Hola, corazones.
Ayer, jueves, era un día diferente. Llovía, y salía intermitente el sol, como muchos otros jueves de mayo. Hacía fresco, y de vez en cuando pesaba el jersey, como muchos otros jueves de mayo. Pero era un jueves especial. Ayer se conmemoraba algo que muchos consideran una entelequia y otros muchos una bonita barrera que saltarse a la torera. Ayer era el día dedicado a reflexionar y concienciar sobre la necesidad de instaurar, defender y proteger la libertad de prensa.
Y ya dice mi biografía (la de aquí abajo, la del blog), que soy periodista, aunque no hago demasiadas funciones relacionadas con el, llamémosle así, periodismo activo. Bueno, en realidad ahora hago alguna cosa más. Digamos que me he convertido, desde hace medio mes, en una especie de asistente de medios, lo que me acerca más al entorno de la comunicación y de la profesión periodística.
Así que ayer me tomé una cerveza y brindé por los periodistas muertos, por los periodistas silenciados, por los periodistas amenazados, por los periodistas manipulados. Una por todos, porque si no me hubiera agarrado una melopea de ingreso hospitalario, y tampoco es plan.
Una vez recordada la efeméride, voy a comentar una frase-cita que tiene (o no) que ver con el tema, que puede ser (o no) vista en relación con el periodismo. Dice así:
«Es mejor ser rey de tus silencios que esclavo de tus palabras» (William Shakespeare).
Siendo el periodista un trabajador de las palabras, la recomendación de guardar silencio puede parecer inoportuna. O al menos inadecuada. Pero un periodista, aparte de saber hacer uso de la palabra, y de hacer el mejor uso de ella, puede y debe saber hacer también uso del silencio.
Si esto es así, que lo es, debemos mirar más arriba. Y entonces veremos que todos estamos invitados a hacer uso de la palabra y del silencio. Porque, en contra del refrán que afirma que el que calla otorga (algo que siempre dicen los demás, que no paran de hablar, nunca el que calla), el silencio es o puede ser síntoma de sabiduría, de control, de bonhomía, de generosidad... El que calla puede estar evitando males mayores que los que le amenazan si habla... El que calla puede estar concediendo al otro la oportunidad de expresarse sin cortapisas, sin influencias de ningún tipo... El que calla puede estar invitando al interlocutor a volver sobre el tema, a repasar sus palabras en busca del error que debe corregir... El que calla puede estar esperando que el otro, o los otros, reflexionen y recapaciten... El que calla puede, incluso aceptando la calamidad o la desgracia propia, estar facilitando a otros una posibilidad de crecimiento, de expansión, de libertad...
Esto, claro, si el que calla lo hace con dominio de sí, con conocimiento del otro, con convicción...
En el fondo, el que habla debería también hacerlo con dominio de sí, con conocimiento del otro y con convicción. Y con prudencia. Prudencia para evitar que sus palabras se vuelvan contra sí mismo, para evitar que sus palabras sean manipuladas (es mucho más fácil manipular una palabra que un silencio, porque el silencio siempre es más enigmático que la palabra), para evitar que sus palabras acaben provocando una devastación en los oídos y en los corazones (en los ajenos y en el propio).
Ciertamente, y mira que no callo y que me gustan las palabras, tengo que afirmar que estoy de acuerdo, otra vez, con don Guillermo. Porque lo he experimentado: «Es mejor ser rey de tus silencios que esclavo de tus palabras». Porque se equivoca menos veces un silencio que mil palabras.
Ahora, cuando el silencio se equivoca, a veces duele mucho más que mil palabras. Pero eso se sale de nuestro tema.
Ayer, jueves, era un día diferente. Llovía, y salía intermitente el sol, como muchos otros jueves de mayo. Hacía fresco, y de vez en cuando pesaba el jersey, como muchos otros jueves de mayo. Pero era un jueves especial. Ayer se conmemoraba algo que muchos consideran una entelequia y otros muchos una bonita barrera que saltarse a la torera. Ayer era el día dedicado a reflexionar y concienciar sobre la necesidad de instaurar, defender y proteger la libertad de prensa.
Y ya dice mi biografía (la de aquí abajo, la del blog), que soy periodista, aunque no hago demasiadas funciones relacionadas con el, llamémosle así, periodismo activo. Bueno, en realidad ahora hago alguna cosa más. Digamos que me he convertido, desde hace medio mes, en una especie de asistente de medios, lo que me acerca más al entorno de la comunicación y de la profesión periodística.
Así que ayer me tomé una cerveza y brindé por los periodistas muertos, por los periodistas silenciados, por los periodistas amenazados, por los periodistas manipulados. Una por todos, porque si no me hubiera agarrado una melopea de ingreso hospitalario, y tampoco es plan.
Una vez recordada la efeméride, voy a comentar una frase-cita que tiene (o no) que ver con el tema, que puede ser (o no) vista en relación con el periodismo. Dice así:
«Es mejor ser rey de tus silencios que esclavo de tus palabras» (William Shakespeare).
Siendo el periodista un trabajador de las palabras, la recomendación de guardar silencio puede parecer inoportuna. O al menos inadecuada. Pero un periodista, aparte de saber hacer uso de la palabra, y de hacer el mejor uso de ella, puede y debe saber hacer también uso del silencio.
Si esto es así, que lo es, debemos mirar más arriba. Y entonces veremos que todos estamos invitados a hacer uso de la palabra y del silencio. Porque, en contra del refrán que afirma que el que calla otorga (algo que siempre dicen los demás, que no paran de hablar, nunca el que calla), el silencio es o puede ser síntoma de sabiduría, de control, de bonhomía, de generosidad... El que calla puede estar evitando males mayores que los que le amenazan si habla... El que calla puede estar concediendo al otro la oportunidad de expresarse sin cortapisas, sin influencias de ningún tipo... El que calla puede estar invitando al interlocutor a volver sobre el tema, a repasar sus palabras en busca del error que debe corregir... El que calla puede estar esperando que el otro, o los otros, reflexionen y recapaciten... El que calla puede, incluso aceptando la calamidad o la desgracia propia, estar facilitando a otros una posibilidad de crecimiento, de expansión, de libertad...
Esto, claro, si el que calla lo hace con dominio de sí, con conocimiento del otro, con convicción...
En el fondo, el que habla debería también hacerlo con dominio de sí, con conocimiento del otro y con convicción. Y con prudencia. Prudencia para evitar que sus palabras se vuelvan contra sí mismo, para evitar que sus palabras sean manipuladas (es mucho más fácil manipular una palabra que un silencio, porque el silencio siempre es más enigmático que la palabra), para evitar que sus palabras acaben provocando una devastación en los oídos y en los corazones (en los ajenos y en el propio).
Ciertamente, y mira que no callo y que me gustan las palabras, tengo que afirmar que estoy de acuerdo, otra vez, con don Guillermo. Porque lo he experimentado: «Es mejor ser rey de tus silencios que esclavo de tus palabras». Porque se equivoca menos veces un silencio que mil palabras.
Ahora, cuando el silencio se equivoca, a veces duele mucho más que mil palabras. Pero eso se sale de nuestro tema.
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