Una de las mayores satisfacciones de mi ejercicio profesional como periodista es haber participado, desde la oficina diocesana para la visita del Papa, en la visita pastoral que el Papa Juan Pablo II hizo en 1993. Trabajar para que todo fuera bien, para facilitar su quehacer a todos los periodistas acreditados, aprender y dejarme contagiar de grandes profesionales con los que no hubiera tenido otra ocasión de tratar, fue siempre un honor para mí. Más honor, algo espiritualmente sobrecogedor, fue estar presente en la consagración de la catedral de la Almudena. Ahí estaba yo, en la tribuna de la prensa, con la cámara que mi hermano me había prestado para la ocasión, y ahí delante, tan cerca que casi lo hubiera podido tocar, estaba él, el Papa, que pasó a nuestro lado, bendiciendo, mirándonos con el rabillo del ojo. Esa foto preside desde entonces el salón de mi casa, con mayor prestancia desde que quedó enmarcada en el portarretratos de madera que me regalaron. Hoy esta foto cobra un nuevo sentido. Somos muchos, miles, los que podemos presumir de tener en nuestra casa una foto del papa hecha por nosotros. Una foto que a partir de hoy se puede convertir en nuestro propio altar, nuestra propia reliquia de un hombre santo y cercano.
Buenos días, queridos amigos. La semana ha sido intensa, amén de tensa. La crispación ha estado rondándome a diario, mañana, tarde y, sobre todo, noche en forma de contracturas, carencia de relajación muscular (¿pero, de verdad tengo músculos?, no sabía) y dificultad de conciliar el sueño. Factores varios han hecho posible tal convergencia de calamidades sobre mi cuello. El menos importante, quizá, es el que va a dar pie a la reflexión de hoy, debido a que ha sido recurrente hasta alcanzar un elevado grado de pesor. Me explico: veo poco la televisión, pero cuando lo hago, aunque no quiera, aparece cierto personaje femenino, con cara de arenque ahumado pasado de fecha y un carácter que nunca ha conocido virtud alguna, lanzando burdeces por su orificio bucal. Y mi pregunta siempre ha sido: ¿qué tiene esta tipa para salir a todas horas, todos los días, en todos los programas y revistas de zafiedad (antes sociedad)? Una respuesta podría ser «dinero y desvergüenza», y quizá esa sea la respu
Comentarios