Ciega hoy mi
ser la noche turbulenta
y clama el
silencio. Esta incertidumbre,
la ausencia
de luces, mi sorda quejumbre,
a mi espalda
cargan una cruz sangrienta.
¿Estás?
¿Eres, al menos? Mi alma se enfrenta
al fin y al
destino: la muerte, y herrumbre
grabada en
el cuerpo; la vida: la cumbre
de gloria y
de cielo que el dolor ahuyenta.
No me des,
oh Padre, tan amargo trago,
no me dejes
solo, sin saber siquiera
si estarás
conmigo. Este día aciago,
¿cómo
acabaría si entender pudiera
que tu amor
eterno vencerá al estrago
de la muerte
oscura? Ya pronto me espera...
Termine en
tu nombre, oh Dios, mi pesadumbre
y hágase tu
voluntad, que me alimenta.
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