Hola, corazones
Ayer, cuando me estaba aplicando hielo sobre mi maltrecha cadera, recibí no una, sino al menos seis llamadas de teléfono para comunicarme una mala noticia: el fallecimiento del padre de una familia numerosa muy querida (al menos he estado presente en las bodas de cinco de los nueve hermanos) para mí y para muchos de mis amigos. Mucho me ha pesado no tirar el hielo al fregadero y salir cojeando, ya que no corriendo, al tanatorio, pero la prudencia y el dolor físico me han podido. Mando, pues, desde aquí un beso a toda la familia y pido por todos una oración y un silencio lleno de fe.
Claro, ya lo he dicho: el miércoles pasado me caí. Tropecé con un bordillo, con tan mala fortuna que debí de salir volando y giré sobre mí mismo hasta caer, con todo mi peso, incluidos esos kilos sobreros que se han enseñoreado de la plaza, sobre mi cadera derecha. Resultado: bursitis, inflamación, equimosis (qué tremendo suena un simple cardenal) y dolor, mucho dolor. Tratamiento: reposo, hielo sobre zona, antiinflamatorios, analgésicos, gel calmante y paciencia, mucha paciencia. ¿No podrían recetar los médicos paciencia vía oral, por ejemplo, o de uso tópico?
Después de esto, entro directamente con la frase-cita, que esta semana me la ha proporcionado un amigo a través de Facebook. Un amigo muy activo en esa red, y en todas las actividades en las que se compromete, que son muchas. Un amigo que a esa actividad incesante añade una profunda espiritualidad, hasta el punto de que mucha gente, yo incluido, lo considera un auténtico místico (gracias, Enrique). He aquí la frase:
«Los bienes más preciados no deben ser buscados, sino esperados, pues el hombre no puede encontrarlos con sus propias fuerzas» (Simone Weil).
No menos místico que mi facilitador de frase-citas es la pensadora: Simone Weil es una auténtica mística, una mujer de una profunda espiritualidad y un impresionante compromiso político, social, filosófico y religioso. Y además tiene toda la razón, la mujer, desde su aspecto de enfermiza poquita cosas con gafas redondas.
Porque, ¿puede alguien encontrar la felicidad, el amor, la risa, la ilusión, la paz, la templanza, la serenidad… (suma y sigue) buscando y buscando, o son, más bien, virtudes y dones que se reciben sólo cuando se los espera? Retomo aquí los pensamientos de Carmen Guaita y Paco Castro sobre la flor de la esperanza que ya comenté en su día: la esperanza no es inmóvil, sino activa, no es aguantar, sino aguardar (de guardar, que, aparte de recoger e incluso atesorar, también significa mirar, proteger y vigilar). Es, pues, la esperanza activa la que permite que recibamos, o que percibamos, también, la felicidad, el amor, la ilusión, la paz… que nos rodean y que nos ofrecen.
O la movilidad, por ejemplo. ¡Cuánto se echa de menos la movilidad cuando uno no logra ponerse bien los pantalones o los calcetines, o cuando tarde veinte minutos en recorrer cuatro manzanas hasta la parada del autobús!
La contundencia y la veracidad de este bello pensamiento de Simone Weil y cierta necesidad de cambiar de postura y evitar el ordenador me obligan a ser en esta ocasión algo más breve de los habitual. Estoy seguro, además, de que alguien lo agradece.
Ayer, cuando me estaba aplicando hielo sobre mi maltrecha cadera, recibí no una, sino al menos seis llamadas de teléfono para comunicarme una mala noticia: el fallecimiento del padre de una familia numerosa muy querida (al menos he estado presente en las bodas de cinco de los nueve hermanos) para mí y para muchos de mis amigos. Mucho me ha pesado no tirar el hielo al fregadero y salir cojeando, ya que no corriendo, al tanatorio, pero la prudencia y el dolor físico me han podido. Mando, pues, desde aquí un beso a toda la familia y pido por todos una oración y un silencio lleno de fe.
Claro, ya lo he dicho: el miércoles pasado me caí. Tropecé con un bordillo, con tan mala fortuna que debí de salir volando y giré sobre mí mismo hasta caer, con todo mi peso, incluidos esos kilos sobreros que se han enseñoreado de la plaza, sobre mi cadera derecha. Resultado: bursitis, inflamación, equimosis (qué tremendo suena un simple cardenal) y dolor, mucho dolor. Tratamiento: reposo, hielo sobre zona, antiinflamatorios, analgésicos, gel calmante y paciencia, mucha paciencia. ¿No podrían recetar los médicos paciencia vía oral, por ejemplo, o de uso tópico?
Después de esto, entro directamente con la frase-cita, que esta semana me la ha proporcionado un amigo a través de Facebook. Un amigo muy activo en esa red, y en todas las actividades en las que se compromete, que son muchas. Un amigo que a esa actividad incesante añade una profunda espiritualidad, hasta el punto de que mucha gente, yo incluido, lo considera un auténtico místico (gracias, Enrique). He aquí la frase:
«Los bienes más preciados no deben ser buscados, sino esperados, pues el hombre no puede encontrarlos con sus propias fuerzas» (Simone Weil).
No menos místico que mi facilitador de frase-citas es la pensadora: Simone Weil es una auténtica mística, una mujer de una profunda espiritualidad y un impresionante compromiso político, social, filosófico y religioso. Y además tiene toda la razón, la mujer, desde su aspecto de enfermiza poquita cosas con gafas redondas.
Porque, ¿puede alguien encontrar la felicidad, el amor, la risa, la ilusión, la paz, la templanza, la serenidad… (suma y sigue) buscando y buscando, o son, más bien, virtudes y dones que se reciben sólo cuando se los espera? Retomo aquí los pensamientos de Carmen Guaita y Paco Castro sobre la flor de la esperanza que ya comenté en su día: la esperanza no es inmóvil, sino activa, no es aguantar, sino aguardar (de guardar, que, aparte de recoger e incluso atesorar, también significa mirar, proteger y vigilar). Es, pues, la esperanza activa la que permite que recibamos, o que percibamos, también, la felicidad, el amor, la ilusión, la paz… que nos rodean y que nos ofrecen.
O la movilidad, por ejemplo. ¡Cuánto se echa de menos la movilidad cuando uno no logra ponerse bien los pantalones o los calcetines, o cuando tarde veinte minutos en recorrer cuatro manzanas hasta la parada del autobús!
La contundencia y la veracidad de este bello pensamiento de Simone Weil y cierta necesidad de cambiar de postura y evitar el ordenador me obligan a ser en esta ocasión algo más breve de los habitual. Estoy seguro, además, de que alguien lo agradece.
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