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Feria del Libro 2010: «Ha dicho mamá que los libros no se abren»

Ya ha arrancado la Feria del Libro, y como siempre la caseta más divertida, animada y simpática es la de San Pablo. Este año hemos tenido mucha suerte en el sorteo: la 145 está cerca del Pabellón Infantil, centrada en el Paseo, en zona de sol de tarde y bajo las copas de los árboles, con el bar casi enfrente y los servicios cerca pero no pegados. Y por si fuera poco, en esquina, lo que nos permite un cierto desahogo en la aglomeración del público. Quien haya visto el telediario de las nueve del domingo, habrá podido comprobar que San Pablo cada vez está más presente en los medios: en la información sobre la Feria del Libro, que comienza hacia el minuto 40 del vídeo, salen en la caseta 145 Marinella Terzi, autora de los maravillosos Estornudos mágicos, y también con un simpático vendedor hablando con un niño. El vendedor soy yo, y salgo en el minuto 41:40, unos dos o tres segundos. Este es el enlace para disfrutar de mi estrellato:

http://www.rtve.es/alacarta/la1/#786217

Estar en la caseta atendiendo al público y a los autores que vienen a firmar es para mí toda una experiencia, que recomiendo a todos mis compañeros –aunque no he logrado que mi testimonio haya creado discipulado–. Es muy interesante ver a la gente que pasa de largo, la que se detiene a curiosear tus títulos (algunos salen corriendo, despavoridos, porque han visto a un Papa o han leído la palabra Biblia, pero otros muchos se acercan y miran, precisamente, esos mismos títulos); la gente que hace juegos de palabras con los títulos que van leyendo (por eso nunca ponemos juntos el libro de teología titulado ¿Necesita Dios la Iglesia? con el de literatura infantil preescolar ¡Necesita gafas!, un diálogo de títulos que da pie a debates de todo tipo y cariz). Los que más me llaman la atención son los clientes y paseantes que rompen el esterotipo, por un lado, y los padres, por otro.

El hombre de brazos dibujados y accesorios metálicos adheridos a diversas partes de su cuerpo que se entretiene hojeando la Biblia ilustrada llama más la atención, por romper el estereotipo (uno piensa: «este, ni se acerca», y luego, mira) que la mujer de mediana edad, falda azul por la rodilla, blusa blanca abrochada hasta el cuello, pelo corto, gafas y sandalias anchas, cuando toquetea los libros sobre Juan Pablo II, por ejemplo (uno piensa: «religiosa», y acierta fijo).

Pero los que me encantan son los padres (y madres, ya sé que se me entiende, pero por si acaso lo digo). Analizando sus comportamientos, se ve cómo son ahora las familias, cómo educan (o no) a sus hijos, qué interés ponen en lo que sus hijos deseean. Me «encanta» el padre que va leyendo el periódico mientras sus hijos se lanzan sobre las casetas a mirar libros. «Vamos –les dice–, que eso son libros religiosos, ahí no hay nada que ver». «¡Ya, papá, pero yo quiero ver este de dinosaurios!...», protesta el niño, que al final tiene que salir corriendo en pos de su arreligioso progenitor. Me «encanta» cuando una niña se acerca, coge un libro y le dice emocionada a su madre: «Mira, mamá, la historia de Jesús», y la madre, azorada y avergonzada, le dice: «Sí, bueno, hija, vamos, ven, que te voy a comprar el de...», mientras sale disparada.

Me gustan mucho los padres que te dan las gracias cuando sus hijos reciben un marcapáginas, un piropo, un comentario sobre su nombre («¿Álvaro, te llamas Álvaro? ¿Sabes qué significa Álvaro? ¡Guerrero valiente! Seguro que tú eres muy valiente y muy guerrero, ¿a que sí?»). Muchos no compran, pero al menos todos se detienen un rato a mirar, y se van agradecidos por la atención. Me encantan los padres que te escuchan y sonríen cuando les explicas a su hijo el argumento de un libro, o cuando les recomiendas que se lean la primera página, pues es muy posible que el cuento les vaya a gustar si al terminar la primera página tienen ganas de seguir leyendo. Son padres que sonríen y escuchan, que te agradecen la recomendación, y que no fuerzan al niño a comprar un libro que no sabe si le gusta. Me gustan los padres que animan a sus hijos a comprar libros incluso con su propio dinero, y lo hacen vigilándoles y dejándoles libertad de elección a la vez.

Me hacen gracia los padres que se ponen nerviosos cuando sus hijos cogen, abren y miran libros, y les dicen que lo hagan con cuidado, o que no toquen. Hasta el peor extremo: se acerca una niña, mira un libro y su hermana, por detrás, se lo cierra de golpe, le dice lo que, creo, va a acabar conviriténdose en la frase de la Feria: «Ha dicho mamá que los libros no se abren», y se la lleva cogida de la mano. Los libros no se abren... En fin.

Por último, también me gustan los autores que vienen a firmar. Cada uno tiene su táctica para atraer lectores, para firmar, para no aburrirse en los ratos en los que no firma, para hacer que sus firmas sean originales, simpáticas. Y para agradecer con educación piropos tan poco claros como «pues por la televisión pareces más grandota» (¡y era un piropo, de verdad!). Esto le ocurrió a la bellísima María Ángeles Fernández, autora de Adopción. Menos mal que el hombre al final se llevó el libro y una de las mejores sonrisas de la autora, que es exquisita.

María Ángeles Fernández firmando un ejemplar de su libro Adopción.

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