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Un pensamiento de Václav Havel (o por qué no vender el alma)


Buenos días

Las noticias de la semana, mejor dicho, las declaraciones de unos y otros a lo largo de la semana, no tienen desperdicio. Casi todas ellas, además, emitiendo juicios, opiniones casi siempre poco fundamentadas (o fundamentadas solo sobre un pie, a la pata coja, como si los prismas fueran planos), valorando, criticando, juzgando, condenando. O excusándose, señalando a terceros, mirando para otro lado…, como si nada de lo que ocurriera fuera con ellos (no, yo no he dicho que nadie sea culpable de nada, ahora, si ha hecho lo que ha hecho, es culpable, pero sin que yo lo diga, eh?).

Se percibe una especie de huida del bien, de la verdad, de la justicia, de la moral, de la responsabilidad, en tantas cosas. Viendo las noticias y las rioladas de declaraciones que provocan, qué se yo, por ejemplo, asuntos tan graves como el ébola o el extraño uso del dinero que han hecho ciertos personajes, no me extraña que a casi todo el mundo haya pasado inadvertida otra noticia: van a hacer un programa concurso reality de televisión en el que los participantes, según dice la noticia, venden su alma. Y añaden sus creadores que esto es televisión, que es lo que la gente quiere ver, que no hay que leer en su programa intencionalidad moral, ética, política, religiosa de ningún tipo. Venden el alma y ya está…

¿Y ya está? Con esa frivolidad de planteamiento, el redactor de la noticia no pudo buscar más ejemplos de venta de alma que los de Bart Simpson a Milhouse e historietas de ese calibre. Y ya está, jajaja…

... ¿Y ya está?

«La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, siempre significarán el seguro camino del fin» (Václav Havel).

¿Y ya está? Venden el alma y ya está. Luego queda rebajada la cosa: ellos declaran querer algo y el público se lo paga, pero a cambio quieren que los concursantes hagan lo que ellos piden. Que no es lo mismo que tratar de Fausto con Mefistófeles. Claro…

¿Y ya está? Que le pregunten a Esaú qué le pasó después de comerse el plato de lentejas. No vendió su alma, solo su derecho, su primogenitura, porque venía con hambre. Pero luego se cabreó. Y quiso recuperarlo. Y pagó un alto precio.

Parece que me he olvidado de la frase-cita de don Václav, ¿eh? Pues no.

La primera mentira que se contó en nombre de la verdad, dice… La primera y todas las siguientes. Que van creando una bola enorme, grande, que crece según rueda y avanza, según otro portavoz añade otro trocito de mentira a la gran bola para evitar que la verdad caiga sobre él…

Lo demás, es redundancia. Porque si primero fue la mentira, también fue la injusticia, al tiempo, a la vez, cogiditas de la mano. Porque la mentira es injusticia y es injusta. Y porque la injusticia es falaz y siempre miente. Más claro es que tanto mentira como injusticia son inmorales.

Es inmoral e injusto faltar la verdad para salvar tu perfil político, tu cuenta corriente o tu prestigio social. Es inmoral y falaz cometer una injusticia contra alguien para salvar tu perfil político, tu cuenta corriente o tu prestigio social.

No se puede ir por ahí diciendo no sé qué mentiras, cometiendo no sé qué injusticias. No se puede ir por ahí vendiendo tu alma. Ni siquiera por televisión. Ni siquiera para salvarte de un juicio y una condena por tu delito.

Vender el alma… Inaudito… Esto debe de ser, siguiendo la terminología de don Václav, el último centenar de metros del seguro camino del fin…

 

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