Podrán atacarnos, pero no vencernos; podrán invadirnos, pero no conquistarnos; podrán infiltrarse en nuestras filas, pero no destruirnos; podrán minar nuestras defensas, pero no inutilizarlas; podrán menguar nuestras reservas, pero no agotarlas; podrán coartar nuestra movilidad y nuestras funciones vitales, pero no lograrán destruir nuestra fortaleza.
Con este párrafo, de inspiración claramente paulina (de san Pablo, no de los paulinos), comienzo mi reflexión matinal de hoy entre toses y mucosidades, rodeado o invadido de virus, pero no vencido, al menos en lo que a mi voluntad se refiere. Otra cosa es lo que mi voz responde, pues no logra elevarse más allá del comúnmente llamado «fa de vaca», esa profunda nota similar al más musical de los mugidos proferidos en los cántabros seles (diccionario, amigos, diccionario). No sé si estaré repuesto el domingo para cantar el Salmo, que me toca («En la tribulación estás conmigo, Señor»). Igual sueno más doliente, más «cuaresmal». No sé.
Tras este introito (alguien me dijo que estaba deseando que no le contara desgracias por la mañana, pero tendrá que seguir esperando al santo advenimiento, o al cupón de la ONCE, o a las flechas de Cupido, que ya pasó y se fue otra vez sin atinar, o a un ataque colectivo de locura empresarial que anuncie una subida de sueldo, o…), vamos directamente con la frase. No he tenido tiempo de seleccionar ninguna, y normalmente no me gusta hacerlo, así que sigo recurriendo al envío diario de Proverbia.net, que hoy me ofrece una perla de un hombre admirable al que le fue concedida la condición de Sir por su graciosa Majestad británica y que nos ha regalado, entre otras cosas, algunas de las mejores interpretaciones de la breve pero intensa historia de la cinematografía mundial. Exacto, me estoy refiriendo a Sir Lawrence Olivier. Y esta es la reflexión o frase-cita que nos brinda:
«La experiencia es algo que no consigues hasta justo después de necesitarla» (Sir Lawrence Olivier).
Lo primero que piensa uno (al menos ha sido lo primero que he pensado al leerla) es que tiene razón, pero una razón así como simpática, que mueve a sonrisa cómplice y aseverativa (el “pantone” o catálogo de las sonrisas es tan amplio como el horizonte en medio del Pacífico). Porque es verdad que tiene razón: la experiencia se adquiere posteriormente a la necesidad que se tiene de ella.
La segunda afirmación que podemos hacer es también fácil. Imaginemos la escena: llega Sir Lawrence y, en perfecto inglés y con melodramática dicción, nos suelta la frase-cita y nosotros, sonriendo con complicidad y aseverancia (palabra no registrada en el RAE pero que ofrece un matiz diferente a su prima hermana aseveración): Ya lo sabía. Porque, claro, la segunda parte de la frase es que no sabes que tienes experiencia hasta después de tenerla.
Hay más asuntos que podría tratar, pero esta semana el tiempo apremia que da gloria (tengo una reunión a las ocho y media, ¡y ya son y cuarto y aún no he preparado los materiales!). Pregunto, simplemente, por si alguien quiere completar esta inacabada irreflexión matinal, qué pasa con aquellas personas humanas (asninas, quizá) que nunca se dan cuenta de que necesitan experiencia, y consecuentemente nunca la adquieren en grado suficiente, pero se obstinan, a pesar de todo, en continuar desempeñando aquellos cargos para los que están claramente incapacitados. O qué pasa, también, con aquellas personas humanas (pavorrealinas, acaso) que se empecinan en que sólo ellos poseen la experiencia necesaria para desempeñar aquellos cargos para los que sólo ellos se sienten capacitados, negando al resto del universo la posibilidad de acceder, siquiera a golpe de prueba, ensayo y error, a las mismas tareas que ellos han usurpado en injusto y usufructuario monopolio. Hablemos de ellos, hasta que les duelan los oídos (aunque sé por experiencia que a esas personas no les duelen prendas, ni órganos, ni nada).
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