Como veis, sigo fiel al saludo, provocado por el positivo influjo de la Igartiburu en mi memoria. Y como no tengo aún presentación a la vista con personaje mediático nuevo, pues así sigo. Espero no aburrir ni empalagar demasiado. Y si a alguno le molesta y se me pone «cobra», le contestaré así: «No te pongas así, corazón…», pronunciado avec douceur.
Como esta semana no tengo muchas cosas originales que contar acerca de mi sublime y excelsa persona, aparte de que he retomado la vida cultural (¡qué maravilla, la ópera!) y de que, como todo el mundo, empiezo a estar hasta la coronilla de esta lluvia, de este frío, de este invierno tan invierno, que parece de antes de que cambiara el clima… Me perdí. Como esta semana no tengo mucho que contar, pasaré directamente a la frase-cita, que me la proporciona nuevamente el envío diario de Proverbia.net. En esta ocasión nos vamos al mundo clásico para apreciar o contradecir la sabiduría abscondita en sus entrelíneas. Veamos:
«No es sabio el que sabe muchas cosas, sino el que sabe cosas útiles» (Esquilo).
Vaya, vaya. Se me ocurren muchas cosas respecto a esta frase-cita del gran clásico griego de agropecuario nombre. Pero hoy estoy tramposo, y me voy a llevar (como siempre, diréis) el pensamiento a mi terreno, para hacer una apología profesional.
Saber muchas cosas. Saben muchas cosas los estudiosos, los eruditos, los doctos, los informados, los letrados, los catedráticos… Y también los enterados, los listillos, los marisabidillos, los avispados… Y los periodistas (aunque luego se nos acusa de que en realidad no sabemos de nada, y de ahí los errores o inexactitudes de muchas informaciones).
Saber cosas útiles. Saben muchas cosas útiles los científicos, los técnicos, los ingenieros… Y también los mecánicos, los electricistas, los fontaneros, los albañiles, los agricultores… Y los periodistas (aunque luego se nos acusa de que empleamos mucha palabra para no decir nada).
¿Qué es mejor, saber muchas o saber cosas útiles? El que sabe muchas cosas puede ignorar otras muchas, porque nadie sabe de todo lo suficiente como para no necesitar de la sabiduría de los demás. El que sabe cosas útiles puede acabar siendo un pragmático, y no sólo de materia, de practicidad, de pan vive el hombre.
La mejor combinación, pues, se me antoja que es no tanto saber muchas cosas, o mucho de algo, sino saber así como por encima algo, o un poco, de casi todo, y saber, con todo, reconocer con humildad que esa sabiduría no es suficiente, que es necesaria la aportación de la sabiduría de otros que conocen más la materia que en cada momento se está analizando o tratando. Y a esto hemos de añadir saber cosas útiles. Y respecto a la sabiduría, la mayor cosa útil es saber dónde acudir, a quién preguntar, con quién entrevistarse, qué fuentes buscar, para saber más acerca de algo.
Así pues, y sé que con esto algunos van a contradecirme, otros van a decir que se me ve el plumero, es decir, el corporativismo profesional, considero, contra la opinión de Esquilo, que el sabio no es ni el que sabe muchas cosas ni el que sabe cosas útiles, sino el que sabe combinar ambos conocimientos para ampliarlos (y luego transmitirlos, referirlos, trasladarlos…).
Periodista sum… Deo gratias...
Comentarios
Saludos!
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