Hola, corazones.
Hoy no he podido comprar el periódico al lado de casa, como acostumbro, y he tenido que hacer la mitad del trayecto del autobús sin lectura. Para poder adquirirlo, me he bajado una parada antes y he caminado un poco, entre la parada, el quiosco y la parada siguiente. El relente de la mañana me ha animado un poco en una semana que estaba siendo dominada por mi dolor de espalda (no es que haya desaparecido, sino que estas pequeñas y nimias circunstancias me permiten relacionarme con mi inquilino «álgico» con algo más de indiferencia). Me enrollo como las persianas.
Al abrir el periódico, me encuentro casi de sopetón con que hay una nueva modalidad de conciertos, que acercan la música hasta el salón del potencial público de los grupos que actúan. Como ejemplo, un concierto de un grupo llamado Love of Lesbian en el salón de un interiorista cuyo nombre no he memorizado, en su casa, un ¡palacete! madrileño, con un aforo de unas ¡cien personas! «¡Genial!», he pensado inmediatamente. El periódico empieza a parecerse a esas revistas de moda en las que unas alpargatas te cuestan ochenta euros y una camisa de algodón unos setecientos cincuenta. No me quiero ni imaginar yo un concierto semejante en mi casa. Un problema sería instalar el equipo de sonido y habilitar un espacio para que el grupo pueda actuar; luego, la incomodidad de meter y acoplar (me temo que ni siquiera una sobre otra) a cien personas en mi «salón» (siempre he pensado que el término «salita» es mucho más adecuado y proporcionado); un tercer problema iba a ser atender como un buen anfitrión al público, y poder ofrecer unos refrescos (o copas: pega más en un concierto pop/rock) y una patata frita; y todo esto, por no hablar de las reacciones de los vecinos: los jóvenes se unirían, perro incluido (más lleno para el aforo), pero, ¿las señoras mayores?, ¿los del bajo, que sólo escuchan salsa y merengue (a toda potencia, eso sí)?, ¿aguantarían los cimientos del edificio, construido apenas nació el siglo XX, las vibraciones y el peso de las más de cien personas acumuladas en mis aproximadamente 10 metros cuadrados (si llega) de salón (calculando, si toda la casa no llega a 35)? ¡Ah!, que lo de los conciertos en casa no es para gente como yo…, que sólo es para quien tiene casas grandes (y patrimonios grandes, me temo)… que además Love of Lesbian no me iba a gustar demasiado (eso es mentira)… que como yo no soy interiorista, no puedo acceder a los nuevos estilos (no soy interiorista, pero trabajo con otro tipo de interiores y además, mi casa es muy acogedora, aunque, claro, no tiene aforo)…
En fin, no sé muy bien a qué viene toda esta pataleta pseudorreivindicativa, pero empiezo a estar harto de que me enseñen una realidad de cuento de hadas posmodernas cuando lo que veo es otra cosa.
Vamos a la frase-cita. Se me han quitado las ganas de pensar, así que he buscado entre las últimas frases que me ha enviado Proverbia.net una que me permita asentir y poco más, sintiéndome un poco Holmes al decir aquello de «Elemental, querido Watson». Y la joya me la ha dado la filosofía griega (¿por qué será que hay tantas y tan certeras frase-citas entre la filosofía griega? Fijaos que las fuentes de frase-citas suelen ser esta (la filosofía griega), la espiritualidad cristiana, la literatura clásica (y, en cuarto lugar, las corrientes ascéticas orientales). Bien, pues Platón dice lo siguiente:
«Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro» (Platón).
Elemental, querido Platón. De elemental, hemos dejado de practicarlo, y ha quedado algo olvidado, oxidado, obsoleto, rancio, pasado, demodé… Pero es cierto. Haz el bien y no mires a quién, no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti, el bien que hagas a los demás te será devuelto cuando menos lo esperes, ama a tu prójimo como a ti mismo… ¿Quizá va a ser ese el problema, que no nos queremos lo suficiente y tratamos a los demás con el mismo desamor que creemos merecernos?
Podemos darle vueltas al pensamiento platónico (me refiero sólo a esta frase-cita, no a todo su sistema filosófico, que también acepta unas cuantas vueltas), pero al final nos quedaremos con que lo que dice tiene su lógica, su razón, su motivo, su verdad. Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro. Unámonos a la larga cadena de personas que, a lo largo de la historia de la humanidad, han puesto en práctica esta frase-cita u otras de igual significación y sentido. Sed buenos. Y hasta pronto.
Hoy no he podido comprar el periódico al lado de casa, como acostumbro, y he tenido que hacer la mitad del trayecto del autobús sin lectura. Para poder adquirirlo, me he bajado una parada antes y he caminado un poco, entre la parada, el quiosco y la parada siguiente. El relente de la mañana me ha animado un poco en una semana que estaba siendo dominada por mi dolor de espalda (no es que haya desaparecido, sino que estas pequeñas y nimias circunstancias me permiten relacionarme con mi inquilino «álgico» con algo más de indiferencia). Me enrollo como las persianas.
Al abrir el periódico, me encuentro casi de sopetón con que hay una nueva modalidad de conciertos, que acercan la música hasta el salón del potencial público de los grupos que actúan. Como ejemplo, un concierto de un grupo llamado Love of Lesbian en el salón de un interiorista cuyo nombre no he memorizado, en su casa, un ¡palacete! madrileño, con un aforo de unas ¡cien personas! «¡Genial!», he pensado inmediatamente. El periódico empieza a parecerse a esas revistas de moda en las que unas alpargatas te cuestan ochenta euros y una camisa de algodón unos setecientos cincuenta. No me quiero ni imaginar yo un concierto semejante en mi casa. Un problema sería instalar el equipo de sonido y habilitar un espacio para que el grupo pueda actuar; luego, la incomodidad de meter y acoplar (me temo que ni siquiera una sobre otra) a cien personas en mi «salón» (siempre he pensado que el término «salita» es mucho más adecuado y proporcionado); un tercer problema iba a ser atender como un buen anfitrión al público, y poder ofrecer unos refrescos (o copas: pega más en un concierto pop/rock) y una patata frita; y todo esto, por no hablar de las reacciones de los vecinos: los jóvenes se unirían, perro incluido (más lleno para el aforo), pero, ¿las señoras mayores?, ¿los del bajo, que sólo escuchan salsa y merengue (a toda potencia, eso sí)?, ¿aguantarían los cimientos del edificio, construido apenas nació el siglo XX, las vibraciones y el peso de las más de cien personas acumuladas en mis aproximadamente 10 metros cuadrados (si llega) de salón (calculando, si toda la casa no llega a 35)? ¡Ah!, que lo de los conciertos en casa no es para gente como yo…, que sólo es para quien tiene casas grandes (y patrimonios grandes, me temo)… que además Love of Lesbian no me iba a gustar demasiado (eso es mentira)… que como yo no soy interiorista, no puedo acceder a los nuevos estilos (no soy interiorista, pero trabajo con otro tipo de interiores y además, mi casa es muy acogedora, aunque, claro, no tiene aforo)…
En fin, no sé muy bien a qué viene toda esta pataleta pseudorreivindicativa, pero empiezo a estar harto de que me enseñen una realidad de cuento de hadas posmodernas cuando lo que veo es otra cosa.
Vamos a la frase-cita. Se me han quitado las ganas de pensar, así que he buscado entre las últimas frases que me ha enviado Proverbia.net una que me permita asentir y poco más, sintiéndome un poco Holmes al decir aquello de «Elemental, querido Watson». Y la joya me la ha dado la filosofía griega (¿por qué será que hay tantas y tan certeras frase-citas entre la filosofía griega? Fijaos que las fuentes de frase-citas suelen ser esta (la filosofía griega), la espiritualidad cristiana, la literatura clásica (y, en cuarto lugar, las corrientes ascéticas orientales). Bien, pues Platón dice lo siguiente:
«Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro» (Platón).
Elemental, querido Platón. De elemental, hemos dejado de practicarlo, y ha quedado algo olvidado, oxidado, obsoleto, rancio, pasado, demodé… Pero es cierto. Haz el bien y no mires a quién, no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti, el bien que hagas a los demás te será devuelto cuando menos lo esperes, ama a tu prójimo como a ti mismo… ¿Quizá va a ser ese el problema, que no nos queremos lo suficiente y tratamos a los demás con el mismo desamor que creemos merecernos?
Podemos darle vueltas al pensamiento platónico (me refiero sólo a esta frase-cita, no a todo su sistema filosófico, que también acepta unas cuantas vueltas), pero al final nos quedaremos con que lo que dice tiene su lógica, su razón, su motivo, su verdad. Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro. Unámonos a la larga cadena de personas que, a lo largo de la historia de la humanidad, han puesto en práctica esta frase-cita u otras de igual significación y sentido. Sed buenos. Y hasta pronto.
Comentarios
Gracias por resucitar a los clásicos.
Un abrazo,Álvaro.
Textos muy interesantes, adictivos.
Te dejo la invitación para que te pases por el mío.
Saludos !