Llego tarde a mi cita, sí, lo sé, pero ha sido por causas justificadas que no voy a justificar. Pero este retraso me ha servido para darme cuenta de qué diferentes se ven las cosas si cambias la manera de mirarlas. Me explico. Como yo normalmente salgo de casa a esas horas en las que toda la ciudad, la que está en la calle, que es poca aún, es un suspiro con legañas y el silencio sólo lo rompe el cabreo de la rubia despelujada porque el autobús llega tarde o los gritos desafinados de un coro de adolescentes que regresan de una juerga mal digerida, no me doy cuenta de lo que sucede un poquito más tarde. Tan sólo una hora después.
Tan sólo una hora después, digo, resulta que la calle está poblada de rubias bellísimas con un bolso grande colgado del brazo, o de papás estupendos con barba y corbata, acompañando a sus hijos, de uniforme, camino del colegio; adolescentes y preadolescentes empeñados en redecorar la uniformidad con faldas arremangadas, chaquetas de chandal, calzoncillos asomados o corbatas mal atadas; sudorosos correcalles con auriculares resoplando al ritmo del wakawaka que les atruena las orejas; gentes de todo tipo y lugar que se dirigen, preocupados en sus cosas, a resolver sus cosas. Esto lo sabemos, y esto ocurre siempre, y yo ya lo he visto más veces, las pocas que cambia mi horario por alguna circunstancia menor.
Y uno normalmente piensa, medio cabreado con el mundo: «Pero, ¿no estábamos todos en paro? ¿a santo de qué, entonces, tienen que ir todos a la misma hora de la mañana por la misma calle que yo, para entorpecer mi paso y que me esperen los de personal a la puerta del despacho?». Sin embargo, hoy he pensado otra cosa muy diferente, quizá porque tengo otro ánimo: «La ciudad está viva. Es hermoso observar a la gente cómo camina, cómo cede el paso, cómo corre, qué periódico compra, cómo saluda al conductor del autobús o cómo finge estar absorto en su novela cuando ve a la pedorra de la mesa de al lado justo en el mismo vagón. La ciudad vive».
Visto esto, vamos con la frase-cita, que me temo que hoy va a quedar casi sin comentario por falta de tiempo.
«Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora» (John Lennon).
No es que yo sea muy aficionado a las frases de este tipo de melenudos, pero de vez en cuando me he encontrado con alguna interesante. Y esta también me lo parece. Veamos. Brevemente.
Destaca Juan que lo que hay que hacer es vivir aquí y ahora. Me parece bien. Es el Carpe diem aquel, o el mensaje evangélico de no te preocupes por el mañana. Cada día tiene su afán. Si, Juan, realmente me parece bien esto de vivir aquí y ahora.
Lo que pasa es que lo dices con una carga de vinagre, o con un dedo acusador, o con un algo que me gusta menos: «Algunos están dispuestos a cualquier cosa». Si realmente te ocuparas en el vivir aquí y ahora, esto no debería preocuparte tanto, ya que el vive aquí y ahora está íntimamente ligado al vive y deja vivir. Y si vas mirando qué cosa hacen los demás, no vives. Hay algunos, dices, que están dispuestos a todo menos a vivir. Si lo sabes, es porque te han hecho alguna pifia, claro, pero también porque los miras a ver qué hacen. Y si estás pendiente de lo que hacen los que miran cómo vives para ver cómo pueden fastidiarte, ya no vives, sino que miras cómo viven otros. No sé si me explico.
Así que, Juan, hijo, no te preocupes por lo que hacen esos algunos de los que hablas, y tú sigue viviendo aquí y ahora.
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