Hola, corazones.
Después de los acontecimientos de la semana pasada, podría haberme felicitado a mí mismo con la ayuda de Paul McCartney diciéndome que «En la vida real, el que no se rinde es un valiente». Pero no es mi estilo felicitarme sin darme a continuación un buen collejón por detrás para no quedarme demasiado tiempo enmimismado como un narcisista atolondrado. También podría haberme apuntado al carro de Nietzsche y decir que, puesto que «la felicidad quiere eternidad», desearía que los momentos de magia que he disfrutado esta semana se dilataran a perpetuidad. Pero tampoco es este mi estilo, pues habría estado demasiado tiempo sonriendo como un fumeta jijijajajero y creo sinceramente que el estado de felicidad se saborea más precisamente gracias al contraste.
Y como en realidad tengo ganas de dedicarme también hoy la frase-cita (qué raro, si nunca se dice a sí mismo las cosas), en lugar de comentar las dos que acabo de mencionar y que aparecen en la excelsa Agenda San Pablo 2012 (ya en preparación la de 2013), he mirado los envíos de Proverbia.net correspondientes a esta semana hasta dar con esta joya de las sonoras bofetadas verbales dirigidas a mi humilde persona:
«Sacar provecho de un buen consejo exige más sabiduría que darlo» (John Churton Collins).
El tal John Churton Collins, de cuya existencia no tenía el honor hasta el momento en que he reparado en su frase-cita, es al parecer un crítico literario inglés de finales del siglo XIX y los primerísimos años del XX. Circula por ahí la convicción de que los críticos literarios son literatos frustrados o literatos venidos a menos. No seré yo quien se una a semejante desprecio, pues me parece una difícil forma de ganarse la vida leer lo que a uno le encargan, le guste o no, le apetezca o no, y escribir acerca de ello un comentario, positivo o negativo, pero redactado en cualquier caso con ciertas dosis de brillantez y de veracidad.
Pero yo no he venido aquí a hablar de crítica literaria, sino de mi libro. Un libro que da consejos, recomendaciones directas, casi órdenes. Ninguno empieza diciendo: «Lo que tienes que hacer es…», expresión que saben hasta los gatos que me enciende como al Krakatoa. Pero son consejos. Muchos consejos. Doscientos setenta y ocho consejos. Que van recopilados bajo un título común: Momentos de sabiduría, porque al parecer son consejos para ayudar a tomarse la vida de una manera más pausada, más plena, más consciente.
Y claro, llega don John Churton Collins y dice que la sabiduría de dar el consejo no está en el consejo dado, sino en el cómo se recibe dicho consejo. ¡Claro! De todo mi libro, y de eso estoy convencidísimo, lo más pequeño (y el libro es una enanez de ocho por once centímetros y medio), lo menos valioso (y el libro no llega a tres euros), lo menos importante (y el libro es tan poca cosa que ha quedado «fuera de colección» y ni para coleccionistas) es precisamente su autor. Como aquel que recomendaba algo así como que no hiciéramos caso de lo que hacía, sino de lo que decía. Y ciertamente, aunque la mujer del césar también tiene que parecerlo y guardar las formas, uno no está exento de tropezar, equivocarse o errar contradiciendo su propia voz e incluso su propia conciencia. Vamos, que más importante que el autor de mi libro es el contenido de mi libro. Pero lo más importante, y eso también lo creo, es quien lo lee. Porque lo hace con cariño hacia el autor (los primeros compradores de un libro suelen ser amigos y familiares) o porque piensan sinceramente que lo que van a leer tiene interés y les puede servir. Y si además quien lo lee porque piensa que lo que lee tiene interés es capaz de extraer la micra de sabiduría que tiene, y de ponerla en práctica, y de repente comienza a sonreír más (consejo número uno, que tengo que practicar mucho más), pues miel sobre hojuelas y felices pascuas.
Así pues, no tengo más que estar de acuerdo con don John Churton Collins en lo que dice. Y eso que me da la sensación de que lo dice con otra intención, así como criticando veladamente a quienes se autoproclaman gurús de nada y sabihondos de menos y se arrogan la potestad de decirle a todo el mundo lo que tienen que hacer. Pero es que si desvestimos de maldad, de intención atacante a su frase-cita, tenemos que lo que dice es verdad. Porque por muy sabio que sea el consejero, por mucha sabiduría que encierre en sí mismo el arca del consejito, la mayor sabiduría está en saber, precisamente, encontrarla, extraerla y asumirla como propia. Y eso, queridos, sólo lo saben hacer los buenos lectores. Los que tiene mi libro.
Después de los acontecimientos de la semana pasada, podría haberme felicitado a mí mismo con la ayuda de Paul McCartney diciéndome que «En la vida real, el que no se rinde es un valiente». Pero no es mi estilo felicitarme sin darme a continuación un buen collejón por detrás para no quedarme demasiado tiempo enmimismado como un narcisista atolondrado. También podría haberme apuntado al carro de Nietzsche y decir que, puesto que «la felicidad quiere eternidad», desearía que los momentos de magia que he disfrutado esta semana se dilataran a perpetuidad. Pero tampoco es este mi estilo, pues habría estado demasiado tiempo sonriendo como un fumeta jijijajajero y creo sinceramente que el estado de felicidad se saborea más precisamente gracias al contraste.
Y como en realidad tengo ganas de dedicarme también hoy la frase-cita (qué raro, si nunca se dice a sí mismo las cosas), en lugar de comentar las dos que acabo de mencionar y que aparecen en la excelsa Agenda San Pablo 2012 (ya en preparación la de 2013), he mirado los envíos de Proverbia.net correspondientes a esta semana hasta dar con esta joya de las sonoras bofetadas verbales dirigidas a mi humilde persona:
«Sacar provecho de un buen consejo exige más sabiduría que darlo» (John Churton Collins).
El tal John Churton Collins, de cuya existencia no tenía el honor hasta el momento en que he reparado en su frase-cita, es al parecer un crítico literario inglés de finales del siglo XIX y los primerísimos años del XX. Circula por ahí la convicción de que los críticos literarios son literatos frustrados o literatos venidos a menos. No seré yo quien se una a semejante desprecio, pues me parece una difícil forma de ganarse la vida leer lo que a uno le encargan, le guste o no, le apetezca o no, y escribir acerca de ello un comentario, positivo o negativo, pero redactado en cualquier caso con ciertas dosis de brillantez y de veracidad.
Pero yo no he venido aquí a hablar de crítica literaria, sino de mi libro. Un libro que da consejos, recomendaciones directas, casi órdenes. Ninguno empieza diciendo: «Lo que tienes que hacer es…», expresión que saben hasta los gatos que me enciende como al Krakatoa. Pero son consejos. Muchos consejos. Doscientos setenta y ocho consejos. Que van recopilados bajo un título común: Momentos de sabiduría, porque al parecer son consejos para ayudar a tomarse la vida de una manera más pausada, más plena, más consciente.
Y claro, llega don John Churton Collins y dice que la sabiduría de dar el consejo no está en el consejo dado, sino en el cómo se recibe dicho consejo. ¡Claro! De todo mi libro, y de eso estoy convencidísimo, lo más pequeño (y el libro es una enanez de ocho por once centímetros y medio), lo menos valioso (y el libro no llega a tres euros), lo menos importante (y el libro es tan poca cosa que ha quedado «fuera de colección» y ni para coleccionistas) es precisamente su autor. Como aquel que recomendaba algo así como que no hiciéramos caso de lo que hacía, sino de lo que decía. Y ciertamente, aunque la mujer del césar también tiene que parecerlo y guardar las formas, uno no está exento de tropezar, equivocarse o errar contradiciendo su propia voz e incluso su propia conciencia. Vamos, que más importante que el autor de mi libro es el contenido de mi libro. Pero lo más importante, y eso también lo creo, es quien lo lee. Porque lo hace con cariño hacia el autor (los primeros compradores de un libro suelen ser amigos y familiares) o porque piensan sinceramente que lo que van a leer tiene interés y les puede servir. Y si además quien lo lee porque piensa que lo que lee tiene interés es capaz de extraer la micra de sabiduría que tiene, y de ponerla en práctica, y de repente comienza a sonreír más (consejo número uno, que tengo que practicar mucho más), pues miel sobre hojuelas y felices pascuas.
Así pues, no tengo más que estar de acuerdo con don John Churton Collins en lo que dice. Y eso que me da la sensación de que lo dice con otra intención, así como criticando veladamente a quienes se autoproclaman gurús de nada y sabihondos de menos y se arrogan la potestad de decirle a todo el mundo lo que tienen que hacer. Pero es que si desvestimos de maldad, de intención atacante a su frase-cita, tenemos que lo que dice es verdad. Porque por muy sabio que sea el consejero, por mucha sabiduría que encierre en sí mismo el arca del consejito, la mayor sabiduría está en saber, precisamente, encontrarla, extraerla y asumirla como propia. Y eso, queridos, sólo lo saben hacer los buenos lectores. Los que tiene mi libro.
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