¡Silla ocupada!
Buenos Aires tiene que traer a la Iglesia un hombre que une en su
nombre la lucha contra el dragón y la bendición materna, que procede de la
Familia de Ignacio y adopta como papa el nombre de san Francisco, el hermano de
la Pobreza y del Sol. ¡Y qué panzada de llorar que me di el miércoles por la
tarde, en cuanto supe que había salido el humo blanco como la nieve! Llorar no
es malo, ni reconocer haberlo hecho tampoco. Además, nadie me vio, porque
estaba solo en casa, delante de la tele y del ordenador, con el mando en una
mano y el dedo sobre el recuadro del portátil desde el que se maneja el cursor,
cambiando una y otra vez de canal y de medio, para enterarme de todo y escuchar
y leer el menor número posible de tonterías. Qué gusto ver la plaza del
Vaticano repleta, rebosante de personas expectantes y exultantes a un tiempo.
Más gusto, creo, desde que soy capaz de decirme a mí mismo: «has estado ahí, sabes cómo es la plaza, no te engaña lo que
ves ahora en la pantalla».
Qué grata impresión ver un Papa de blanco, sin las vestiduras
rojas bordadas en oro (tan hermosas y tan ceremoniosas, por otro lado, pero que
quitan más que añaden), con una cruz oscura, con un gesto tímido, humilde, casi
asustado. Qué atractiva sencillez en sus palabras, qué llamada, desde el primer
momento, a la oración (en pocos minutos puso a toda la plaza dos veces de
rodillas). Cuánto me gusta su nombre, Francisco,
así, sin ordinal dinástico, que no necesita parecer un rey (y menos ese rey) ni parece desear ser llamado el
uno, o el primero.
Qué
tentación, madre mía, de dedicarle un Pensamiento, si hasta me han dado la
frase-cita, que la publicó ayer el diario El Mundo: «El Señor cambia a los que
le son fieles» (Jorge Mario Bergoglio). Pero no, no quiero caer en comentar a
la ligera ni esta ni ninguna otra frase suya. Es tiempo de esperar, de
acogerle, de escucharle, de dejar que actúe. Y de adherirse.
Pero,
claro, ahora, ¿cómo me pongo yo a comentar con frivolidad una frase-cita de
nadie ante su presencia? No puedo.
Puedo
hacer sólo una cosa, y no me gusta demasiado, y me da un poco de pudor. Y es
dedicarle al Papa Fancisco una frase, un deseo, un consejo, comunicarle lo que
espero de él, lo que me gustaría de él. Digo que no me gusta demasiado hacer
esto, porque me he pasado mucho tiempo criticando a todos aquellos que han
dicho y escrito en todas partes qué tiene que hacer el Papa, cómo tiene que ser
el Papa, qúe tiene que decir el Papa… El Papa es el Siervo de los Siervos de
Dios, pero no tiene por qué ir obedeciendo a todo chichiburri que se le ocurra
darle órdenes. Y yo no quiero ser ningún chichiburri. Y digo que me da pudor,
porque quién soy yo para dar consejos a nadie, menos al Papa. Menos dedicarle
un consejo, mejor, uno de mis Momentos de sabiduría.
Pues lo
voy a hacer. Porque no es un consejo, ni un deseo, ni una orden ni una
esperanza lo que hay en estas palabras. Hay una realidad, una definición,
parcial, incompleta, de lo que hace y lo que es un Papa. Por eso hoy, para
imitar al Papa, a este Papa y a todos los Papas santos, propongo que intentemos
seguir el Momento 72:
«Hazte
conductor y transmisor de consuelo y de esperanza para tus congéneres. Ten
siempre a punto la amabilidad en tu palabra, la acogida en tus brazos, el calor
en tu mirada».
¡Si al
menos cumpliera (yo, hablo de mí mismo) una vez al día uno solo de mis momentos, qué diferente sería!
Comentarios
Grité: Sí, Habemus papam!; Pon la 1 mamá, pon la 1, (La 1, porque al atenderlos a diario les cojo cariño, no porque fuera la mejor retransmisión)
El caso es que ya nos acomodamos en el salón con un vinito y un picoteo a esperar que saliera el Santo Padre, quién será? entre las dos y con cara de perplejidad por parte de mi hija, apostábamos: va a ser americano, no europeo, se va a llamar Juan Pablo III, no Pablo VII, etc.
Emocionadas y expectantes, hay estábamos 3 generaciones pendientes del nuevo sucesor de Pedro; A las 20.00, no puede más de la emoción y cogí a mi hija en brazos: Vamos, Carmen! que es tu segundo Pápa, y no tienes ni un año!. Así que, yo también lloré cuando anunciaron a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco.
A mí también me gusta su nombre, la sencillez, el: rezar por mí antes de daros la bendición. Y me gustó recibirlo con mi hija en brazos, ese día cumplía 10 meses, y empezaba un nuevo papado, ¿se le puede pedir más a un día?