Hola, corazones.
Que salgan a la calle procesiones con el santo de turno sobre las andas, rodeado de bellísimas mujeres de mantilla, tacón y luto; que bailen en corrillo, alrededor del fuego purificador, los más propensos al tribalismo, los más cercanos al indigenismo o a las culturas que cultivan el apego a la tierra madre mediante el descalcismo y el melenudismo; que eleven a los cielos sus brazos y sus ojos los espíritus cuyas mentes andan siempre entre las nubes; que entonen científicos y meteorólogos explicaciones salmodiadas sobre precipitaciones y nevadas; que corran los críos por las calles desafiando al frío y al infernal tráfico cantando a todas horas a la vieja de la cueva. ¡Que llueva, por Dios! Que me duele la garganta.
No es que sea esta la única razón por la que imploro la lluvia, pero es que desde que erradiqué a cañonazos antibióticos mi persistente gripocatarro, mi garganta ruge en intervalos rigurosamente exactos y sólo se aplaca con pastillas de chupar y sorbos de agua, tanta que peligra mi cervecerismo y amaga mi cuerpo con caer en peligrosas potomanías. ¡Que llueva, por Dios!, que me duele la garganta y tengo a san Blas aburrido de tanta plegaria, y ahora que llega su fiesta su secretaria no da abasto de tanta petición a la que hacer oídos oyentes (¿cómo llamar si no a lo opuesto a los oídos sordos?).
En fin, vamos con la frase-cita, que se me acaba el tiempo entre ajés y cofs. Hoy la tomo de las excelsérrimas, primorosas y elegantes Agendas San Pablo; concretamente es la frase-cita correspondiente a hoy mismo: 27 de enero de 2012, y dice así:
«Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena» (Gandhi).
Frase-cita que –intuyo– el inteligentísimo editor de las agendas seleccionó para acompañar este día porque hoy el día está dedicado al recuerdo de las víctimas del holocausto. Lo sé porque lo dice la agenda, y porque el periódico dedica una interesante página a esta conmemoración, contando el caso de un prodigioso niño que murió a los dieciséis años después de haber dejado varias novelas, poesías y cientos de dibujos, todo ello de una gran calidad artística y de una expcepcional sensibilidad. Siempre hay historias que recordar, que conocer, que rememorar, pues cada persona es un mundo, y sólo en Auschwitz fueron masacrados muchos mundos.
Y en relación con el holocausto, la frase-cita de Gandhi ya tiene mucha miga, mucho que decir y que recordar. Nos recuerda que no debemos callar ante la maldad, ante la injusticia, ante el horror y la atrocidad. Pensaremos, claro, que es muy difícil ponerse a denunciar algo así, pues antes de abrir la boca ya te habrían incorporado al número de víctimas. Que el silencio de la gente buena, el no querer saber, el no querer decir nada, obedeció a su propia necesidad de supervivencia.
Pero a eso no se llegó de la noche a la mañana. Hay un camino previo, un camino en el que hay, también, muchos silencios de gente buena ante muchas maldades de gente mala. Maldades pequeñitas, chiquitinas, minúsculas. Maldades ante las que casi sonreímos porque nosotros mismos podríamos llegar a cometerlas en alguna ocasión, porque las disculpamos pensando que son bobadas, que nuestro tiempo no merece ser desperdiciado por nimiedades semejantes, porque no queremos meternos en líos que nos compliquen la vida y que nadie nos va a agradecer.
Pero resulta que si te callas cuando alguien se mea en la puerta de un portal, cuando alguien pone los pies en el asiento del autobús, cuando alguien se ríe de una persona sólo porque no le gusta su apariencia, cuando alguien pega una patada a una papelera o hace una bonita obra de arte urbano estampando un nombre con rotulador en la fachada de un edificio del siglo XVI, si te callas cuando ves una pequeña maldad de ese tipo, estás cediéndole terreno a la propia maldad, estás acobardándote y amilanándote, estás permitiendo que la maldad se crezca y a la mañana siguiente vete tú a saber qué te callarás para tratar de vivir en paz, hacia qué lado desviarás la mirada para no ver la maldad o la atrocidad de turno...
Y nos callamos tantas veces ante tantas cosas... Deberíamos hacer más caso a Gandhi y señalar con el dedo lo que está mal, reconvenir los comportamientos inadecuados, salir de nuestra propia y egoísta comodidad y decirle al chulito de turno que deje de comportarse como un potencial criminal nazi.
Pero a ver quién es el guapo que lo hace. Aunque sepa que tiene que hacerlo...
Que salgan a la calle procesiones con el santo de turno sobre las andas, rodeado de bellísimas mujeres de mantilla, tacón y luto; que bailen en corrillo, alrededor del fuego purificador, los más propensos al tribalismo, los más cercanos al indigenismo o a las culturas que cultivan el apego a la tierra madre mediante el descalcismo y el melenudismo; que eleven a los cielos sus brazos y sus ojos los espíritus cuyas mentes andan siempre entre las nubes; que entonen científicos y meteorólogos explicaciones salmodiadas sobre precipitaciones y nevadas; que corran los críos por las calles desafiando al frío y al infernal tráfico cantando a todas horas a la vieja de la cueva. ¡Que llueva, por Dios! Que me duele la garganta.
No es que sea esta la única razón por la que imploro la lluvia, pero es que desde que erradiqué a cañonazos antibióticos mi persistente gripocatarro, mi garganta ruge en intervalos rigurosamente exactos y sólo se aplaca con pastillas de chupar y sorbos de agua, tanta que peligra mi cervecerismo y amaga mi cuerpo con caer en peligrosas potomanías. ¡Que llueva, por Dios!, que me duele la garganta y tengo a san Blas aburrido de tanta plegaria, y ahora que llega su fiesta su secretaria no da abasto de tanta petición a la que hacer oídos oyentes (¿cómo llamar si no a lo opuesto a los oídos sordos?).
En fin, vamos con la frase-cita, que se me acaba el tiempo entre ajés y cofs. Hoy la tomo de las excelsérrimas, primorosas y elegantes Agendas San Pablo; concretamente es la frase-cita correspondiente a hoy mismo: 27 de enero de 2012, y dice así:
«Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena» (Gandhi).
Frase-cita que –intuyo– el inteligentísimo editor de las agendas seleccionó para acompañar este día porque hoy el día está dedicado al recuerdo de las víctimas del holocausto. Lo sé porque lo dice la agenda, y porque el periódico dedica una interesante página a esta conmemoración, contando el caso de un prodigioso niño que murió a los dieciséis años después de haber dejado varias novelas, poesías y cientos de dibujos, todo ello de una gran calidad artística y de una expcepcional sensibilidad. Siempre hay historias que recordar, que conocer, que rememorar, pues cada persona es un mundo, y sólo en Auschwitz fueron masacrados muchos mundos.
Y en relación con el holocausto, la frase-cita de Gandhi ya tiene mucha miga, mucho que decir y que recordar. Nos recuerda que no debemos callar ante la maldad, ante la injusticia, ante el horror y la atrocidad. Pensaremos, claro, que es muy difícil ponerse a denunciar algo así, pues antes de abrir la boca ya te habrían incorporado al número de víctimas. Que el silencio de la gente buena, el no querer saber, el no querer decir nada, obedeció a su propia necesidad de supervivencia.
Pero a eso no se llegó de la noche a la mañana. Hay un camino previo, un camino en el que hay, también, muchos silencios de gente buena ante muchas maldades de gente mala. Maldades pequeñitas, chiquitinas, minúsculas. Maldades ante las que casi sonreímos porque nosotros mismos podríamos llegar a cometerlas en alguna ocasión, porque las disculpamos pensando que son bobadas, que nuestro tiempo no merece ser desperdiciado por nimiedades semejantes, porque no queremos meternos en líos que nos compliquen la vida y que nadie nos va a agradecer.
Pero resulta que si te callas cuando alguien se mea en la puerta de un portal, cuando alguien pone los pies en el asiento del autobús, cuando alguien se ríe de una persona sólo porque no le gusta su apariencia, cuando alguien pega una patada a una papelera o hace una bonita obra de arte urbano estampando un nombre con rotulador en la fachada de un edificio del siglo XVI, si te callas cuando ves una pequeña maldad de ese tipo, estás cediéndole terreno a la propia maldad, estás acobardándote y amilanándote, estás permitiendo que la maldad se crezca y a la mañana siguiente vete tú a saber qué te callarás para tratar de vivir en paz, hacia qué lado desviarás la mirada para no ver la maldad o la atrocidad de turno...
Y nos callamos tantas veces ante tantas cosas... Deberíamos hacer más caso a Gandhi y señalar con el dedo lo que está mal, reconvenir los comportamientos inadecuados, salir de nuestra propia y egoísta comodidad y decirle al chulito de turno que deje de comportarse como un potencial criminal nazi.
Pero a ver quién es el guapo que lo hace. Aunque sepa que tiene que hacerlo...
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