principios que elijamos. ¿Y quién quiere elegir adecuar su vida a la maldad,
a la fealdad, al odio, al tedio, al espanto, al horror?
Una vida adecuada es una vida construida con la
coherencia en unos principios sólidos, vivida con consciencia, de un modo
activo y atento a las circunstancias, a las personas, al mundo que nos rodea.
Una vida adecuada es una vida que avanza entre las dificultades, que sale
adelante por sí misma y a favor del otro. Una vida adecuada es una vida que
tiene amor, solidaridad, compasión, ternura, fraternidad… Una vida adecuada es
una vida que tiene razón de ser y no teme desaparecer porque sabe que su
desaparición construye. Como la semilla.
Una vida adecuada, eso es lo que querría poder
que he vivido cuando, llegado al después, me pregunten por lo que llevo en las
manos… Una vida adecuada…
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