Hola, corazones
Ayer despotricaba con un compañero sobre la entrada escalonada. No es que deteste los pórticos con escalinatas de acceso, no, sino que me parece una tremenda estolidez, y una faena para los padres, esa moda de que los niños entren al colegio de manera escalonada, para evitar traumatismos, problemas y sufrimientos. Vamos, que yendo sólo una hora el primer día, dos el segundo, tres el tercero y así no vas a tener miedo al matón que te roba el bocadillo o a la fiera corrupia que muerde la pantorrilla.
Sin embargo, bien que he disfrutado yo mi entrada escalonada al trabajo después de las vacaciones veraniegas: una semana de cuatro días, dos de ellos todavía con horario de verano, otra semana de cuatro días merced a un viernes festivo que me va a permitir un viajecito a las fiestas de mi ciudad natal… Claro que yo a esto no lo llamo entrada escalonada, que sigue pareciéndome una bobada, sino, más bien, prolongación de la sensación de disfrute vacacional. Y en esas ando.
Y claro, la vacación no siempre es descanso, ocio, inacción, pereza, tumbona y siesta. Que se lo pregunten a mi penseur de hoy:
«Los hombres creen buscar sinceramente el reposo, y en realidad no buscan sino agitación» (Blaise Pascal).
Este buen señor Blas, que es un aunténtico pensador, pues tiene una magífica obra titulada precisamente Pensées o Pensamientos, da en el clavo, me temo. Como lo dio un anuncio publicitario de no recuerdo qué producto que venía a decir que en vacaciones uno acaba haciendo precisamente lo contrario: buscaba descansar y acababa bailando a las siete de la mañana en un fiestorro.
Los hombres creen buscar el reposo y buscan (o encuentran, añado yo) la agitación. Buscamos la tranquilidad de las playas y nos encontramos (¿o lo buscamos?) el bullicio de cubos, palas, paipos, tablas, crema, toallas, chanclas… Buscamos el placer de degustar una buena comida y encontramos (¿o lo buscamos?) las raciones de pescaíto frito, la paella o los pinchos a codazos entre la barra. Podría seguir.
Busca el guerrero su reposo (siempre me ha horrorizado la expresión) o busca en realidad entrar de lleno en otro tipo de lizas y campos de batalla en los que, además, no tiene garantizada la victoria de sus armas. Si hasta cuando, agotado y enfermo, le dicen que guarde reposo lo hace en un bullebulle de termómetros, pastillas, tensiómetros y uniformes de enfermera.
Que le pregunten a Segismundo, el de los sueños, qué busca y qué encuentra el hombre cuando se acuesta para dormir lo que solemos llamar un sueño reparador, esto es, el reposo. Cuántas noches tal reposo no es sino un ir y venir de imágenes, sensaciones, palabras, movimientos, recuerdos, monstruos imaginarios y patadas al aire. Cuántas mañanas no aparecen las sábanas retorcidas como si enn vez de siete horas de sueño hubieran pasado por allí cien hunos o cien ovejas.
Ciertamente, busca el hombre reposo y busca en realidad agitación. Lo que pasa es, mi querido amigo Blas, que cuando eso hacemos, es no por el reposo, sino por cambiar de agitación: a lo cotidiano que nos sacude (agita, mueve, muele) oponemos lo extraordinario y distinto que nos reposa o simplemente nos hace añorar lo cotidiano de nuevo o al menos retomarlo con energías renovadas y nuevas razones para su asunción. Por eso nacieron los puentes. Por eso me voy.
Feliz semana.
Ayer despotricaba con un compañero sobre la entrada escalonada. No es que deteste los pórticos con escalinatas de acceso, no, sino que me parece una tremenda estolidez, y una faena para los padres, esa moda de que los niños entren al colegio de manera escalonada, para evitar traumatismos, problemas y sufrimientos. Vamos, que yendo sólo una hora el primer día, dos el segundo, tres el tercero y así no vas a tener miedo al matón que te roba el bocadillo o a la fiera corrupia que muerde la pantorrilla.
Sin embargo, bien que he disfrutado yo mi entrada escalonada al trabajo después de las vacaciones veraniegas: una semana de cuatro días, dos de ellos todavía con horario de verano, otra semana de cuatro días merced a un viernes festivo que me va a permitir un viajecito a las fiestas de mi ciudad natal… Claro que yo a esto no lo llamo entrada escalonada, que sigue pareciéndome una bobada, sino, más bien, prolongación de la sensación de disfrute vacacional. Y en esas ando.
Y claro, la vacación no siempre es descanso, ocio, inacción, pereza, tumbona y siesta. Que se lo pregunten a mi penseur de hoy:
«Los hombres creen buscar sinceramente el reposo, y en realidad no buscan sino agitación» (Blaise Pascal).
Este buen señor Blas, que es un aunténtico pensador, pues tiene una magífica obra titulada precisamente Pensées o Pensamientos, da en el clavo, me temo. Como lo dio un anuncio publicitario de no recuerdo qué producto que venía a decir que en vacaciones uno acaba haciendo precisamente lo contrario: buscaba descansar y acababa bailando a las siete de la mañana en un fiestorro.
Los hombres creen buscar el reposo y buscan (o encuentran, añado yo) la agitación. Buscamos la tranquilidad de las playas y nos encontramos (¿o lo buscamos?) el bullicio de cubos, palas, paipos, tablas, crema, toallas, chanclas… Buscamos el placer de degustar una buena comida y encontramos (¿o lo buscamos?) las raciones de pescaíto frito, la paella o los pinchos a codazos entre la barra. Podría seguir.
Busca el guerrero su reposo (siempre me ha horrorizado la expresión) o busca en realidad entrar de lleno en otro tipo de lizas y campos de batalla en los que, además, no tiene garantizada la victoria de sus armas. Si hasta cuando, agotado y enfermo, le dicen que guarde reposo lo hace en un bullebulle de termómetros, pastillas, tensiómetros y uniformes de enfermera.
Que le pregunten a Segismundo, el de los sueños, qué busca y qué encuentra el hombre cuando se acuesta para dormir lo que solemos llamar un sueño reparador, esto es, el reposo. Cuántas noches tal reposo no es sino un ir y venir de imágenes, sensaciones, palabras, movimientos, recuerdos, monstruos imaginarios y patadas al aire. Cuántas mañanas no aparecen las sábanas retorcidas como si enn vez de siete horas de sueño hubieran pasado por allí cien hunos o cien ovejas.
Ciertamente, busca el hombre reposo y busca en realidad agitación. Lo que pasa es, mi querido amigo Blas, que cuando eso hacemos, es no por el reposo, sino por cambiar de agitación: a lo cotidiano que nos sacude (agita, mueve, muele) oponemos lo extraordinario y distinto que nos reposa o simplemente nos hace añorar lo cotidiano de nuevo o al menos retomarlo con energías renovadas y nuevas razones para su asunción. Por eso nacieron los puentes. Por eso me voy.
Feliz semana.
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