Según me dirigía, en el autobús (¡he dicho adiós a metrosauna y soy feliz!), al trabajo, se ha cruzado con nosotros, en la calle de Alcalá (pero no en la parte noble, antigua, sino ya bien pasada la Plaza de Bienes de Interés Cultural de la Ventas), un coche de la policía, a toda velocidad, con sirena y luces azules (en ese momento del día en que no sabes si es de noche o de día y la luz asoma entre nubes y tinieblas, las parpadeantes luces azules de la policía tienen un fulgor especial, único, casi mágico; quizá toda luz es mágica a esa hora, también la que sale tímida por las ventanas, tras las cortinas semiechadas…). Quiero contar una anécdota y me sale la vena lírico-poética, no tengo remedio. El caso es que el coche de la policía me ha provocado un no sabría muy bien decir qué. He pensado «Dios mío, que no sea nada grave, que lleguen a tiempo, que sólo haya sido un susto, nada más». Siempre que veo una ambulancia me santiguo mentalmente ofreciendo una especie de oración por «el bicho», como dicen unas amigas mías, por el ser doliente que va dentro, y algo parecido me ocurre cuando veo a la policía. Que cojan a «los malos», si es que son malos de verdad, y no tristes víctimas de la injusticia o de la necesidad, y que sean buenos con ellos.
Y en estas estaba cuando de repente la masculina y firme voz del señor que va en todos los autobuses a todas horas me avisó de que estaba a punto de llegar la próxima parada, la mía. Fue como despertarme de un sueño, pero no era tal, sino una reflexión orante, un respeto solidario, una misericordia ciudadana.
...
Dicho todo esto, ¿cómo justifico yo ahora la elección de una frase-cita –tomada, esta vez, de la excelsa Agenda 2010 de San Pablo, confeccionada con amor, ternura y exquisita dedicación profesional por un tipo simpático y un poco pedante como yo– que no tiene nada que ver con esta larga introducción que os he colado? No hay justificación: nada tiene relación (o sí, quién sabe). La frase-cita de hoy, pues, podéis encontrarla al pie de la página correspondiente al domingo 7 de marzo de esta mi genial agenda. Y dice así:
«Las grandes obras son hechas no con la fuerza, sino con la perseverancia» (Samuel Johnson).
Para ver si don Samuel Juánez tiene o no razón, vamos a imaginar una gran obra y estudiar cómo ha sido hecha. Pongamos como ejemplo las Pirámides de Egipto, o la Gran Muralla China, o el Goden Gate. Obras todas ellas en las que la fuerza y la perseverancia han trabajado unidas (y sobre todo la multitudinaria mano de obra con la que contaban, y la fuerza de los ingenios y maquinarias empleados en su construcción). Pero, ¿son estas las grandes obras a las que se refiere don Samuel? ¿O son las grandes obras del espíritu, del intelecto, de la conciencia humanas? «Ahí le has dao».
¿Recordáis las obras de misericordia? Casi nadie habla ya nunca de eso. Quizá sean estas las grandes obras: actos, gestos, acciones que, a fuerza de hacerlas, de repetirlas, de perseverar en ellas, construyen en tu interior una gran persona. Porque grande es quien enseña al que no sabe, quien da buen consejo al que lo necesita, quien corrige al que yerra, quien perdona las injurias (anda que no hace falta ser grande y perseverar para hacer esto), quien consuela al triste o quien sufre con paciencia los defectos del prójimo. Y grande es quien ruega a Dios por los vivos y difuntos, quien visita y cuida a los enfermos, quien da de comer al hambriento y de beber al sediento, quien da posada al peregrino, quien viste al desnudo, quien redime al cautivo o quien entierra a los muertos.
Será la Cuaresma, que al final ha acabado por entrarme, pese a mi resistencia inicial (bueno, más que la resistencia, diría que han sido la indiferencia o la indolencia quienes han influido en mi actitud), será que era eso lo que quería decir, pero creo que la frase-cita de don Samuel, referida a las obras de misericordia, es bastante más certera que referida a las obras de ingeniería.
Comentarios