Hola, corazones
De natural quejicoso, nos hemos vuelto casi melifluos cuando de las circunstancias climáticas se trata. Las estaciones se comportan como deben y siempre hay alguien que sale diciendo que no recuerda una estación tan virulenta y tan diferente a las anteriores, y hemos llegado al punto de que cada mínima alteración de temperatura se convierte en noticia de primera página y apertura de informativo, amén de amenaza y confirmación de males mayores. Si hace calor en verano, porque hace tanto calor que hasta las chanclas nos pesan, las mismas chanclas que en las estribaciones de febrero ya tenemos fuera del armario con ánimo de enseñar las uñas de los pies al primer rayo de sol, como si fuéramos almendros anhelosos de mostrar su primera flor. Si hace frío, porque hace tanto frío que toda prenda es poca y echamos de menos la bufanda que regalamos porque ya no estaba de moda y el jersey que se nos quedó pequeño cuando pesábamos menos. Si llueve, porque precisamente ese día nos hemos puesto las «andalias» de tirillas o el zapato de ante, o porque acabamos de tender la colada, nos hemos dejado el paraguas en casa y no vamos a regresar hasta bien entrada la anochecida. Si no llueve, mira qué falta que hace que llueva, pero es que nunca llueve a gusto de todos y al final sólo es verdad que Dios hace llover sobre justos y malvados (desde luego, ayer por la tarde, con la que cayó en Madrid, se mojaron montones de justos y montones de malvados, y montones de pardillos y montones de precavidos...).
En fin, dejémonos de lágrimas climáticas y comentemos la frase-cita de hoy, que nos la depara de nuevo la excelsa Agenda San Pablo 2011, concretamente para mañana, 29 de octubre:
«Transporta un puñado de tierra todos los días y construirás una montaña» (Confucio).
Esta frase tiene un mensaje de optimismo, tesón, constancia, recompensa al trabajo, paciencia y perseverancia. Suele ocurrir cuando de algo pequeñito, como un puñadito de tierra, se nos promete, utilizando el futuro, algo grande, como una montaña, gracias a una actitud cotidiana y contante, es decir, de todos los días.
Pero estoy meticón y quisquilloso y le veo trucos a la frase de Confucio que me confunden (ay, qué juego de sonidos aliterados tan simple acabo de hacer).
Transporta un puñado de tierra todos los días... y deposítalo en el mismo lugar, porque si cada día lo transportas a un sitio diferente, no construirás una montaña, sino, en el mejor de los casos, una playa (y eso en el caso de que la tierra que transportes sea arena fina...), o un arenal, o un terrario, o un bonito descampado.
Transporta un puñado de tierra todos los días..., suéltalo y transporta otro puñado distinto al día siguiente, porque si no, si cada día transportas el mismo puñado de tierra, no vas a ser más que el vehículo de transporte de tu puñado de tierra, vas a ser algo así como un volquete con chófer para tu puñado de tierra. Y si cada día que pasa coges un puñado de tierra nuevo sin haber soltado previamente el del día anterior, vas a acabar siendo un mulo de carga o un fornido y musculado estibador, capaz de transportar de una sola vez muchos puñados de tierra.
Vamos, que para construir una montaña no se requiere solamente transportar cada día un puñado de tierra. Es como la canción de las hormiguitas y la montaña: una hormiguita es una hormiga sola, pero cuando se le unen más hormiguitas, dando ejemplo de solidaridad, van haciendo fuerza, y llega un momento en que muchas hormiguitas mueven la montaña.
Transporta (trabajo) todos los días (perseverancia) un puñado de tierra y construirás (promesa) una montaña (resultado, recompensa, fruto). Cierto. Sobre todo cuando existe además un objetivo, una planificación, un lugar en el que depositar la tierra, una intención previa de construir la montaña, una atención y una dedicación al proyecto de montaña, para evitar que se desmorone, para apuntalarla y sostenerla antes de que la arrastren las lluvias, el viento la desplace o las fieras esparzan la tierra con sus patas. Sin todo esto, sin objetivo, planificación, previsión..., no hay montaña ni promesa que valga.
¿Valdrá esto para todo, es decir, para la vida, para el futuro, para fundar una familia, para el amor, para la educación, para la forja de la personalidad de cada cual? Pensémoslo mientras nos vamos de puente de Todos los Santos, Difuntos y zombies...
De natural quejicoso, nos hemos vuelto casi melifluos cuando de las circunstancias climáticas se trata. Las estaciones se comportan como deben y siempre hay alguien que sale diciendo que no recuerda una estación tan virulenta y tan diferente a las anteriores, y hemos llegado al punto de que cada mínima alteración de temperatura se convierte en noticia de primera página y apertura de informativo, amén de amenaza y confirmación de males mayores. Si hace calor en verano, porque hace tanto calor que hasta las chanclas nos pesan, las mismas chanclas que en las estribaciones de febrero ya tenemos fuera del armario con ánimo de enseñar las uñas de los pies al primer rayo de sol, como si fuéramos almendros anhelosos de mostrar su primera flor. Si hace frío, porque hace tanto frío que toda prenda es poca y echamos de menos la bufanda que regalamos porque ya no estaba de moda y el jersey que se nos quedó pequeño cuando pesábamos menos. Si llueve, porque precisamente ese día nos hemos puesto las «andalias» de tirillas o el zapato de ante, o porque acabamos de tender la colada, nos hemos dejado el paraguas en casa y no vamos a regresar hasta bien entrada la anochecida. Si no llueve, mira qué falta que hace que llueva, pero es que nunca llueve a gusto de todos y al final sólo es verdad que Dios hace llover sobre justos y malvados (desde luego, ayer por la tarde, con la que cayó en Madrid, se mojaron montones de justos y montones de malvados, y montones de pardillos y montones de precavidos...).
En fin, dejémonos de lágrimas climáticas y comentemos la frase-cita de hoy, que nos la depara de nuevo la excelsa Agenda San Pablo 2011, concretamente para mañana, 29 de octubre:
«Transporta un puñado de tierra todos los días y construirás una montaña» (Confucio).
Esta frase tiene un mensaje de optimismo, tesón, constancia, recompensa al trabajo, paciencia y perseverancia. Suele ocurrir cuando de algo pequeñito, como un puñadito de tierra, se nos promete, utilizando el futuro, algo grande, como una montaña, gracias a una actitud cotidiana y contante, es decir, de todos los días.
Pero estoy meticón y quisquilloso y le veo trucos a la frase de Confucio que me confunden (ay, qué juego de sonidos aliterados tan simple acabo de hacer).
Transporta un puñado de tierra todos los días... y deposítalo en el mismo lugar, porque si cada día lo transportas a un sitio diferente, no construirás una montaña, sino, en el mejor de los casos, una playa (y eso en el caso de que la tierra que transportes sea arena fina...), o un arenal, o un terrario, o un bonito descampado.
Transporta un puñado de tierra todos los días..., suéltalo y transporta otro puñado distinto al día siguiente, porque si no, si cada día transportas el mismo puñado de tierra, no vas a ser más que el vehículo de transporte de tu puñado de tierra, vas a ser algo así como un volquete con chófer para tu puñado de tierra. Y si cada día que pasa coges un puñado de tierra nuevo sin haber soltado previamente el del día anterior, vas a acabar siendo un mulo de carga o un fornido y musculado estibador, capaz de transportar de una sola vez muchos puñados de tierra.
Vamos, que para construir una montaña no se requiere solamente transportar cada día un puñado de tierra. Es como la canción de las hormiguitas y la montaña: una hormiguita es una hormiga sola, pero cuando se le unen más hormiguitas, dando ejemplo de solidaridad, van haciendo fuerza, y llega un momento en que muchas hormiguitas mueven la montaña.
Transporta (trabajo) todos los días (perseverancia) un puñado de tierra y construirás (promesa) una montaña (resultado, recompensa, fruto). Cierto. Sobre todo cuando existe además un objetivo, una planificación, un lugar en el que depositar la tierra, una intención previa de construir la montaña, una atención y una dedicación al proyecto de montaña, para evitar que se desmorone, para apuntalarla y sostenerla antes de que la arrastren las lluvias, el viento la desplace o las fieras esparzan la tierra con sus patas. Sin todo esto, sin objetivo, planificación, previsión..., no hay montaña ni promesa que valga.
¿Valdrá esto para todo, es decir, para la vida, para el futuro, para fundar una familia, para el amor, para la educación, para la forja de la personalidad de cada cual? Pensémoslo mientras nos vamos de puente de Todos los Santos, Difuntos y zombies...
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