Hola, corazones.
Una semana pontifical, por los puentes lo digo, no por la cátedra, tiene como añadidura otro Pensamiento enlatado. Las dificultades del «ahora trabajo ahora no, ahora sí, ahora no, ahora estoy en casa, ahora estoy en la calle, ahora en la oficina, ahora ya ni sé dónde me ando», han provocado en mis horarios un pequeño caos. Vuelvo, pues, a ofreceros, en contra de mis principios, un producto menos fresco. Pero hagamos una pequeña defensa del producto enlatado o, por extensión, del envasado. Tomemos, como ejemplo, el cardo. Un cardo fresco da muchísimo trabajo, hay que limpiarlo y prepararlo, y eso lleva mucho tiempo, es un proceso costoso y mancha una barbaridad. El cardo congelado es una opción, pero a veces algún trozo sale algo más duro y fibroso y echa a perder el plato. El cardo envasado está listo, casi sólo hay que calentarlo, o prepararlo en diez minutos con unos taquitos de jamón y unos piñones, y está exquisito. Y total, como yo soy un cardo, mejor que esté bueno, os quite poco tiempo y os dé el menor trabajo posible. Porque el cardo está buenísimo... Ejem... ¿No?
Vamos, pues, con la frase-cita, que proviene de nuevo de los envíos de Proverbia.net, y a ver qué pasa:
«Cuando pienso que un hombre juzga a otro, siento un gran estremecimiento» (Felicité de Lamennais).
Cuando una persona se llama Felicidad, de entrada provoca un sentimiento positivo, una especie de disposición a estar a bien con ella (¿cómo llevarse mal con la felicidad, o con la Felicidad, incluso con el Feli?). Es el caso: a este buen señor, Felicité de Lamené (algo laminada trae la felicidad, así como en lonchas, en pequeñas dosis para no empachar, más fáciles de digerir) se le escucha con atención cuando dice frase-citas como esta.
El estremecimiento que provoca a nuestro penseur el hecho de que una persona juzgue a otra es fácilmente compartido por todos, máxime si es a nosotros o a nuestros queridos y allegados a quienes se está juzgando, quizá desde una facción con la que no compartimos grandes cosas. Para evitar el tema de los juicios de valor, y sobre todo de esos juicios poco fundados, sesgados, malmirados y peorintencionados, ya hubo uno que dijo que para no ser juzgados era mejor no juzgar. Claro, que incluso así te arriesgas a que te juzguen, te fustiguen y te crucifiquen por no haber juzgado...
Estamos hablando aquí, entiendo yo, de los juicios de valor, de las opiniones, de los comentarios del tipo de «sé de buena tinta porque me lo ha dicho alguien de mi absoluta confianza que dice que lo vio y sabe de qué está hablando y yo pongo la mano en el fuego de ayer cuando lo dice hoy», no de los juicios derivados del organismo de justicia, que juzga actos, hechos, acciones, y no valoraciones subjetivas y estimaciones aleatorias.
Y en ese sentido, cuando a alguien le da por decir cosas de esas, de «bueno, sí, pero es que, claro, hay que tener en cuenta también que no es oro todo lo que reluce, porque...», no puede ni debe extrañarnos que a don Felicité se le laminen los higadillos y se eche a temblar. Yo también, cada vez con más frecuencia, me alejo y evito ese tipo de juicios y opiniones poco edificantes. Y anda que no he sido yo cotilla de barrio y marujitodiazdecorrala. Uno cambia, crece (ojo, hay gente que cambia pero decrece, hay que tener muy claro qué, por qué, para qué y por quién se cambia), madura, evoluciona (aplíquese el paréntesis anterior con el verbo involucionar).
No juzguemos, pues, ni siquiera a los que juzgan, que sus motivos tendrán y quizá tengan algo de razón en lo que dicen (aunque no en el cómo). Pero tampoco seamos tontos ni nos dejemos avasallar por los juicios de los demás sin callarnos. Y sepamos cortar a tiempo juicios ajenos, juicios contra ajenos, maledicencias y ponzoñas lanzadas sin sentido. Creceremos. Y disfrutaremos más de la felicidad, aunque sea en pequeñas lascas...
Una semana pontifical, por los puentes lo digo, no por la cátedra, tiene como añadidura otro Pensamiento enlatado. Las dificultades del «ahora trabajo ahora no, ahora sí, ahora no, ahora estoy en casa, ahora estoy en la calle, ahora en la oficina, ahora ya ni sé dónde me ando», han provocado en mis horarios un pequeño caos. Vuelvo, pues, a ofreceros, en contra de mis principios, un producto menos fresco. Pero hagamos una pequeña defensa del producto enlatado o, por extensión, del envasado. Tomemos, como ejemplo, el cardo. Un cardo fresco da muchísimo trabajo, hay que limpiarlo y prepararlo, y eso lleva mucho tiempo, es un proceso costoso y mancha una barbaridad. El cardo congelado es una opción, pero a veces algún trozo sale algo más duro y fibroso y echa a perder el plato. El cardo envasado está listo, casi sólo hay que calentarlo, o prepararlo en diez minutos con unos taquitos de jamón y unos piñones, y está exquisito. Y total, como yo soy un cardo, mejor que esté bueno, os quite poco tiempo y os dé el menor trabajo posible. Porque el cardo está buenísimo... Ejem... ¿No?
Vamos, pues, con la frase-cita, que proviene de nuevo de los envíos de Proverbia.net, y a ver qué pasa:
«Cuando pienso que un hombre juzga a otro, siento un gran estremecimiento» (Felicité de Lamennais).
Cuando una persona se llama Felicidad, de entrada provoca un sentimiento positivo, una especie de disposición a estar a bien con ella (¿cómo llevarse mal con la felicidad, o con la Felicidad, incluso con el Feli?). Es el caso: a este buen señor, Felicité de Lamené (algo laminada trae la felicidad, así como en lonchas, en pequeñas dosis para no empachar, más fáciles de digerir) se le escucha con atención cuando dice frase-citas como esta.
El estremecimiento que provoca a nuestro penseur el hecho de que una persona juzgue a otra es fácilmente compartido por todos, máxime si es a nosotros o a nuestros queridos y allegados a quienes se está juzgando, quizá desde una facción con la que no compartimos grandes cosas. Para evitar el tema de los juicios de valor, y sobre todo de esos juicios poco fundados, sesgados, malmirados y peorintencionados, ya hubo uno que dijo que para no ser juzgados era mejor no juzgar. Claro, que incluso así te arriesgas a que te juzguen, te fustiguen y te crucifiquen por no haber juzgado...
Estamos hablando aquí, entiendo yo, de los juicios de valor, de las opiniones, de los comentarios del tipo de «sé de buena tinta porque me lo ha dicho alguien de mi absoluta confianza que dice que lo vio y sabe de qué está hablando y yo pongo la mano en el fuego de ayer cuando lo dice hoy», no de los juicios derivados del organismo de justicia, que juzga actos, hechos, acciones, y no valoraciones subjetivas y estimaciones aleatorias.
Y en ese sentido, cuando a alguien le da por decir cosas de esas, de «bueno, sí, pero es que, claro, hay que tener en cuenta también que no es oro todo lo que reluce, porque...», no puede ni debe extrañarnos que a don Felicité se le laminen los higadillos y se eche a temblar. Yo también, cada vez con más frecuencia, me alejo y evito ese tipo de juicios y opiniones poco edificantes. Y anda que no he sido yo cotilla de barrio y marujitodiazdecorrala. Uno cambia, crece (ojo, hay gente que cambia pero decrece, hay que tener muy claro qué, por qué, para qué y por quién se cambia), madura, evoluciona (aplíquese el paréntesis anterior con el verbo involucionar).
No juzguemos, pues, ni siquiera a los que juzgan, que sus motivos tendrán y quizá tengan algo de razón en lo que dicen (aunque no en el cómo). Pero tampoco seamos tontos ni nos dejemos avasallar por los juicios de los demás sin callarnos. Y sepamos cortar a tiempo juicios ajenos, juicios contra ajenos, maledicencias y ponzoñas lanzadas sin sentido. Creceremos. Y disfrutaremos más de la felicidad, aunque sea en pequeñas lascas...
Comentarios
Por lo demás, dónde está el limite de las criticas, cuando hay mañanas que sólo respirar el ambiente sabes lo que toca?. No sé no me queda muy calro ahora mismo, claro que yo a estas horas sigo currando, también influirá que el del pensa es Felicidad y yo Soledad... ;-)