Hola, corazones.
Ando, en un adelanto vacacional, de viajes de fin de semana, algunos de ellos con alto interés cultural, como el que me ha llevado a visitar dos veces en menos de doce horas la catedral de León o este mismo, en que me dispongo a visitar una nueva edición de la exposición Las Edades del Hombre. Entre esto y Cisma, el libro que estoy leyendo estos días, una novela histórica llena de papas, obispos, cardenales, reyes príncipes, emperadores, herejes, cismáticos, etc., es como si no saliera de mi trabajo, enfrascado como estoy en él en temas de cultura, arte e historia de la Iglesia. Pero sí salgo, sí. Y bien que lo disfruto.
Por eso, porque me voy dentro de un ratito, voy a acometer directamente la frase-cita que he seleccionado para hoy, que he tomado en esta ocasión del envío diario de Proverbia.net. Dice así:
«El orden es el placer de la razón pero el desorden es la delicia de la imaginación» (Paul Claudel).
Orden y caos, forma y no forma, aparecen en esta frase-cita relacionados con el placer y con el deleite por Pablo Clodel. Veamos hasta qué punto lo que dice tiene visos de hacerse realidad en nuestras vidas.
No sé si llega a placer, pero sí nos suele gustar el orden. Veamos: uno llega a su habitación del hotel caribeño de cinco estrellas que ha contratado y se encuentra las camas perfectamente hechas, las toallas perfectamente dobladas, todo limpio y colocado, hasta meticulosamente alineado, y un precioso centro de frutas tropicales en el centro de la mesa, en el que se puede distinguir no sólo la viveza del color de las frutas, sino también la simetría con que han sido dispuestas en la fuente. Es orden. Y es orden que gusta, que da placer, pues indica que has llegado a un sitio en el que vas a recibir lo que esperas y en el que vas a lograr hacer lo que buscabas.
Uno está en su oficina y tiene los papeles clasificados por carpetas de colores, apilados según su importancia y su prioridad, y los libros de consulta perfectamente alineados por temas y tamaños; en el lateral, formando una armónica y funcional composición, el dispensador de celo, la grapadora, el teléfono, la agenda, la jarra con los lápices y bolígrafos, la taladradora y un pequeño vaciabolsillos para dejar, mientras trabajas, la cartera, el móvil, las llaves… Es orden, del que gusta, porque así uno trabaja mejor, porque da sensación de limpieza, de seguridad, de buen hacer.
Al final del día, uno llega a casa y encuentra el suelo reluciente, los muebles limpios, la cama hecha y la ropa bien doblada, los cojines armónicamente dispuestos sobre el sofá y la cocina recogida. Es orden del que gusta, porque uno descansa cuando lo ve.
Sin embargo, también el desorden, dice Pablo Clodel, aporta deleite. ¿Dónde diablos habré puesto los billetes del tren?, se pregunta uno desesperado mientras levanta, en el escritorio, toneladas de recibos de banco mezclados con recetas de cocina impresas, las dos novelas que esperan a ser leídas, una pila de revistas de cine y ¡un paquete de pilas! Claro, hace dos semanas que compraste los billetes y ya no recuerdas dónde los dejaste, ni cuántas vueltas han podido dar por toda la casa. Y entonces la imaginación se pone a funcionar, divertida, entusiasmada, porque tiene ante sí un reto: poner frente a tu cerebro todas las opciones posibles: que si, precisamente para no perderlos, dejaste los billetes en el recibidor, debajo de las llaves; que si los imprimiste y los metiste ya en la bolsa de viaje (¡pero si no sé ni cuál voy a llevar!); que si mira entre las páginas del libro que estás leyendo, que como haces marcapáginas nunca llevas uno; que si no se te habrán caído en el autobús volviendo del trabajo (un sudor frío te recorre la espalda mientras tu imaginación te sonríe con sorna); que si los dejaste en casa de tu madre, ¿no te acuerdas?, pues no… La imaginación trabaja ante el desorden.
Uno llega a la habitación del hotel y se encuentra un cesto de frutas volcado en el suelo y le da sin querer una patada a una papaya que había rodado junto a la puerta; las ventanas, abiertas, hacen que las cortinas ondeen como pendones de guerra; las toallas están desdobladas, esparcidas entre el suelo y la puerta del baño; la cama, a medio hacer, está arrugada, y los cojines caídos a un lado; el teléfono descolgado y la lámpara de la mesilla volcada. Y entonces la imaginación se pone en marcha, y en un momento te ha construido un asesinato, una orgía, el ataque de un rico magnate salaz a una camarera aparentemente desorientada, una despedida de soltero, una fiesta, una pelea de borrachos o una apasionada noche de amor sexualmente desenfrenado.
Sea. La percepción del orden causa una serie de sensaciones agradables, que quizá puedan incluso llegar a ser placenteras, como son la seguridad, la tranquilidad, la eficacia, el descanso… Pero también la imaginación, cuando se pone a trabajar ante un desorden, disfruta, se entrena, se ejercita, y en ello se deleita.
Imaginad ahora un rebosante cubo de ropa para lavar, una preocupantemente alta e inestable pila de ropa para planchar, un dormitorio a la espera de ser recogido y un armario con la ropa revuelta y una bolsa de viaje sobre la cama. Ese es mi entorno. Y me voy dentro de un rato de fin de semana y no puedo dejarlo todo así, porque si no, cuando vuelva, mi imaginación se va a volver loca pensando quién ha pasado por aquí y qué ha estado haciendo. Así que, queridos, os dejo. Que disfrutéis de un estupendo fin de semana con la combinación adecuada de orden y desorden.
Ando, en un adelanto vacacional, de viajes de fin de semana, algunos de ellos con alto interés cultural, como el que me ha llevado a visitar dos veces en menos de doce horas la catedral de León o este mismo, en que me dispongo a visitar una nueva edición de la exposición Las Edades del Hombre. Entre esto y Cisma, el libro que estoy leyendo estos días, una novela histórica llena de papas, obispos, cardenales, reyes príncipes, emperadores, herejes, cismáticos, etc., es como si no saliera de mi trabajo, enfrascado como estoy en él en temas de cultura, arte e historia de la Iglesia. Pero sí salgo, sí. Y bien que lo disfruto.
Por eso, porque me voy dentro de un ratito, voy a acometer directamente la frase-cita que he seleccionado para hoy, que he tomado en esta ocasión del envío diario de Proverbia.net. Dice así:
«El orden es el placer de la razón pero el desorden es la delicia de la imaginación» (Paul Claudel).
Orden y caos, forma y no forma, aparecen en esta frase-cita relacionados con el placer y con el deleite por Pablo Clodel. Veamos hasta qué punto lo que dice tiene visos de hacerse realidad en nuestras vidas.
No sé si llega a placer, pero sí nos suele gustar el orden. Veamos: uno llega a su habitación del hotel caribeño de cinco estrellas que ha contratado y se encuentra las camas perfectamente hechas, las toallas perfectamente dobladas, todo limpio y colocado, hasta meticulosamente alineado, y un precioso centro de frutas tropicales en el centro de la mesa, en el que se puede distinguir no sólo la viveza del color de las frutas, sino también la simetría con que han sido dispuestas en la fuente. Es orden. Y es orden que gusta, que da placer, pues indica que has llegado a un sitio en el que vas a recibir lo que esperas y en el que vas a lograr hacer lo que buscabas.
Uno está en su oficina y tiene los papeles clasificados por carpetas de colores, apilados según su importancia y su prioridad, y los libros de consulta perfectamente alineados por temas y tamaños; en el lateral, formando una armónica y funcional composición, el dispensador de celo, la grapadora, el teléfono, la agenda, la jarra con los lápices y bolígrafos, la taladradora y un pequeño vaciabolsillos para dejar, mientras trabajas, la cartera, el móvil, las llaves… Es orden, del que gusta, porque así uno trabaja mejor, porque da sensación de limpieza, de seguridad, de buen hacer.
Al final del día, uno llega a casa y encuentra el suelo reluciente, los muebles limpios, la cama hecha y la ropa bien doblada, los cojines armónicamente dispuestos sobre el sofá y la cocina recogida. Es orden del que gusta, porque uno descansa cuando lo ve.
Sin embargo, también el desorden, dice Pablo Clodel, aporta deleite. ¿Dónde diablos habré puesto los billetes del tren?, se pregunta uno desesperado mientras levanta, en el escritorio, toneladas de recibos de banco mezclados con recetas de cocina impresas, las dos novelas que esperan a ser leídas, una pila de revistas de cine y ¡un paquete de pilas! Claro, hace dos semanas que compraste los billetes y ya no recuerdas dónde los dejaste, ni cuántas vueltas han podido dar por toda la casa. Y entonces la imaginación se pone a funcionar, divertida, entusiasmada, porque tiene ante sí un reto: poner frente a tu cerebro todas las opciones posibles: que si, precisamente para no perderlos, dejaste los billetes en el recibidor, debajo de las llaves; que si los imprimiste y los metiste ya en la bolsa de viaje (¡pero si no sé ni cuál voy a llevar!); que si mira entre las páginas del libro que estás leyendo, que como haces marcapáginas nunca llevas uno; que si no se te habrán caído en el autobús volviendo del trabajo (un sudor frío te recorre la espalda mientras tu imaginación te sonríe con sorna); que si los dejaste en casa de tu madre, ¿no te acuerdas?, pues no… La imaginación trabaja ante el desorden.
Uno llega a la habitación del hotel y se encuentra un cesto de frutas volcado en el suelo y le da sin querer una patada a una papaya que había rodado junto a la puerta; las ventanas, abiertas, hacen que las cortinas ondeen como pendones de guerra; las toallas están desdobladas, esparcidas entre el suelo y la puerta del baño; la cama, a medio hacer, está arrugada, y los cojines caídos a un lado; el teléfono descolgado y la lámpara de la mesilla volcada. Y entonces la imaginación se pone en marcha, y en un momento te ha construido un asesinato, una orgía, el ataque de un rico magnate salaz a una camarera aparentemente desorientada, una despedida de soltero, una fiesta, una pelea de borrachos o una apasionada noche de amor sexualmente desenfrenado.
Sea. La percepción del orden causa una serie de sensaciones agradables, que quizá puedan incluso llegar a ser placenteras, como son la seguridad, la tranquilidad, la eficacia, el descanso… Pero también la imaginación, cuando se pone a trabajar ante un desorden, disfruta, se entrena, se ejercita, y en ello se deleita.
Imaginad ahora un rebosante cubo de ropa para lavar, una preocupantemente alta e inestable pila de ropa para planchar, un dormitorio a la espera de ser recogido y un armario con la ropa revuelta y una bolsa de viaje sobre la cama. Ese es mi entorno. Y me voy dentro de un rato de fin de semana y no puedo dejarlo todo así, porque si no, cuando vuelva, mi imaginación se va a volver loca pensando quién ha pasado por aquí y qué ha estado haciendo. Así que, queridos, os dejo. Que disfrutéis de un estupendo fin de semana con la combinación adecuada de orden y desorden.
Comentarios
Por cierto dónde habré puesto la palabra clave de hoy?.....Ah sí aquí está, debajo de la password del banco y de la clave de acceso a Amazon.com: aquí está. O es la de ayer?