Buenos días, queridos amigos.
Me piden que sea optimista, alegre, desenfadado, después de una larga temporada, como atestiguaron varios de mis lectores, de pesimismo y descarga de dolencias anímicas, psíquicas y físicas. Y mi predisposición a obedecer a tal sugerencia era grande, pues no me lo dijeron de manera perentoria ni impositora, sino como petición o imprecación anhelante. Y comenzó la semana bien, aportando noticias gratificantes y situaciones agradables. Pero nada es perfecto. Y llegó de nuevo una afección que, si bien no me ha cortado el pesimismo, me tiene a la vez dolorido y envarado, rígido no tanto en lo moral o en lo intelectual, que eso siempre ha sido así, sino principalmente en lo corporal. Así que no prometo nada. Aunque la frase seleccionada (tomada de la excepcional Agenda San Pablo, día 7 de noviembre de 2009), invita a la felicidad, no estoy demasiado inspirado, lo siento.
«La clase de felicidad que necesito es menos hacer lo que quiero que no hacer lo que no quiero» (Jean Jacques Rousseau).
Si uno hace lo que quiere llega a una satisfacción que puede dar apariencia de felicidad, porque la satisfacción inmediata del deseo, del apetito, proporciona una sensación agradable. Pero se pregunta Juan Jacobo si esa felicidad derivada de la satisfacción inmediata es la felicidad necesaria, que hemos de suponer que es una felicidad más duradera, más sólida en sus fundamentos (volvemos a aquello de en qué basar la felicidad y la alegría).
Si uno deja de hacer lo que no quiere, tiene, en principio, la misma satisfacción inmediata: no quiero hacer algo y no lo hago, y eso me proporciona la misma sensación agradable. Quizá mayor, porque, en ese no hacerlo, me estoy reconciliando conmigo mismo, con mi voluntad.
Claro que para ello habrá que haber formado previamente la voluntad. Porque no es lo mismo negarse a hacer algo que no quieres y además no debes hacer, que negarse a hacer algo que no quieres pero que debes, moralmente, hacer.
Me piden que sea optimista, alegre, desenfadado, después de una larga temporada, como atestiguaron varios de mis lectores, de pesimismo y descarga de dolencias anímicas, psíquicas y físicas. Y mi predisposición a obedecer a tal sugerencia era grande, pues no me lo dijeron de manera perentoria ni impositora, sino como petición o imprecación anhelante. Y comenzó la semana bien, aportando noticias gratificantes y situaciones agradables. Pero nada es perfecto. Y llegó de nuevo una afección que, si bien no me ha cortado el pesimismo, me tiene a la vez dolorido y envarado, rígido no tanto en lo moral o en lo intelectual, que eso siempre ha sido así, sino principalmente en lo corporal. Así que no prometo nada. Aunque la frase seleccionada (tomada de la excepcional Agenda San Pablo, día 7 de noviembre de 2009), invita a la felicidad, no estoy demasiado inspirado, lo siento.
«La clase de felicidad que necesito es menos hacer lo que quiero que no hacer lo que no quiero» (Jean Jacques Rousseau).
Si uno hace lo que quiere llega a una satisfacción que puede dar apariencia de felicidad, porque la satisfacción inmediata del deseo, del apetito, proporciona una sensación agradable. Pero se pregunta Juan Jacobo si esa felicidad derivada de la satisfacción inmediata es la felicidad necesaria, que hemos de suponer que es una felicidad más duradera, más sólida en sus fundamentos (volvemos a aquello de en qué basar la felicidad y la alegría).
Si uno deja de hacer lo que no quiere, tiene, en principio, la misma satisfacción inmediata: no quiero hacer algo y no lo hago, y eso me proporciona la misma sensación agradable. Quizá mayor, porque, en ese no hacerlo, me estoy reconciliando conmigo mismo, con mi voluntad.
Claro que para ello habrá que haber formado previamente la voluntad. Porque no es lo mismo negarse a hacer algo que no quieres y además no debes hacer, que negarse a hacer algo que no quieres pero que debes, moralmente, hacer.
Comentarios