Ayer, viendo la tele, caí en la cuenta de repente de algo importante. ¿Os habéis fijado en la cantidad de personas, famosas o no, que nos cuentan en los anuncios lo bien que les va la vida y lo mucho que disfrutan de su infinita salud gracias a la poderosísima acción de algún producto? Podríamos hablar no sólo de productos alimenticios, sino también de productos «inguinales», o de medicamentos, o de compañías de servicios que te facilitan la vida por un siempre módico precio que bien merece una sonrisa dentífrica. Pero quedémonos con los alimenticios.
Qué son, por ejemplo, Coco Comín cuando te echa la bronca desde esos imposibles ojos azules porque no has tomado el suficiente calcio con un vaso de leche y un trozo de queso y te insta a tomarte un yogur de calcio que dice que está buenísimo (quien haya tenido que tomar pastillas de calcio alguna vez sabrá lo riquísimo que es el calcio…); o Jesús Vázquez, tan mono, tan pulido, tan pulcro, que te recomienda mantener una dieta a base de un yogur hecho de grasas vegetales extraídas de la soja, ese producto vegetal de origen chino, en lugar de explicarte los beneficios de las lechugas o las acelgas, tan autóctonas, o las espinacas, tan «popéyicas» (o «pópicas»: si de epopeya, épica, de popeye, ¿pópico o popéyico?), yogur que, por cierto, también está buenísimo, según nos dice el guapo presentador solidario; o Manolo Escobar, que con mirada tristona y tono lastimero te insta a que te bebas una especie de yogur líquido para mantener a raya tus índices de colesterol, porque si no, te vas a morir muy malito...
¿Os habéis fijado que todo lo arreglamos con yogures?, porque también están los yogures malvas que ayudan a las mujeres a mantener la línea y seguir cabiendo en la talla 36, o los yogures verdes, que te ayudan a regular tu tránsito intestinal (¿yo pensaba que para eso estaba la DGT?) y te ayuda a ir al cuarto de baño cuantas veces quieras… Pero también hay alimentos que no son yogures, como el jamón sin grasa y sin sal y sin estrías y sin color y sin aroma que anuncia esa bailarina con acento argentino…
Todos estos señorines no son más que veladores. Porque velan por nuestra salud, según nos dicen. Y como los veladores, esas mesitas auxiliares de un solo pie que están en cualquier rincón y no molestan, creemos que son inofensivos. Pero cuidado con ellos, que si acabas haciéndoles caso, estás perdido: una dieta a base de yogur para el calcio, yogur para el colesterol, yogur para aportar grasas vegetales, yogur para la prostatitis (¿para cuando el Danaprost?), yogur para mantener la línea, yogur para hacer caquitas, etc., sólo provocará desarreglos en nuestra dieta (y seguramente también en nuestro cerebro). Y entonces vendrán los que han puesto a los veladores a convencernos de que comamos yogur y ¡zas! nos atraparán. Así que, ¡cuidadito!
Todo esto viene a cuento de que la ciencia ficción también es fantasía, y de fantasía quiere hablarnos hoy la frase-cita:
«Sólo la fantasía permanece siempre joven; lo que no ha ocurrido jamás no envejece nunca» (Johann Christoph Friedrich von Schiller).
Otra frase de Schiller (hace poco comentamos una, ¿no?). Antes de comentarla, os pido perdón por mi extenso prólogo orwelliano, huxleyano o asimoviano, según se prefiera. Es que paso tanto tiempo solo, que acabo un poco trastornado. Sobre todo cuando soporto las broncas cáseas de la Comín siete veces por cada interrupción de mi ocio televisivo…
Bueno, Schiller dice que lo que no ha ocurrido jamás nunca envejece. Como mi matrimonio. Mi matrimonio siempre es un matrimonio joven (¿añadimos que guapo?, mejor no me paso…). Porque nunca ha ocurrido. Es cierto, lo que nunca ha ocurrido, precisamente por eso no puede envejecer, ni morir, porque aún no tiene vida.
¿No? Bueno, aquí podríamos entrar en un amplio debate. ¿Lo que nunca ha ocurrido no existe? ¿La existencia requiere la materialización, o sólo el hecho de que algo haya sido pensado, imaginado, haya surgido en la fantasía creativa o creadora de alguien, ya le da carta de naturaleza, de existencia?
Muchas veces, los frutos de la fantasía se han materializado, se han convertido en frutos reales, tangibles, fungibles y sometidos a las leyes de la existencia, incluida la muerte. Otras veces, los frutos de la fantasía han dado lugar a otros, hijos de estos, que han acabado siendo también objetos reales. Y muchos productos de la fantasía se han materializado sólo en la creación artística (literaria, pictórica, musical…) y por ello mismo han adquirido condición de existentes, o mejor dicho entidad.
Daremos la razón a Schiller en lo que se refiere a la juventud: la fantasía siempre es joven porque no envejece (es una cualidad «peterpanesca»), pero no en lo que se refiere a la existencia: aunque no haya ocurrido, el mero hecho de haber sucedido en la fantasía, en la mente, en la imaginación (y máxime se ha sido trasladada a la creación artística), le confiere la posibilidad de existir, y por ende, de morir.
Creo que no debo ver Fringe los jueves, me afecta demasiado a las neuronas…
Comentarios
Gracias por tus palabras.
MARIA ADRIANA.