Hola, corazones
El tiempo es eso que de repente echas de menos cuando lo necesitas y dilapidas cuando parece que no lo necesitas (¿o eso era el dinero?). Me estoy haciendo un lío, pero fijaos la hora que es y yo sin manicura. Lamento ir siempre igual, me recuerdo a mí mismo al conejo del país de las maravillas que tan epatada dejó a la inconstante Alicia (ahora crezco, ahora empequeñezco). Así que ataco con la frase-cita, que tomo de nuevo de la excelsa Agenda San Pablo 2011, concretamente para el día de hoy (y así no tengo ni que pensar):
«Hay que tratar las cosas de este mundo de manera que nos recuerden que hay otro mundo más grande» (John Henry Newman).
Este sabio hombre, cardenal de la Iglesia y escritor de profundo pensamiento y honda espiritualidad, dice cosas tan inteligentes como esta y las dice así, de manera sencilla y natural, como quien no quiere la cosa. No me extraña que haya gente que quiera ensalzarlo y otra gente que quiera cargarse su imagen, para no tener que enfrentarse con la verdad desnuda que dibujan sus palabras.
Hay que tratar las cosas de este mundo de manera que nos recuerden que hay otro mundo más grande. Todas. Las cosas pequeñas, empezando por el despertador, que aparte de recordarnos que en este mundo tenemos una tarea y un horario que cumplir, recordatorio por el cual en ocasiones lanzamos al pobre despertador al suelo o lo tratamos a manotazos mientras maldecimos el día en que lo incorporamos a nuestros bienes, nos recuerda también que estamos vivos, que de nuevo se nos ha dado una ocasión de desarrollar nuestras virtudes, nuestras capacidades, nuestra creatividad y nuestra generosidad. Siguiendo por el café, que nos anima, conforta y alienta para ponernos en marcha pero también nos recuerda que lo que nosotros tomamos en la tranquilidad de nuestros hogares (no soy de desayunar en bares, pero también valdría, aunque haya menos tranquilidad) otros lo han cosechado quizá en unas condiciones menos impecables que las nuestras. Lo que despierta la fraternidad y la solidaridad humanas.
Hay que tratar las cosas de este mundo de manera que nos recuerden que hay otro mundo más grande. Todas. Las cosas que ocurren día a día y que la radio (a quien aguante el sonido de la voz humana nada más levantarse, a mí me pone del humor de un oso recién levantado de la hibernación) o el periódico nos relatan. Las desgracias nos recuerdan que hay otro mundo más grande, que otra vida es posible, que la historia y el presente de la humanidad no pueden ser ni son sólo un continuum catastrófico de desastres provocadas por la iniquidad, y que, a pesar de esta iniquidad, nos movemos, trabajamos, existimos impulsados por una fuerza superior a ella que se llama y se hace visible en el amor. En el amor que sentimos y en el que añoramos, en el amor que es y en el que nos gustaría.
Hay que tratar las cosas de este mundo de manera que nos recuerden que hay otro mundo más grande. Otro mundo en el que el tiempo se dilata para poder explicar todo lo que a uno le sugiere un pensamiento, una frase-cita tan inteligente, tan completa, tan sabia, como la que hoy nos brinda el cardenal Newman. Pero ese otro mundo posible, y real, a veces choca con este que me recuerda que tengo un deber que cumplir. Así que, queridos, hasta la semana que viene.
El tiempo es eso que de repente echas de menos cuando lo necesitas y dilapidas cuando parece que no lo necesitas (¿o eso era el dinero?). Me estoy haciendo un lío, pero fijaos la hora que es y yo sin manicura. Lamento ir siempre igual, me recuerdo a mí mismo al conejo del país de las maravillas que tan epatada dejó a la inconstante Alicia (ahora crezco, ahora empequeñezco). Así que ataco con la frase-cita, que tomo de nuevo de la excelsa Agenda San Pablo 2011, concretamente para el día de hoy (y así no tengo ni que pensar):
«Hay que tratar las cosas de este mundo de manera que nos recuerden que hay otro mundo más grande» (John Henry Newman).
Este sabio hombre, cardenal de la Iglesia y escritor de profundo pensamiento y honda espiritualidad, dice cosas tan inteligentes como esta y las dice así, de manera sencilla y natural, como quien no quiere la cosa. No me extraña que haya gente que quiera ensalzarlo y otra gente que quiera cargarse su imagen, para no tener que enfrentarse con la verdad desnuda que dibujan sus palabras.
Hay que tratar las cosas de este mundo de manera que nos recuerden que hay otro mundo más grande. Todas. Las cosas pequeñas, empezando por el despertador, que aparte de recordarnos que en este mundo tenemos una tarea y un horario que cumplir, recordatorio por el cual en ocasiones lanzamos al pobre despertador al suelo o lo tratamos a manotazos mientras maldecimos el día en que lo incorporamos a nuestros bienes, nos recuerda también que estamos vivos, que de nuevo se nos ha dado una ocasión de desarrollar nuestras virtudes, nuestras capacidades, nuestra creatividad y nuestra generosidad. Siguiendo por el café, que nos anima, conforta y alienta para ponernos en marcha pero también nos recuerda que lo que nosotros tomamos en la tranquilidad de nuestros hogares (no soy de desayunar en bares, pero también valdría, aunque haya menos tranquilidad) otros lo han cosechado quizá en unas condiciones menos impecables que las nuestras. Lo que despierta la fraternidad y la solidaridad humanas.
Hay que tratar las cosas de este mundo de manera que nos recuerden que hay otro mundo más grande. Todas. Las cosas que ocurren día a día y que la radio (a quien aguante el sonido de la voz humana nada más levantarse, a mí me pone del humor de un oso recién levantado de la hibernación) o el periódico nos relatan. Las desgracias nos recuerdan que hay otro mundo más grande, que otra vida es posible, que la historia y el presente de la humanidad no pueden ser ni son sólo un continuum catastrófico de desastres provocadas por la iniquidad, y que, a pesar de esta iniquidad, nos movemos, trabajamos, existimos impulsados por una fuerza superior a ella que se llama y se hace visible en el amor. En el amor que sentimos y en el que añoramos, en el amor que es y en el que nos gustaría.
Hay que tratar las cosas de este mundo de manera que nos recuerden que hay otro mundo más grande. Otro mundo en el que el tiempo se dilata para poder explicar todo lo que a uno le sugiere un pensamiento, una frase-cita tan inteligente, tan completa, tan sabia, como la que hoy nos brinda el cardenal Newman. Pero ese otro mundo posible, y real, a veces choca con este que me recuerda que tengo un deber que cumplir. Así que, queridos, hasta la semana que viene.
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