Cambio el
saludo, después de tanto tiempo con la introducción igartiburesca, para dar
paso a los signos de los tiempos. Se impone el latín, carissimi fratres…
Supongo
que todo el mundo espera que hable de la noticia de la semana, del mes, quizá
del año; noticia que me hizo volver a citar la maravilla literaria de Don Mendo y decir a los cuatro vientos:
«Heme quedado de estuco». El papa Benedicto
XVI, que además de Su Santidad también es Su Intelectualidad (¿de verdad?,
¡pues yo nunca le he visto en los Goya…!), ha decidido renunciar. Que no
dimitir (¿cómo podría?), ni abdicar (¿en quién podría?). Renunciar. Y lo ha
hecho después de mucho tiempo de meditación, reflexión y sobre todo oración.
Hubiera quedado muy prepotente a los oídos del mundo que lo hubiera dicho como
aquella cita de los Hechos de los
Apóstoles («El Espíritu Santo y
nosotros hemos decidido no imponeros más cargas de las necesarias», dice, o
algo similar, no tengo una Biblia delante), pero estoy seguro
de que aun no diciéndolo no estaría en absoluto descaminada la apreciación de
que esta es una decisión tomada entre dos personas, una divina y otra humana,
buena y humilde como pocas, pero humana al fin y al cabo.
No sé si
acabaré hablando de ello, supongo que sí, ya que es noticia grande que ocupa
muchos ámbitos y tiene muchas facetas que contemplar, pero no era mi intención
inicial. Esta semana yo había comenzado con una observación, lanzada a los
aires de Facebook, que tuvo una
cierta aceptación antes de que Roma
concentrara de nuevo todos los caminos: «Vivimos en un
tiempo en el que todos parecen empeñarse en exigir a los demás un determinado
comportamiento que no cumplen para sí mismos», dije.
Y
entonces me encontré con esta frase-cita:
«El
verdadero secreto de la felicidad consiste en exigir mucho de sí mismo y muy
poco de los otros» (Albert Guinon).
Comienzo
dándole las gracias a este dramaturgo francés que vivió a caballo entre los
siglos XIX y XX y de cuya existencia no tenía idea hasta que encontré la
frase-cita en Proverbia.net. No encuentro traducción a su apellido, así que no
puedo hacer ningún guiño, ni grande ni pequeño, para jugar con él.
Demos por
cierto que vivirmos, como he afirmado, en unos tiempos en los que la gente le
exige a los demás lo que no está dispuesta a hacer por sí misma. El ejemplo más
claro lo tenemos en los mensajes que leemos (cada vez hay menos gente que los
oye, pues todo el mundo se confiesa harto de escuchar las mismas cantinelas en
los telediarios), lanzados por muchos de nuestros políticos: «Lo que tiene que
hacer este señor es…»; «Usted lo que tiene que hacer es…»… Mal empezamos...
Unos
dicen: «Nosotros, que no somos capaces de ver la viga de nuestro ojo, exigimos
de ustedes, como adalides de la moralidad y la buena práctica que somos, que
renuncien,dimitan, enseñen sus cuentas, etc., y nos dejen a nosotros actuar,
que somos los que sabemos».
A lo que
los otros contestan: «Nosotros, que no somos capaces de ver la viga de nuestro
ojo, exigimos de ustedes, como adalides de la moralidad y la buena práctica que
somos, que renuncien,dimitan, enseñen sus cuentas, etc., y nos dejen a nosotros
actuar, que somos los que sabemos».
Y como no
se escuchan, no se dan cuenta de que están diciendo lo mismo. Y además, tampoco
se dan cuenta de que no son felices, porque basan su felicidad no en liberarse
de su viga en el ojo, cosa que no hacen, sino en lograr que su rival haga lo
que ellos le dicen, cosa que tampoco consiguen. Y así les va, tristes,
amargados, sufrientes, infelices, enroscados en la viga ajena para evitar sacarse
la propia.
Vemos que
es clara y rotunda, aplicada a estos seres, la frase-cita de don Alberto:
exigen mucho a los otros y nada a ellos mismos, y así nunca pueden ser felices.
Pero
claro, no nos pensemos que con mirar a los demás, concretamente a esos señores
que están en el foro dando la tabarra para que les hagamos caso a ellos y no a
los otros, son distintos de nosotros mismos. Porque nosotros quizá también
exigimos mucho a los demás y poco o casi nada a nosotros mismos. Porque es muy
fácil renunciar a exigirnos cosas porque estamos cansados, por ejemplo, o
porque no tenemos tiempo, o porque tenemos otras ocupaciones más importantes o
perentorias como dar de cenar a los niños y bañarlos, dar el manotazo al
despertador a su hora, pagar la hipoteca y la última subida de lo último que
haya subido, que ya he perdido la cuenta.
Y ahora
con la renuncia del Papa en los periódicos, bien que comentan, debaten, opinan
y recomiendan: Tome ejemplo del Papa, se lanzan unos a otros con un inusitado,
renovado, perverso y llamativamente repentino interés por lo que hace o deja de
hacer el Papa…
Pero
luego bien que exigimos al conductor del autobús que no se retrase un segundo,
que se detenga en la parada, no diez metros antes, que salude aunque no le
saludemos, que conduzca rapidito que llegamos tarde pero que no dé esos
frenazos tan bruscos ni tome las curvas con tanta violencia, que pare en la
parada, no justo delante del alcorque, el árbol o la papelera que el
ayuntamiento ha puesto tan amablemente junto a la marquesina, y que cuando
arranque de nuevo no levante polvo ni salpique con los charcos. ¡Hombre,
faltaría más, es que menuda desfachatez, si es que no saben conducir y
contratan a cualquiera! También contratan a cualquiera como viajero del
autobús, por lo que se ve.
¿Más
ejemplos? Hombre, yo creo que está claro, ¿no? Antes de exigirle nada a nadie,
deberíamos mirarnos a nosotros mismos y ver lo que nos estamos exigiendo, y si
nuestra autoexigencia es proporcional y adecuada a las exigencias que nos
permitimos hacerles a los demás. Quizá, como sugiere don Alberto, así
aumentemos nuestra felicidad. Y nuestras endorfinas.
Vale para
las personas, vale para los políticos, vale para las instituciones. La Asociación de
Asociacionistas Asociados por la Asociación
Asociada exige que tal o cual institución rectifique su
mensaje, dirigido a sus integrantes, y no a los Socios Asociados, que no tienen
nada que ver con ella pero que de repente se sienten muy ofendidos. Pero luego
bien que se disfrazan de…
En fin.
Creo que no puedo exigir a ninguna «Liga Anti Yo» que me lea. Yo tampoco los leo…
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