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La ciudad de san Pablo

Écija en el Año Paulino

La ciudad de san Pablo

Écija, la ciudad de las torres, la sartén de Andalucía, el balcón sobre el Genil, la ciudad del sol, como reza en su escudo, es el mayor municipio de Sevilla, en la Comarca de la Campiña sevillana; y podría presumir, también, de un nuevo título: la ciudad de san Pablo.

En efecto, la ciudad de Écija está celebrando por todo lo alto el Año dedicado al Apóstol Pablo, su santo patrón, con una serie de actos religiosos y culturales, como la magnífica exposición sobre «Iconografía de san Pablo en Écija (siglos XV al XX)», en la iglesia de Santiago el Mayor. No en vano, Écija puede jactarse, según algunos expertos, de ser la ciudad del mundo en la que más testimonios artísticos e iconográficos hay expuestos a la devoción: todas las iglesias y conventos de la ciudad (siete parroquias, ocho conventos de religiosas, dos de religiosos, y varias capillas e iglesias) cuentan con algún cuadro, relieve o talla. Destaca entre todas, por su expresividad y su riqueza cromática, la talla de Salvador Gómez de Navajas, que data de 1575 y que se saca en procesión todos los años el 25 de enero, en la fiesta de la Conversión de san Pablo.

San Pablo es el patrón de la ciudad de Écija desde que, en 1642, el papa Urbano VIII así lo estableciera; sin embargo, la estima de los ecijanos por su patrón es muy anterior, se remonta incluso a los primeros años del cristianismo, y ni siquiera la ocupación árabe logró arrebatarles su memoria. Écija mantiene viva la tradición de que san Pablo estuvo en la ciudad, predicó en sus calles, convirtió a sus gentes e, incluso, prometió visitarla nuevamente. Esta promesa se cumplió en el año 1436, cuando se produjo el milagro por el cual san Pablo se apareció a un joven de la localidad, Antón de Arjona, queriendo evitar con ello la degradación de la ciudad. Desde entonces, todos los años, toda la población, corporación municipal al frente, renueva sus votos al santo y se vuelve a poner bajo su protección y amparo. Protección que, si se entra en la ciudad por la carretera desde Madrid, se hace bien visible en el imponente san Pablo que vigila Écija desde su privilegiada posición. Con un sentimiento de devoción tan arraigado, no es de extrañar que cualquier actividad de los ecijanos quede expuesta a la mirada del santo, como, por citar sólo un ejemplo, el equipo local de fútbol, que celebra sus partidos en el Estadio Municipal de San Pablo y a él se encomienda.

Pero, ¿estuvo Pablo en Écija?

Que san Pablo llegara a visitar España es algo de lo que apenas existen dudas. Al anuncio que él mismo hizo en la carta a los Romanos, le sigue la afirmación de la segunda carta a Timoteo, en la que reconoce haber evangelizado a todas las gentes. Esto permite suponer con bastante fiabilidad que, tarde o temprano, alcanzara la provincia romana conocida como la Bética, en los confines del entonces mundo conocido. Esta tesis –afirma el P. Antonio García del Moral, dominico, en su obra San Pablo. Testimonios críticos y tradiciones ecijanas– está avalada por diversos documentos, como el testimonio de san Clemente Romano, el Fragmento Muratoriano, del siglo II, y los Actus Petri cum Simona, de los siglos II-III. La carta a los Corintios de san Clemente Romano da testimonio de que Pablo alcanzó los límites de Occidente, es decir, la Bética.

La ruta más probable sería entrando «por el puerto de Cádiz, donde se encontraba una comunidad judía, a la que le gustaba dirigirse en primer lugar, antes de ir a los gentiles». Esta tesis la sostiene también Jerome Murphy-O’Connor, uno de los máximos especialistas en la figura de san Pablo, en su reciente Pablo, su historia: «Lo cierto es que Pablo acabó yendo a España. Dadas las circunstancias y su carácter, sería bastante sorprendente que no hubiera sido así. La ruta por mar era la más sencilla de atravesar. Podía llegar a la costa de Cataluña en apenas cuatro días, o Gades (Cádiz) en siete si cogía un barco desde Ostia, el puerto de Roma». Tarragona es el puerto en el que desembarcó Pablo según otros autores, como Francisco de Asís Aguilar, que afirma en el Compendio de Historia eclesiástica general (1877) que «la venida, de la cual hoy nadie se atreve a dudar, parece fue por mar, desembarcando en Tarragona, pasando por Tortosa, internándose en la Bética hasta Ecija».

Tanto si san Pablo entró en España por Tarragona como si lo hizo por Cádiz, casi todos los testimonios escritos convergen en que la ciudad de Écija, por aquel entonces conocida como Astigi, sería una de las ciudades en las que recaló, predicó y, si hemos de hacer caso de la tradición, obtuvo frutos inmediatos de conversión. Écija era por entonces una importante ciudad dedicada a la explotación comercial del aceite, capital de la Bética ulterior, que el emperador Augusto había elevado en el año 14 al rango de Colonia con el nombre de Colonia Augusta Firma Astigi, y en la que se erigió un Convento Jurídico. Era una ciudad de nueva planta, con calles pavimentadas trazadas en retícula regular, ricos y variados mosaicos, un sistema de cloacas y una red de distribución de aguas, templos, termas y un anfiteatro.

El viaje de Pablo

El viaje de Pablo a España no tuvo que ser fácil. Como afirma Murphy-O’Connor, Pablo quería «ser enviado a España como misionero de Roma (Rom 15,24). Esto no era un problema de logística o ayuda con el idioma (aunque una ayuda en estos dos aspectos de la misión sería bastante útil). Pablo necesitaba que Roma le diera la misión de actuar en su nombre». Otra cuestión es la de su acompañante. Pablo solía viajar con algún discípulo que pudiera ayudarle en la tarea evangelizadora, pero también para solucionar cuestiones materiales propias del viaje. ¿Quién mejor que alguien nacido en las tierras que iba a visitar, máxime cuando sabía que iba a atravesar poblaciones en las que, seguramente, casi nadie hablaría griego –quizá latín, sobre todo en las urbes comerciales– y sí diversos dialectos íberos, que Pablo desconocía por completo?

Seguramente Pablo eligió para este fin a Hieroteo, discípulo y amigo, que era natural de Écija, conocía el país y no tendría problemas con los idiomas. Hieroteo fue, según recoge el P. Antonio de Quintanadueñas en su obra Santos de la ciudad de Sevilla y su arzobispado (Sevilla 1637), «maestro de san Dionisio Areopagita, obispo de Atenas y Segovia». Donde más datos encontramos acerca de Hieroteo es en la Historia de la insigne ciudad de Segovia y compendio de las historias de Castilla, de Diego Colmenares, escrita en 1633. Allí se afirma que Hieroteo había escuchado predicar a Pablo en Pafos, la patria de Bernabé y que, una vez convertido, pasó a engrosar el grupo de sus discípulos y le acompañó a Atenas, ciudad de la que Pablo le nombró obispo. «Pasados los tres años –continúa– dejó san Hieroteo por sucesor en Atenas a Dionisio su gran discípulo… Y aunque ignoramos su ocupación, después de renunciado el obispado de Atenas, parece se volvería a la compañía de san Pablo».

Así pues, tenemos a Pablo camino de España, acompañado de su discípulo Hieroteo, astigitano de nacimiento. Dando por supuesto de que llegaran a la península por el puerto de Gades, que dista unos 220 kilómetros de Astigi, Pablo y Hieroteo tardarían al menos una semana en recorrer la Via Augusta hasta llegar al puente que cruza el Genil y poder asomarse a la espléndida ciudad bética. Una vez allí, no es difícil imaginar que, en lugar de buscar alojamiento en la comunidad judía de la ciudad, cuya sinagoga se localizaba en el actual emplazamiento de la iglesia de Santa Bárbara, Hieroteo lograra convencer a las nobles hermanas Xantipa y Polixena de que hospedaran a su maestro en su mansión. Xantipa era la esposa de Probo, presidente del Convento Jurídico Astigitano.

Al día siguiente, tras descansar de las duras jornadas de viaje, Pablo se dirigiría al foro, concretamente a un lugar cercano al templo que estaba dedicado al culto imperial –ese lugar es hoy parada obligatoria en el recorrido turístico-religioso de Écija– y comenzaría a predicar. La escena, parecida a la que relatan los Hechos de los Apóstoles en Atenas, tendría, no obstante, un fruto diverso: Probo, Xantipa y su hermana, Polixena y un número de personas sin determinar, abrazaron la fe en Jesucristo, «y leyendo en su frente con letras de oro: Pablo predicador de Jesucristo, se convirtieron los dos y baptisolos el Santo», escribe el P. Antonio de Quintanadueñas. Estos tres notables astigitanos forman parte del catálogo de los santos: Xantipa y Polixena, cuya imagen se conserva en la iglesia parroquia de Santa María de Écija, se celebran, según el Martirologio romano el 23 de septiembre, y Probo el 10 de noviembre.

La conversión de estos personajes se recoge en otras fuentes, como el Compendio de Historia eclesiástica general, de Francisco de Asís Aguilar, que añade, además, que san Pablo «nombró obispo a san Crispín, martirizado en la primera persecución». Precisamente el hecho de que Écija tuviera Silla Pontificia desde los orígenes contribuye a apoyar las tesis de la presencia del Apóstol, pues sólo las iglesias que recibieron la fe directamente de los Padres o Varones Apostólicos o de sus primeros discípulos adquirieron tan rápidamente la consideración episcopal.
Si bien los testimonios y fuentes no logran despejar todas las dudas y demostrar con rotundidad lo cierto de esta tradición, no lo es menos que tanto la antigüedad de la misma como la convergencia de testimonios diversos y el fervor popular permiten afirmar su credibilidad y plausibilidad.

El milagro de san Pablo

El milagro de san Pablo ocurrió, tal como lo cuenta el cronista oficial de la ciudad, José Enrique Caldero Bermudo, «en la madrugada del 20 de febrero de 1436, en la persona del joven Antón de Arjona, al que una aparición encomendó la tarea de advertir a las autoridades locales de los vicios y pecados que se cometían contra Dios, amenazando con una epidemia de peste si esos no se corregían.

Para que fuera creído en su encargo, le anudó los dedos de la mano derecha y le ordenó que se organizara una procesión con las jerarquías civiles y religiosas y todo el pueblo al convento de San Pablo y Santo Domingo, de la orden dominica». Allí –según dice la transcripción literal del acta del milagro, en la copia más antigua que se conserva, autentificada por Jerónimo de Guzmán, escribano real y del concejo, que data de 1597– «el dicho moço fue delante e, hincadas las rodillas, llegó con la mano a la mançana de la cruz e subiendo arriba por ella llegando a la imagen de Nuestro Señor, que está en la dicha cruz, abrió mano e tornose tan buena e sana como antes la tenía, salvo que le quedaron los dedos un poco más gruesos y esto por la memoria del milagro».

Desde entonces, en recuerdo del milagro, el Cabildo municipal y un numeroso grupo de fieles acude cada año el 25 de enero, fiesta de la Conversión de san Pablo, a la citada iglesia, en la que, tras la procesión de la imagen del santo y la celebración de la eucaristía solemne, el alcalde y cuantos lo desean renuevan su voto a san Pablo y la promesa de acudir el año próximo a la celebración y mantener viva la tradición paulina.


Las imágenes

Además de la colosal estatua de san Pablo a la entrada de la ciudad, y de hermosa talla de 1575 que sale en procesión y que se conserva en la iglesia de Santa Bárbara, Écija guarda otras muchas imágenes de su santo patrón. Muchas de ellas son relieves o pinturas, como las que se conservan en la iglesia de Santa Bárbara, la parroquia de la Santa Cruz, la iglesia de Santo Domingo, la iglesia de las Carmelitas Descalzas, la iglesia de la Concepción o la parroquia de Santiago.

Grandes tallas representando a san Pablo pueden admirarse en la iglesia de Santo Domingo: una, en la capilla dedicada a la Virgen del Rosario, otra, en el altar mayor y una más en la fachada exterior del templo. También en la iglesia de la Victoria, a cuya feligresía pertenecía la casa de Antón de Arjona, hay un altar dedicado a san Pablo, con una escultura de tamaño natural. Y otra más en la iglesia de la Victoria. También la Casa Consistorial cuenta con un lienzo que representa a san Pablo, obra de la pintora ecijana Dolores Hernández Moyano.

[Artículo publicado en la revista Cooperador Paulino 148 (marzo-abril de 2009)]

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