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Un pensamiento de Thomas Carlyle

Buenos días, queridos amigos.

No puedo escapar de la realidad, de los acontecimientos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Imbuido, pues, del espíritu obámico (mejor dicho: para no salirme de la corriente impuesta por la mayoría infantil y utópicamente hechizada por el fatuo espejismo que ellos mismos se han expuesto ante los ojos, una vez que los grandes males de la humanidad han caído), hoy voy a proponer una frase de esas que hinchen (de henchir) el pecho e inflaman los corazones, sacian los oídos y resuenan en los cerebros, una frase de esas del tipo «no te preguntes qué puede hacer América por ti, sino qué puedes hacer tú por América». Al fin y al cabo, el hombre, el muchacho, casi, que no es más (ni menos) que un presidente de Estados Unidos, está simplemente llamando a todos (a todos sus compatriotas, entiéndasele bien: lo que se le ocurra a los presidentes de gobierno de otros países le trae al fresco mientras eso no perjudique a su propio país) a currar, a arrimar el hombro, a apretarse el cinturón y a tirar p’alante con esfuerzo y sufrimiento. Aquí se nos dice algo parecido, pero no suena igual, ¿por qué será? Bueno, a lo que voy. La frase-cita en cuestión es de Thomas Carlyle, de quien ya hemos comentado alguna vez un pensamiento. Y dice así:

«De nada sirve al hombre lamentarse de los tiempos en que vive. Lo único bueno que puede hacer es intentar mejorarlos» (Thomas Carlyle).

Nada que objetar, desde luego, a la expresión de este brillante historiador y ensayista inglés, por muy decimonónico que sea. Porque decimonónico, queridos amigos, al margen de ese uso despectivo y prepotente que yo, en mi prestante elegancia natural, no suelo practicar, significa simplemente perteneciente al siglo XIX, siglo en el que vivió este ilustre escritor.
Pero si nos da por pensar un segundo en la frase-cita, podremos, si lo deseamos, discutir o matizar en algo a este buen hombre.

De nada sirve lamentarse de los tiempos en que vive, como diciendo que dejes ya de decir y pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque eso no es verdad, sino un espejismo provocado por la deformación innata de la memoria (volvemos a las andadas). Lo que hay que hacer con los tiempos en los que uno vive, primero, es vivirlos. En eso estamos todos de acuerdo. Lo segundo, evidentemente, es intentar mejorarlos (los medios para hacerlo y qué signifique para cada cual «mejorar» es harina de otro costal que no vamos a comentar ahora).

Pero si hay en los tiempos en los que vivimos algo que no nos gusta, es porque lo hemos detectado, evidentemente. Y una vez detectado, lo debemos lamentar. Porque si no, pasaríamos de largo, como de soslayo, igual que hacemos cuando, por ejemplo, nos piden por vigésima vez por la calle, que, como no nos gusta, miramos para otro lado. No, queridos, no; querido Thomas, no: no coincido contigo en la primera parte de tu valoración: yo creo que hay que lamentar aquello que no nos gusta de los tiempos en los que vivimos, pero lamentarlo de verdad; lo que pasa es que, una vez que lo hemos lamentado (es decir, una vez que lo hemos hecho nuestro, que nos ha afectado a nuestras entrañas, porque si no, no hay lamento, sino simple pantomima de plañidera), debemos, como muy bien dices, querido Thomas, intentar mejorarlos, pensando soluciones, haciendo propuestas, actuando, obrando en consecuencia con nuestro interior, con nuestro pensamiento y con nuestros sentimientos, para lograr que en nuestro corazón cambie (mude, trueque) el luto en danzas, como decía el salmista.

Entonces algo cambiará en nosotros y, consecuentemente, algo cambiará en los tiempos de los que somos protagonistas activos.

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