Hablábamos el otro día varios
amigos de lo loco que está el tiempo y de lo flaca que tenemos la memoria (y de
lo mucho que quieren distraernos dándole tanto bombo a la meteorología en
detrimento de cosas más trascendentes). Decían algunos que es inconcebible que
en plena primavera, a finales de abril, pudieran darse semejantes descensos de
temperatura. Y me acordaba yo de la boda de mi hermana, a finales de abril, dos
semanas después de una Semana Santa casi playera. La boda era en Cantabria, y cruzamos
el día antes una Castilla blanca de nieve y fría de viento polar. Más de una
invitada tuvo que detenerse en la primera tienda que encontró para complementar
su atuendo con un chal de doble acho de pura lana virgen o reemplazar las
sandalias de tiras por unas confortables botas cerradas. Y no fue hace tantos
años, lo que pasa es que no nos acrodamos. Y que hace unos pocos años, salvo
que estuvieras inmerso en una circunstancia especial, nadie daba tantísima
importancia a un cambio de temperatura en la etapa más adolescente del año. Y
adolescente es cambiable, inestable, voluble, inconstante..., en fin...
Pero no era eso lo que yo
quería comentar hoy. Porque hoy es el Día
mundial de la libertad de prensa, esa quimera. Y quería centrarme en
asuntos relacionados con el periodismo. En ese periodismo en el que se ocupan
muchos que arriesgan mucho para contar lo que pasa de verdad, aunque quizá
luego no lleguemos a enterarnos. En ese periodismo que dilucida sobre lo que
cuenta, que sabe discernir entre la esencia de la noticia, la anécdota banal y
la envoltura comercial o ideológica del asunto. En ese periodismo que existe,
pero que tantas veces cuesta encontrar, oculto como está en la preocupación por
el pendiente o el peinado de un futbolista, el color de la chaqueta de una
primera ministra, el giro de cabeza de una princesa o la última bajada de las
temperaturas. O en los índices de audiencias, que viene a ser lo mismo. En ese
periodismo que no se conforma con recibir la selección de temas del día y
repicarla desde su propia mira ideológica (todos los periódicos cuentan lo
mismo, pero desde su perspectiva, con lo cual ninguna noticia parece igual),
sino que busca temas y enfoques que permitan comprender, razonar, pensar,
entender, descubrir...
En ese periodismo que se
empeña en hablar, en decir lo que pasa, en no callar y proclamar alto y claro
la verdad. Porque...
«Las
mentiras más crueles son dichas en silencio» (Robert Louis Stevenson).
Vayamos
por partes, que la frase-cita de don Roberluis
tiene mucho que cortar en tan pocas palabras. Si afirma que las mentiras más
crueles son tales o cuales, es que está dando por hecho que las mentiras son
crueles, siempre o por definición. Hombre, están las mentiras piadosas, esas
que se dicen por compromiso a la madre de un bebé monstruérrimo para no herir
sus sentimientos, o las que halagan el buen corazón de quien no queremos
publicar a los cuatro vientos su carencia de hermosura física según los cánones
convencionales. Pero eso también puede ser cruel. Y la mentira que dices en el
cole para que no te pillen cuando sabes que ya te han pillado, por muy
ingeniosa que sea, también tiene, o puede tener, mucha crueldad: hacia el que
la recibe, porque pensar que tu profe es tan tonto como para creerse la bola
que le has soltado es cruel; hacia aquel a quien desvías la atención con tu
mentira para salvarte tú, porque cargarle el mochuelo a otro que pasaba por ahí
es cruel; hacia ti mismo, porque andar siempre montando bolas infames para
salir indemne te aísla, poco a poco, del resto, que no querrá verse inmerso en tu
mundo de trola barata.
No
digamos ya las mentiras que están encubriendo un delito, camuflando un cohecho,
simulando objetividad y pulcritud en un amaño electoral, maquillando un soborno
o reduciendo una infidelidad flagrante en un inocente solosomosbuenosamigos... O
las mentiras que salpican de deshonor e infamia a quien solo actúa de buena fe
y según las normas. Todas esas son mentiras crueles con todos nosotros, los que
las oímos, o vemos o leemos, y no tenemos capacidad ni tiempo de hacer otra
cosa que confiar en quien nos lo cuenta. Por eso, para evitar que quien nos lo
cuenta nos mienta vilmente, debemos considerar que quien nos lo cuenta es
importante, y no un miserable prescindible; y debemos cuidarlo, y formarlo, profesional
y moralmente, y proteger su profesión del intrusismo, y ampararlo frente a los
lobbis, que son como lobos pero más sangrientos, porque devoran incluso cuando
no tienen hambre.
Son
mentiras, viles mentiras, las de quien se tira al suelo, haciendo todo tipo de
aspavientos y retorciéndose en el suelo, simulando haber sido golpeado por su
contrincante, con quien por cierto luego coincide en la misma discolujo con las
mismas churrilujos… Su mentira es cruel con su rival, que no ha hecho nada, con
todos los que ven su acto, que comienzan en ese momento a discutir a veces
hasta las manos si se ha tirado o le han dado de verdad y a quién de los dos
hay que expulsar del campo… Mentirosos compulsivos y crueles, que logran que su
vulgar y mezquina mentira dé vueltas y vueltas por todas partes y le quite
protagonismo a lo que de verdad importa, como, quizá y solo quizá, que un
español gane una medalla de oro o una copa del mundo en un verdadero deporte...
Ya me fui
con mi monotema favorito (después de Metrosauna, claro está).. Volvamos a la
frase de don Roberluis. Porque si
todas las mentiras son crueles, establece nuestro escritor viajero que las más
crueles de todas son las mentiras que se dicen en silencio. ¿Las que se
escriben, entonces? No creo que vayan por ahí las cosas, ya que todo lo que se
escribe se lee, o al menos puede ser leído, pronunciado, susurrado, gritado...
Entonces, ¿las mentiras más crueles son las que no se dicen? Tampoco creo que
sea eso lo que nos quiere decir don Roberluis.
Porque la mentira no dicha no es tal; es decir, para poder afirmar la
existencia de una mentira, esta tiene que haber sido dicha.
Aun en
silencio. ¿Se puede mentir en silencio? Sí, y eso es lo más cruel. Se puede
mentir fingiendo, en silencio, que se ama lo o a quien que no se ama, que se
cree lo que o en quien no se cree, que se vive como no se vive. Y esa mentira,
ese amor fingido, irreal y mentiroso, es lo más cruel que existe, tanto para el
que cree ser amado sin serlo como para el que finge amar sin hacerlo, pues nada
desgasta tanto el alma como la ausencia de amor sincero.
El
fingimiento, y dentro de todos los posibles fingimientos, el fingimiento de un
amor inexistente, es, según mi parecer, y ateniéndome a la formulación de don Roberluis, la mentira más cruel, porque
es una mentira que se dice en silencio.
Cachis la
mar, qué derivación. ¿Y ahora cómo vuelvo yo al tema de la prensa? Fácil: que
no olvide nunca el periodismo que es y debe ser portador y descubridor de la
verdad, que no caiga en el fingimiento sea por el motivo que sea (dinero,
ideología, deslumbramiento, estolidez…), y que no se deje distraer por las
mentiras que constantemente bombardearán sus sentidos para llevarles a su
terreno.
Y los
demás, si no queréis periodistas que mientan, no les mintáis, y ayudadles a que
reciban la mejor formación profesional y moral; y proteged su profesión de
intrusismos e intereses parciales.
Y dejemos
el fingimiento para la escena, que ahí es donde tiene validez.
Comentarios