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Un pensamiento de William James

Buenos días, queridos amigos.

No sé si será el calor, el cansancio acumulado, el dolor de espalda o la desidia prevacacional lo que me tiene sin fuerzas para mantener demasiado rato las manos sobre el teclado, y mucho menos la cabeza sobre la frase-cita. Además, las entregas de esta semana de Proverbia.net me han dejado un poco frío, pues pecan bien de inconsistencia fútil, bien de sarcasmo con sobrepeso, incluso de agrura irónica. Así que acudo a las geniales agendas que edita San Pablo, que son creación de un genio poco valorado, y me encuentro la siguiente joya en el día 18 del mes en curso:

«El principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado» (William James).

Yo pensaba que un tipo que se llamara Guillermo Jaime no podía ser serio. Porque parece una combinación de Guillermo el Travieso y Jaime el Conquistador, y eso, como poco, es un Casanova, un Tenorio o un Ligachanclas graciosillo. Pero no: me equivoqué. Resulta que llamarse Guillermo no significa necesaria y únicamente ser el famoso personaje infantil de Richmal Crompton. Y apellidarse Jaime tampoco tiene mucho que ver con el monarca primero (el Conquistador).
Resulta que William James, hermano de Henry James, pero no de otros James igualmente conocidos, era un conocido filósofo y escritor nacido en enero (el año es lo de menos: nacer en enero imprime un sello especial, os lo digo yo) que poco tenía de travieso, a no ser que el hecho de ser concienzudo en su razonamiento le viniera por ser reiterativo cuando gastaba bromas en su infancia, y de conquistador, a no ser por el hecho de que luchó para recuperar su propia vida de la depresión y la angustia. Hombre pragmático, no olvidó tampoco el aspecto anímico de la persona.
Y de su experiencia nace, traviesa y conquistadora, esta frase-cita que nos recuerda que todos, lo reconozcamos o no, incluso cuando queramos negarlo con aires de autosuficiencia displicente, necesitamos ser queridos, apreciados. Dicho de otra manera, que es el amor la fuerza motora (motriz) que anima al ser humano a ser eso, humano. Que es el hecho de ser querido y de querer lo que hace, realmente, que la vida merezca la pena hasta combatir contra uno mismo por salvarla, como hizo el padre de la frase-cita.
Que es ese amor, ese afecto, ese aprecio que percibo el que me mantiene a flote en días como hoy, en los que, anegado en un mar de sudor provocado por el asfixiante estiaje y sin posibilidad de nadar más tiempo gracias al cruce de contracturas a la altura de mi omoplato izquierdo, no tiene uno fuerzas ni para juntar unas pocas letras con gracia.
Quedo pues, agradecido, a Guillermo Jaime, por hacerme ver que es el afecto quien me mueve, y a vosotros, que llenáis cada minuto mis depósitos con la gasolina del cariño.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Tan cierto como que: lo veamos o no el sol sale cada día. Pero creo que tiene dos lecturas o tal vez muy amplia, hay un componente humano, la necesidad de reconocimiento que todos tenemos, de que los demás sepan que servimos para algo o que somos buenos, sin embargo ese aprecio va más allá es la necesidad de que además de valorarnos nos amen, por eso el ser humano solo alcanza esa plenitud absoluta cuando conoce el Amor, lo experimenta y lo vive. La valoración, el aprecio, el respeto no valen por sí solos, están incompletos, adulan al ego –muy humano también–, pero dejan un poso de insatisfacción como de algo que no concluye, de una espera tenue y tímida que se dilata en el tiempo; difusa sin saber muy bien qué esperamos, qué es lo que nos falta. Es como esa especia que se paladea en un plato y que no somos capaces de identificar “y el caso es que me resulta familiar

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