Ya tenemos primavera otra
vez. Se ha notado en muchos detalles, calendario aparte. Si de repente te pican
los oídos y la garganta a rabiar y te dan ganas de rascarte con un arco de
violín, es la primavera.
...
Iba a seguir hablando de
la primavera, pero me ha parecido una auténtica frivolidad. Os cuento: Ayer,
jueves, estuve en la presentación de un libro que hablaba de la necesidad de
renovar los lenguajes de la transmisión de la fe. Que dice cosas como que ya no
valen las prebendas y los honores de otros tiempos, y que lo importante es el
ejemplo, el reflejo, la transparencia de nuestras vidas, una transparencia
que permita al otro percibir a Dios. Y en la presentación, una actuación
musical, de uno de esos grupos que cantan a Dios sin cantar a Dios, que claman
letras que interpelan con ritmos y melodías que mueven al baile, a la alegría,
a la jovialidad. Y que dicen cosas como lo difícil que es hablar de Dios cuando
se ve lo que se ve (ponga usted aquí lo que desee: hambre, guerra, sufrimiento,
engaño, discriminación, pobreza, marginación…).
Y entonces pienso que no
voy a hablar de la primavera, por mucho que esté diciendo el telediario que ya
hemos entrado en ella justo ahora que va a volver a hacer frío (mejor). Porque
cómo hablar de la primavera cuando van a subir el IVA del pollo y nos vamos a
ver obligados a comer faisán, si es que su IVA no se eleva. Si por subir el IVA
va a subir hasta el de la limpieza de las calles (ah, pero, ¿las cosas que no
existen también tienen IVA?). Cómo hablar de la primavera cuando cada día que
pasa hay más países asustados hasta el punto de la Cri-orina… Cómo hablar de la
primavera cuando hay tantas amenazas. Y cómo hablar de Dios cuando hay tanta
falsedad, tanta arrogancia y tanto disimulo.
No me parece oportuno. Y aprovechando
que la presentación me ha brindado una oportunidad de aparcar la frivolidad,
haré caso a Píndaro, que recomienda:
«Aprovecha la oportunidad en todas las cosas; no hay mérito mayor», y dejaré la primavera para otra ocasión.
Y aunque tengo la oportunidad,
no voy a comentar precisamente la frase-cita de Píndaro, sino otra, que también recomienda cierto oportunismo:
Menudo
fastidio que me propone este señor: con lo acomodaticio que soy y lo asentadito
que estoy, ¿a qué voy a andar aceptando riesgos? Pues… Por partes.
Primero,
está identificando los riesgos con las oportunidades. Todo es un riesgo, y todo
es una oportunidad, dice. Abrir una puerta, besar a una chica, aceptar un
trabajo, viajar a un destino imprevisto, comer lo que te ofrecen sin saber qué
es, dormir bajo un árbol… Todo puede ser visto como un riesgo, pero también
como una oportunidad. Anda que no habremos pensado veces que mejor hubiera sido
no abrir esa puerta para no haber visto semejante escena, o lo diferente que
hubiera sido nuestra vida si nos hubiéramos atrevido a besar a esa chica (y no
lo hicimos porque sabíamos que era el amor platónico de nuestro mejor amigo, y
al final ni con uno ni con otro…). Anda que no ha sido difícil aceptar un
trabajo, con lo que suponía de cambio de residencia, de desconocimiento, de
precariedad. Y luego…
Una vez
que se acepta que los riesgos, y los retos, añado, son oportunidades, viene Deil-Cárnegui y nos dice que
generalmente el hombre que llega más lejos es el que quiere. No lo da como
norma fija, como una condición imprescindible, pero sí como una buena manera de
llegar lejos: querer. Otra manera de llegar lejos es que otros te abran todos
los caminos, porque te aman, porque no quieren que te hagas daño, porque te
tienen miedo, porque no quieren perder el trato carnal contigo o por la razón
que sea... Otra más: pagarlo todo, tenga el precio que tenga, para que no haya
ningún riesgo, para que los caminos sean llanos y sólo haya cava, caviar y
rubias alrededor... Pero el amigo Cárnegui
da la clave: el que quiere llegar lejos tiene que quererlo, y asumir riesgos y
retos como las oportunidades que son, y atreverse a ser, precisamente, un
hombre. (Mira, vuelve hoy a aparecer, asomando, el Serás hombre de Kipling;
¿me estará llamando ese texto?).
Porque,
¿quién es más hombre, el que avanza por los caminos asumiendo los retos y las
oportunidades que le surgen, el que avanza por los caminos sólo cuando los
riesgos le han sido eliminados por otros, o el que paga para avanzar por
caminos sin riesgos?
La
respuesta está clara. Creo yo. Quizá es el momento de dejar de ser tan
acomodaticio y levantarme. A ver qué pasa…
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