Una de las mayores satisfacciones de mi ejercicio profesional como periodista es haber participado, desde la oficina diocesana para la visita del Papa, en la visita pastoral que el Papa Juan Pablo II hizo en 1993. Trabajar para que todo fuera bien, para facilitar su quehacer a todos los periodistas acreditados, aprender y dejarme contagiar de grandes profesionales con los que no hubiera tenido otra ocasión de tratar, fue siempre un honor para mí. Más honor, algo espiritualmente sobrecogedor, fue estar presente en la consagración de la catedral de la Almudena. Ahí estaba yo, en la tribuna de la prensa, con la cámara que mi hermano me había prestado para la ocasión, y ahí delante, tan cerca que casi lo hubiera podido tocar, estaba él, el Papa, que pasó a nuestro lado, bendiciendo, mirándonos con el rabillo del ojo. Esa foto preside desde entonces el salón de mi casa, con mayor prestancia desde que quedó enmarcada en el portarretratos de madera que me regalaron. Hoy esta foto cobra un nuevo sentido. Somos muchos, miles, los que podemos presumir de tener en nuestra casa una foto del papa hecha por nosotros. Una foto que a partir de hoy se puede convertir en nuestro propio altar, nuestra propia reliquia de un hombre santo y cercano.
Hola, corazones. Me gusta la gente que cuando recibe la noticia de que se le ha concedido un premio, muestra su alegría, su sorpresa y su satisfacción por partes iguales, sin ese extraño temor a que te critiquen, sin ese esnobismo de intelectual progre o simplemente rarito que ha motivado que muchos otros hayan aceptado el premio profiriendo previamente alguna grosera boutade . Olé, pues, por Mario Vargas Llosa , que exulta. Con los Nobel me suele ocurrir, además, que mis vírgenes oídos en el vasto territorio de la literatura mundial jamás hayan oído pronunciar el nombre del ganador (Hertas, Jelineks, Koetzees o como se llamen han sido para mí absolutamente ajenos), o que, incluso habiendo leído alguna excelente obra del premiado, su persona me caiga redonda, gorda o rematadamente mal (si digo sus nombres, alguno me crucificará, pero si son excelentes La colmena o La balsa de piedra , por ejemplo, no lo son tanto los gases de cuerpo y mente que en ocasiones sus autores han desprendido...
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