Buenos días, queridos amigos.
Ni el despertador ni el calefactor ni el calentador ni la cafetera ni la tostadora ni el quiosquero ni el metro ni mi ciego me han tratado mal esta mañana, antes al contrario: todos han hecho su trabajo con eficacia para dejarme en mi lugar de trabajo presto a entregarme a la tarea de entreteneros durante un rato. Y puesto que todo ha ido bien, me vais a permitir que no tome hoy la frase-cita al azar (al azahar, como decía con jocundidad un hermano mío), sino que la seleccione de entre las que propone para esta misma semana la sublime Agenda San Pablo 2009 (ya está a la venta el imprescindible volumen para el 2010). Esto es lo que nos propone hoy, pasado por la «criba voluntatis mea» (seguro que el latín está mal, ya habrá quien me lo corrija) nada menos que don Leonardo:
«La naturaleza benigna provee de manera que en cualquier parte halles algo que aprender» (Leonardo Da Vinci).
Creo sinceramente que don Leonardo, no podía ser de otra manera, tiene toda la razón: siempre, en cualquier parte y de todo lo que se presenta ante nuestros ojos (sentidos) se puede aprender. Esto es algo que ya he expresado en más de una ocasión en este mismo medio. Porque es algo de lo que estoy plenamente convencido, aunque no debo de ser plenamente consciente de ello, ya que en la mayoría de las ocasiones no soy capaz de llevarlo a la práctica.
Porque, ¿qué se puede aprender de la rutina, qué del tedio o del hastío, qué de la aglomeración, qué de la concatenación de sucesos que se nos presenta constantemente en los medios de comunicación? ¿Qué de los acontecimientos imprevistos, de los sustos, de los disgustos, de lo impredecible que nos asalta a la vuelta de la esquina o se aproxima a nosotros amenazante apenas está rayando el alba?
Cierto que don Leonardo está hablando de la naturaleza benigna, y podemos tener tendencia a entender esa benignidad como las bondades que nos rodean, con el riesgo de eliminar rápidamente a las maldades, o a las “no-bondades” del elenco docente. Craso error: cuando don Leonardo habla de naturaleza benigna, se refiere no tanto a esa bonita mañana primaveral en el campo florido, sino a la propia condición de la naturaleza, que todo lo provee (incluso la destrucción) a quien de ello desea sacar provecho.
Ni el despertador ni el calefactor ni el calentador ni la cafetera ni la tostadora ni el quiosquero ni el metro ni mi ciego me han tratado mal esta mañana, antes al contrario: todos han hecho su trabajo con eficacia para dejarme en mi lugar de trabajo presto a entregarme a la tarea de entreteneros durante un rato. Y puesto que todo ha ido bien, me vais a permitir que no tome hoy la frase-cita al azar (al azahar, como decía con jocundidad un hermano mío), sino que la seleccione de entre las que propone para esta misma semana la sublime Agenda San Pablo 2009 (ya está a la venta el imprescindible volumen para el 2010). Esto es lo que nos propone hoy, pasado por la «criba voluntatis mea» (seguro que el latín está mal, ya habrá quien me lo corrija) nada menos que don Leonardo:
«La naturaleza benigna provee de manera que en cualquier parte halles algo que aprender» (Leonardo Da Vinci).
Creo sinceramente que don Leonardo, no podía ser de otra manera, tiene toda la razón: siempre, en cualquier parte y de todo lo que se presenta ante nuestros ojos (sentidos) se puede aprender. Esto es algo que ya he expresado en más de una ocasión en este mismo medio. Porque es algo de lo que estoy plenamente convencido, aunque no debo de ser plenamente consciente de ello, ya que en la mayoría de las ocasiones no soy capaz de llevarlo a la práctica.
Porque, ¿qué se puede aprender de la rutina, qué del tedio o del hastío, qué de la aglomeración, qué de la concatenación de sucesos que se nos presenta constantemente en los medios de comunicación? ¿Qué de los acontecimientos imprevistos, de los sustos, de los disgustos, de lo impredecible que nos asalta a la vuelta de la esquina o se aproxima a nosotros amenazante apenas está rayando el alba?
Cierto que don Leonardo está hablando de la naturaleza benigna, y podemos tener tendencia a entender esa benignidad como las bondades que nos rodean, con el riesgo de eliminar rápidamente a las maldades, o a las “no-bondades” del elenco docente. Craso error: cuando don Leonardo habla de naturaleza benigna, se refiere no tanto a esa bonita mañana primaveral en el campo florido, sino a la propia condición de la naturaleza, que todo lo provee (incluso la destrucción) a quien de ello desea sacar provecho.
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