No es la primera vez que me convierto en modelo «fotográfico-publicitario» para mi empresa: he sido fumador empedernido en un artículo sobre tabaquismo en la extinta Familia Cristiana, ensoñado pensador y apasionado de las tecnologías en la revista Cooperador Paulino, e incluso portada de un precioso libro titulado Dios es amor, en el cual mis manos sujetan y acogen una pequeña planta. Pero esta última me ha hecho especial ilusión. Cierto es que si cuando salió el otro libro hubiera tenido este blog, habría publicado una breve reseña. Pero fue hace bastante tiempo. Y este libro que sale ahora tiene una foto que me resulta simpática.
Debo de tener unas manos, si no bonitas, sí agradables, ya que cada vez que ha hecho falta fotografiar una mano, son las mías las elegidas. Será porque son delgadas y tengo los dedos largos y finos («como de pianista», como se dice habitualmente, aunque las únicas teclas que toco son las del ordenador). Y si en la portada de Dios es amor mis manos, acogiendo un puñado de tierra y una pequeña planta, se hacen símbolo del amor y la protección paterna de Dios, en esta portada (¿no he dicho aún el título del libro?: Acompañar en la fragilidad) mis manos, mejor, mis dedos, simbolizan la atención sanitaria, el cuidado, la dedicación, el celo profesional, el trato amoroso, la cura... Con una carita dibujada en cada uno, mis dedos se entrelazan, y el corazón sujeta o abraza con amabilidad y ternura al índice, que se muestra herido y a la vez agradecido.
Ese flujo, esa relación en la que ambos dan y ambos ofrecen, ambos sanan y ambos curan, es precisamente lo que quiere reflejar el libro, una bonita antología de cuentos y relatos que, de una u otra manera, reflejan la relación que se establece entre el cuidador (normalmente enfermeras, o fisioterapeutas, pero no sólo) y el paciente. Sus autores son eso, enfermeras, fisioterapeutas, trabajadores de la salud, y no escritores profesionales, pero en todos los relatos se encuentra suficiente consistencia formal y de contenido. Se trata de relatos bien construidos, con situaciones reales –en muchas ocasiones duras, por no decir dramáticas–, con personajes reales, cercanos, tangibles casi en el papel. Las historias reflejadas permiten fácilmente identificar personas, situaciones, pensamientos, ideas y encontrar en ellos, casi sin querer, un espejo en el que reflejar la propia persona, los propios pensamientos y sentimientos ante situaciones de dolor, enfermedad, sufrimiento o muerte. La lectura de alguno de ellos emociona, casi hasta empañar la visión si el lector es –como yo– de lágrima fácil, y la emoción la produce la cercanía, la humanidad, la veracidad de lo que relatan.
Y al final lo que te queda es una sonrisa, porque Acompañar en la fragilidad, a pesar de lo doloroso que puede resultar, es simpático. Como mis deditos cruzados, con su tirita, su corazón y su sonrisa pintada. Debo felicitar a mi compañero José Luis por la idea y por la foto (jaja, ¡y por la elección del «modelo»). Todo un acierto.

Debo de tener unas manos, si no bonitas, sí agradables, ya que cada vez que ha hecho falta fotografiar una mano, son las mías las elegidas. Será porque son delgadas y tengo los dedos largos y finos («como de pianista», como se dice habitualmente, aunque las únicas teclas que toco son las del ordenador). Y si en la portada de Dios es amor mis manos, acogiendo un puñado de tierra y una pequeña planta, se hacen símbolo del amor y la protección paterna de Dios, en esta portada (¿no he dicho aún el título del libro?: Acompañar en la fragilidad) mis manos, mejor, mis dedos, simbolizan la atención sanitaria, el cuidado, la dedicación, el celo profesional, el trato amoroso, la cura... Con una carita dibujada en cada uno, mis dedos se entrelazan, y el corazón sujeta o abraza con amabilidad y ternura al índice, que se muestra herido y a la vez agradecido.
Ese flujo, esa relación en la que ambos dan y ambos ofrecen, ambos sanan y ambos curan, es precisamente lo que quiere reflejar el libro, una bonita antología de cuentos y relatos que, de una u otra manera, reflejan la relación que se establece entre el cuidador (normalmente enfermeras, o fisioterapeutas, pero no sólo) y el paciente. Sus autores son eso, enfermeras, fisioterapeutas, trabajadores de la salud, y no escritores profesionales, pero en todos los relatos se encuentra suficiente consistencia formal y de contenido. Se trata de relatos bien construidos, con situaciones reales –en muchas ocasiones duras, por no decir dramáticas–, con personajes reales, cercanos, tangibles casi en el papel. Las historias reflejadas permiten fácilmente identificar personas, situaciones, pensamientos, ideas y encontrar en ellos, casi sin querer, un espejo en el que reflejar la propia persona, los propios pensamientos y sentimientos ante situaciones de dolor, enfermedad, sufrimiento o muerte. La lectura de alguno de ellos emociona, casi hasta empañar la visión si el lector es –como yo– de lágrima fácil, y la emoción la produce la cercanía, la humanidad, la veracidad de lo que relatan.
Y al final lo que te queda es una sonrisa, porque Acompañar en la fragilidad, a pesar de lo doloroso que puede resultar, es simpático. Como mis deditos cruzados, con su tirita, su corazón y su sonrisa pintada. Debo felicitar a mi compañero José Luis por la idea y por la foto (jaja, ¡y por la elección del «modelo»). Todo un acierto.

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