Buenos días, queridos amigos.
Semana intensa en mi vida laboral, semana intensa en mi memoria, semana increíble en lo que he oído hablar. Tanto, que no puedo menos que dedicarle no la reflexión, sino el pensamiento, la frase-cita, a nuestra querida y noblemente entregada clase política, tan condescendiente para con el ciudadano humano de a pie. Comoquiera que el pensamiento es de un gran prohombre de la Iglesia, denostado por eso mismo, por ser cardenal y por ser converso, cosa que no se lleva, pero últimamente entre la acusación y el elogio insidioso por una supuesta homosexualidad (ni muerto lo dejan descansar), creo que les gustará (a nuestros excelsos políticos) y comenzarán, enseguida, a hacerle caso. Me vais a perdonar, pero es que hoy tengo la ironía descontrolada.
«Mucha gente cree que discrepa de los demás y lo que pasa es que no tienen valor para hablar unos con otros» (John Henry Newman).
Claro que sí, señor cardenal, tiene V.I. (¿es este el tratamiento?, ya no recuerdo bien) toda la razón. En la mayoría de las ocasiones, cuando se discute, las partes en realidad no se están escuchando más que a sí mismas, a sus prejuicios, a sus ideas preconcebidas y a sus propios intereses. Con lo que al final, la discrepancia, la distancia entre los contendientes no conversantes es cada vez mayor.
Y esto, que puede ocurrirnos a todos en cualquier conversación de hogar, de bar, de trabajo o de lo que sea, les ocurre mucho más a los políticos, que se esmeran cada día un poquito más en ese difícil arte grafitero de hablar sin escuchar, de imponer sus puntos de vista, que no razones, caiga quien caiga.
Y sí, he dicho arte grafitero, porque el grafitero es ese artista que dialoga con el propietario de un establecimiento, o con una comunidad de vecinos de la siguiente manera: o me contratas a mí a uno de los míos para que te hagamos una obra de arte grafitera que los demás grafiteros respeten, o te llenamos tu pared de grafitis de mierda. Y no escuchan nada más, como por ejemplo que no queremos ni una cosa ni otra, sino la pared lisa, o que, en cualquier caso, pintar grafitis sobre los muros de iglesias barrocas es simple y llanamente una atroz barbaridad delictiva punible.
Pues los políticos hacen igual que los grafiteros: o los votamos para que se callen, o nos llenan la cabeza y los oídos de las más disparatadas teorías pseudocientíficas.
Me temo que hoy la reflexión sobre la frase-cita es más fruto de un enfado político que de un esfuerzo por leer las cosas de otra manera, pero es lo que hay. Lo siento, chicos.
Semana intensa en mi vida laboral, semana intensa en mi memoria, semana increíble en lo que he oído hablar. Tanto, que no puedo menos que dedicarle no la reflexión, sino el pensamiento, la frase-cita, a nuestra querida y noblemente entregada clase política, tan condescendiente para con el ciudadano humano de a pie. Comoquiera que el pensamiento es de un gran prohombre de la Iglesia, denostado por eso mismo, por ser cardenal y por ser converso, cosa que no se lleva, pero últimamente entre la acusación y el elogio insidioso por una supuesta homosexualidad (ni muerto lo dejan descansar), creo que les gustará (a nuestros excelsos políticos) y comenzarán, enseguida, a hacerle caso. Me vais a perdonar, pero es que hoy tengo la ironía descontrolada.
«Mucha gente cree que discrepa de los demás y lo que pasa es que no tienen valor para hablar unos con otros» (John Henry Newman).
Claro que sí, señor cardenal, tiene V.I. (¿es este el tratamiento?, ya no recuerdo bien) toda la razón. En la mayoría de las ocasiones, cuando se discute, las partes en realidad no se están escuchando más que a sí mismas, a sus prejuicios, a sus ideas preconcebidas y a sus propios intereses. Con lo que al final, la discrepancia, la distancia entre los contendientes no conversantes es cada vez mayor.
Y esto, que puede ocurrirnos a todos en cualquier conversación de hogar, de bar, de trabajo o de lo que sea, les ocurre mucho más a los políticos, que se esmeran cada día un poquito más en ese difícil arte grafitero de hablar sin escuchar, de imponer sus puntos de vista, que no razones, caiga quien caiga.
Y sí, he dicho arte grafitero, porque el grafitero es ese artista que dialoga con el propietario de un establecimiento, o con una comunidad de vecinos de la siguiente manera: o me contratas a mí a uno de los míos para que te hagamos una obra de arte grafitera que los demás grafiteros respeten, o te llenamos tu pared de grafitis de mierda. Y no escuchan nada más, como por ejemplo que no queremos ni una cosa ni otra, sino la pared lisa, o que, en cualquier caso, pintar grafitis sobre los muros de iglesias barrocas es simple y llanamente una atroz barbaridad delictiva punible.
Pues los políticos hacen igual que los grafiteros: o los votamos para que se callen, o nos llenan la cabeza y los oídos de las más disparatadas teorías pseudocientíficas.
Me temo que hoy la reflexión sobre la frase-cita es más fruto de un enfado político que de un esfuerzo por leer las cosas de otra manera, pero es lo que hay. Lo siento, chicos.
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